Cuando la política de defensa está conducida por contratistas militares.
Mientras los conflictos bélicos promovidos por Estados Unidos a lo largo del mundo avanzan sin cesar, el problema principal que atraviesa hoy la que fuera la potencia más importante del mundo hace no tanto tiempo, parece referido no solo a la crisis de representación de su vieja democracia transformada hoy en gerontocracia, sino y centralmente, a la virtual privatización de su política de defensa y de inteligencia geoestratégica.
Estados Unidos es en la actualidad el único de los países importantes en el mundo cuya política de defensa y cuyo criterio de selección de los conflictos que enfrenta en distintos lugares, están vinculados al interés de mercado de sus contratistas militares y no ya a su política soberana como Estado Nación.
La influencia empresarial siempre tuvo importancia en la política exterior de Estados Unidos, incluso con apariciones públicas para nada disimuladas por la “corrección política”. De hecho, aquella frase ya clásica, pronunciada en los cincuenta del siglo pasado por Charles Wilson, presidente de aquella empresa en esos años, marcó una época: “Lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos”. A pesar de la añeja vocación imperial de Estados Unidos, lo cierto es que GMC vendía vehículos, a diferencia de los actuales contratistas militares que tienen en la muerte violenta a lo largo del mundo, su fuente de ingresos empresarios.
Solo observando los permanentes atentados de falsa bandera, las operaciones de contrainteligencia de la CIA para justificar matanzas y guerras posteriores y la muchedumbre de ex activos de la CIA y de las Fuerzas Armadas entre los CEOS de las “Private Military Companies”, se aprecia el inocultable cambio de paisaje, que profundiza la indefensión de la política estadunidense ante el avance indiscriminado de la facturación de los señores de la muerte, como eje articulador real de la política exterior del Departamento de Estado.
La coyuntura de la elección presidencial 2024 con dos ancianos de 82 y 78 años como Joe Biden y Donald Trump compitiendo por la Casa Blanca, confirma que la “captura” de la “mejor democracia del mundo” por parte de los señores de la muerte ha expulsado de su sistema político a las viejas elites, cuyos nuevos integrantes no tienen ningún interés en hacer de claque de las “Private Military Companies” y encaminan sus horizontes hacia ámbitos privados empresariales, ya sea financieros, tecnológicos o de otro tipo.
Los ejemplos prácticos sobran, pero es válido observar este fenómeno con nombres y montos para entender de qué hablamos cuando decimos que esta transformación ha puesto en jaque el futuro de ese país y de la paz en el mundo.
Tan solo entre las seis empresas militares principales que proveen equipamiento a Estados Unidos, Lockheed Martin, Boeing, BAE Systems, Raytheon Company, Northrop Grumman y General Dynamics, observamos que su facturación anual supera holgadamente los 25 billones de dólares en 2023, sobre un gasto total informado a la comisión respectiva del Senado de Estados Unidos, por parte del United States Department of Defense, conducido por el bueno de Lloyd Austin, del orden de los 900 billones de dólares en ese mismo año —100 billones de dólares más que la sumatoria de los gastos en defensa en dicho periodo de China, Rusia, Arabia Saudí, Reino Unido, Francia, Alemania, Corea del Sur y Japón.
Es necesario aclarar que estas cifras se expresan en billions que en los países de habla inglesa como Estados Unidos equivalen a 1.000 millones: un 1 seguido de 9 ceros: 1.000.000.000.
En nuestros países de habla hispana los billones equivalen a un millón de millones, es decir, a un 1 seguido de 12 ceros: 1.000.000.000.000.
A esta cifra de facturación mencionada correspondiente a algunos de los contratistas militares que proveen materiales y servicios debe sumarse la de las compañías que proveen mercenarios como los que están asentados en Ucrania y donde Academi, la reciclada empresa formada por los ex integrantes de la antigua Blackwater Worldwide, denunciada por atrocidades de todo tipo a lo largo del mundo, es uno de los mayores “proveedores” de Estados Unidos.
El Deep State estadounidense ya controla los resortes principales de ese país del norte como un montón de bibliografía lo viene señalando, Edward Snowden incluido.
El viejo diseño de Barack Obama, impulsor de la era de los drones y del material bélico no tripulado para reducir el número de “bajas humanas” estadounidenses se ha vuelto contra el propio poder político que lo creó. Los dineros millonarios de esas empresas privadas están a disposición de la corrupción de funcionarios y de la manipulación de noticas falsas para modificar decisiones y justificar nuevas guerras y matanzas, que mejoren la distribución de ganancias entre los asociados a la muerte de aquellos directorios.
Estados Unidos ya no parece un país, ni siquiera el que alguna vez fue, sino un conglomerado empresarial que, conducido por intereses militares privados, tiene al mundo al borde de una nueva guerra mundial, de la que solo parece importarles su potencial facturación.
La decadencia indetenible de la dirigencia política estadounidense y de la Unión Europea no cuestiona esta nueva realidad y nos asoma a un precipicio de la humanidad nunca conocido, donde la muerte sea el negocio principal y donde los países ya no sean gobernados por ciudadanos sino por empresas.
Por si faltaba algo el director ejecutivo del Fondo BlackRock, Larry Fink, dijo que la actual crisis de deuda podría acabar con el dólar estadounidense. Específicamente, Fink le dijo a la revista Forbes que “la situación es más urgente de lo que puedo recordar”.
La deuda estadounidense ha sido una fuente constante de preocupación de sus gobiernos y lo que Fink le está diciendo en realidad al Departamento del Tesoro, es que, si no se someten a BlackRock y a los intereses de sus empresas controladas, entre las que se encuentran varias contratistas militares, harán estallar las finanzas del país. Cría cuervos y te comerán los ojos, aplica perfecto a esta situación.
La debacle del modelo de “gobierno del mercado” surgido de la globalización ya no pretende justificarse por su falta de humanismo ni de moral, ratificando por si hacía falta, que aquellos países que no tengan control estatal sobre el funcionamiento de sus economías quedaron sometidos al control corporativo de todo tipo y en el caso de Estados Unidos, a la privatización de facto de su sistema político y su gobierno.
Este “nuevo mundo” no debiera elogiarse, ni mucho menos permitirse si tenemos alguna pretensión como especie, de sobrevivir en nuestro planeta.
La transformación en Washington se vislumbra profunda y no debiéramos abrigar muchas esperanzas de que cumpla con promesas de decisiones políticas y acciones militares que parece ya no controlar en su totalidad y que se visualizan en manos de sus “Private Military Companies”.
Por todo ello un nuevo modelo de equilibrio estatal multipolar que controle eficazmente esta deriva resulta imprescindible, de lo contrario pareciera que nuestro planeta tenderá a ser un páramo post apocalíptico.