Arabia Saudita en el declive del dólar global

El Reino, clave en el mundo petrolero, cada vez teje más alianzas con China.

Cinco meses después de haberse anunciado su ingreso al grupo BRICS para 2024, Arabia Saudita anunció en junio que no renovaría el acuerdo que mantenía con Estados Unidos desde hacía 50 años para vender su petróleo en dólares, lo que abre la puerta a que lo comercie en otras monedas, entre ellas el yuan.

Además del escenario del BRICS, y relacionado con ello, la decisión se da en el marco de una intensificación de las relaciones de Arabia Saudita con China.

En 1945, el presidente Franklin D. Roosevelt y el rey saudita Abdulaziz bin Abdul Rahman Al Saud acordaron que EE.UU. recibiría todos los suministros de petróleo que necesitara mientras Arabia Saudita tuviera petróleo disponible, a cambio de la seguridad de la monarquía y el país. 

En 1971, el gobierno estadounidense cambió unilateralmente los acuerdos de Bretton Woods sobre el patrón oro y comenzó la apuesta de los bancos centrales de otros países por los títulos del Tesoro norteamericano y otros activos financieros. En 1973, los precios del petróleo se dispararon y EE.UU. compró grandes cantidades de barriles sauditas en dólares, mientras los árabes utilizaron ese ingreso para comprar bonos del Tesoro y armamento e inviertir en bancos estadounidenses: así nació el petrodólar. Medio siglo después, son insistentes las advertencias sobre el riesgo de que los saudíes insinuaran la posibilidad de suspender el acuerdo. Gal Luft, codirector del Instituto para el Análisis de la Seguridad Global, dijo a The Wall Street Journal que “el mercado del petróleo, y por extensión todo el mercado mundial de materias primas, es la póliza de seguro del estatus del dólar como moneda de reserva. Si se quita ese bloque del muro, este empezará a derrumbarse”. Este 9 de junio, la posibilidad se materializó.

La solidez del petrodólar en cuestión

Ha crecido un consenso en que lo que sostiene al dólar es menos la potencia económica de Estados Unidos que el hecho de que las monarquías del Golfo lo usen para sus transacciones de hidrocarburos. A eso es lo que el 9 de junio le abre la puerta. Lo que puede resultar más trascendente de la no renovación del acuerdo por parte de Arabia Saudita es la amenaza al dólar como única moneda global. 

Zoltan Pozsar, analista de Credit Suisse, avizora que irá surgiendo un nuevo sistema monetario basado en las materias primas. En su informe de 2022, sostiene que la mayor amenaza que tiene Occidente es que el orden mundial multipolar lo están construyendo los BRICS+

La construcción parece tan lenta como persistente y se la ve obrar a tientas, con experimentos que parecen concebidos para cimentar el camino con globos de ensayo, como los de una moneda común del Mercosur, varios de los BRICS, incluido el uso de monedas locales a través del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) o de un acuerdo de reserva contingente o la Iniciativa de Chiang Mai, de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN). La mitad de los países del mundo están probando formas de monedas digitales de bancos centrales —entre las que se destaca el yuan digital (e-CNY).

Muchas de estas búsquedas van surgiendo menos como un complot contra el dólar que como soluciones a los vacíos que deja el dólar, por ejemplo, cuando es utilizado como arma geopolítica por EE.UU. para sancionar a otros países. Cuando la nación norteamericana  comenzó a sancionar a Rusia en 2014 y a profundizar su guerra comercial contra China en 2018, los dos países fueron reduciendo el comercio bilateral en dólares, pasando de 90% en 2015 a menos de 50% en 2020. 

Para el economista Adam Tooze, la decisión de países de Occidente de congelar las reservas del banco central ruso atacó “el corazón del sistema monetario internacional. Si las reservas de los bancos centrales de un miembro del G20 confiadas a las cuentas de otro banco central del G20 no son sacrosantas, nada en el mundo financiero lo es. Estamos en una guerra financiera”.

Las puniciones estadounidenses y de sus socios han obligado a que el petróleo ruso se cotice en parte en rublos y el de Irán, Yemen, Venezuela y otros, en yuanes. Asimismo, el comercio de futuros de hidróxido de litio se realiza en el Mercado de Futuros de Shanghái (SHFE) y se denomina en yuanes, mientas en Occidente no existe mercado de futuros para este mineral.

Los países sancionados unilateralmente por EE.UU. quedaron aislados del sistema SWIFT, que conecta a 11.000 instituciones financieras de todo el mundo. Rusia creó el Sistema de Transferencia de Mensajes Financieros (SPFS), que ha atraído a bancos centrales de Asia Central, China, India e Irán. Poco después, China creó el Sistema de Pagos Interbancarios Transfronterizos (CIPS), gestionado por el Banco Popular de China (central), que están utilizando gradualmente otros bancos centrales.

Más allá de los escarmientos, la estabilidad de precios y de los tipos de cambio beneficiaron las transacciones en monedas locales, con lo que el comercio entre países periféricos ha aumentado hasta representar cerca de la mitad del intercambio mundial de bienes y servicios. Esto genera una mayor dependencia entre las economías, por cuanto se articulan en cadenas de valor que los exponen a riesgos relacionados con los tipos de cambio y los costos asociados con las transacciones internacionales, que implican una doble conversión. Algunos países recurren a alternativas como los swaps bilaterales, eliminando la intermediación del dólar estadounidense.

Por otra parte, aparecen redes de pago basadas en las fintech y las monedas digitales de los bancos centrales, como la china UnionPay y la rusa Mir. En el enorme mercado interno chino aparecen sistemas como Alipay y WeChat Pay. 

“La erosión sigilosa del dominio del dólar” es el nombre de un informe del FMI de marzo de 2022. “La proporción de reservas mantenidas en dólares estadounidenses por los bancos centrales se redujo en 12 puntos porcentuales desde el cambio de siglo, pasando de 71% en 1999 a 59% en 2021”, sostiene el documento. 

El mayor comercio entre economías periféricas, la búsqueda de menores costos en las transacciones internacionales y la pérdida de relevancia de Estados Unidos en la economía global son percibidos como los principales escenarios de la merma del poder del dólar como moneda internacional. Desde que en 1944 el Acuerdo de Bretton Woods determinó que la moneda estadounidense fuera la principal reserva del mundo, la participación de Estados Unidos en el PIB mundial se ha reducido de 40% a 15% en términos de paridad de poder adquisitivo (PPA). En cuanto al comercio global, si al final de la Segunda Guerra Mundial las exportaciones globales representaban cerca de 10% del PIB mundial, hoy rondan 60%, y en ese marco, las exportaciones de Estados Unidos representan 8% del total, menos del 5% en proporción al PIB mundial.

Los gestores de reservas de los bancos centrales estarían diversificando sus carteras con el yuan y monedas de reserva no tradicionales. 

De todos modos, el dólar estadounidense sigue siendo la principal moneda mundial, con algo menos del 60% de las reservas oficiales de divisas y más del 40% de los intercambios de mercancías mundiales. Las operaciones en yuanes apenas superan 3%.

El asomo del petroyuan

A pesar de la aun baja proporción con el renminbi en la competencia monetaria, la proyección de China en todos los aspectos de la economía mundial no puede ignorarse a la hora de explicar los cambios tectónicos que están sucediendo.

En el escenario de la energía, China pasó a ser un importador neto de petróleo en 1993 y desde 2017 importa más petróleo que EE.UU. 

Aproximadamente la mitad de las importaciones llegan desde la península arábiga y más de 25% que produce Arabia Saudita se exporta a China.

Como se mencionó, el 9 de junio Riad anunció que no renovaría el contrato que la comprometía a comercializar petróleo exclusivamente en dólares estadounidenses a cambio del apoyo militar y económico, estableciendo el dólar como la moneda petrolera mundial. Esto la habilitaría a comercializar el petróleo en múltiples monedas, incluidos el euro, el yen, monedas digitales y el renminbi. 

La noticia ha tenido desmentidas y relativizaciones, con aclaraciones de que no hubo un acuerdo oficial —y por tanto no pudo haber una cancelación— y certezas de que una decisión del estilo no afecta en absoluto el dominio del dólar en la comercialización mundial del petróleo. Sin embargo, la expansión de la entramada relación entre China y Arabia Saudita difícilmente sea ajena a esta tormenta.

La estrategia china no se dirige sólo al Reino de Arabia Saudita, sino que compromete a todo el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo (CCEAG, antes CCG, Consejo de Cooperación del Golfo), que integran también Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. Estos países, además, firmaron con el reino saudí la integración a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) y Arabia Saudita es “socio de diálogo” de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), que China integra con Rusia, India, Irán, Kazajistán, Kirguistán, Pakistán, Tayikistán, Uzbekistán y desde este año también Bielorrusia. Finalmente, como también dijimos, Arabia Saudita entró este año en los BRICS+ con Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía, para sumarse al grupo original de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.

En 2012 comenzó el intercambio de divisas entre China y los Emiratos Árabes Unidos y al año siguiente el entonces flamante presidente Xi Jinping se reunió con el jeque Hamad bin Isa al-Khalifa, rey de Bahréin, y enfatizó la necesidad de una cooperación más estrecha con los países del Golfo. En 2016 repitió el mensaje en la sede de la Liga Árabe y ordenó que las instituciones financieras chinas ampliaran su presencia en la región del Golfo. Desde entonces, los bancos chinos han duplicado sus balances en el Centro Financiero Internacional de Dubai.

Ghulam Ali, subdirector del Centro de Investigación de Estudios Asiáticos de Hong Kong, ha sostenido que, pese a que estos acuerdos representan un volumen moderado, “podrían reducir la duración y el costo de las transacciones, mitigar los riesgos, mejorar la resiliencia frente a las crisis financieras, ampliar el acceso a los mercados, promover el comercio bilateral y facilitar la integración regional. Pueden servir como catalizadores, alentando a otros países de Medio Oriente a participar en acuerdos similares con China. Arabia Saudita, como uno de los principales exportadores de petróleo a China, podría considerar adoptar el yuan para el comercio de petróleo a largo plazo, reduciendo la dependencia del dólar.”

China es el mayor socio comercial de Arabia Saudita y goza de un fuerte superávit. Una porción cada vez mayor del petróleo saudí se paga en yuanes. Asimismo, los chinos lanzaron su propio índice de referencia del petróleo crudo en 2018 —denominado en yuanes y convertible en oro. Se especula que Arabia Saudita podría usar el superávit para comprar oro.

En 2021, el director ejecutivo de Aramco (la estatal Arabian American Oil Company), Amin Nasser, dijo que “garantizar la seguridad continua de las necesidades energéticas de China sigue siendo nuestra máxima prioridad, no sólo durante los próximos cinco años sino también durante los próximos cinco años. los próximos 50 y más allá”. Saudi Aramco es la mayor empresa de petróleo del mundo: produce 10% de todo el petróleo mundial, unos 10 millones de barriles de petróleo por día. 

El consultor Simón Watkins ha sostenido que el príncipe heredero saudita Mohammed bin Salman “ve a los EE.UU. como un socio sólo por sus consideraciones de seguridad en el nuevo orden del mercado mundial del petróleo, sin ningún quid pro quo significativo por parte de Arabia Saudita, mientras considera a China como su socio económico clave”.

Mohammed Y. Al Qahtani, vicepresidente senior de downstream de Aramco, sentenció que la crisis energética desde la guerra de Ucrania “es el resultado directo de frágiles planes de transición internacionales que han ignorado arbitrariamente la seguridad energética y la asequibilidad para todos. El mundo necesita un pensamiento claro sobre estas cuestiones; por eso admiramos mucho el 14º Plan Quinquenal de China para priorizar la seguridad y la estabilidad energética, reconociendo su papel crucial en el desarrollo económico”.

Consistente con este punto de vista, Aramco está concretando su interés de participar en refinerías chinas. El año pasado ya compró el 10% de Rongsheng Petrochemical por 3.400 millones de dólares, operación que incluyó el suministro de 480.000 barriles de crudo árabe por día —a ser procesados en la filial de Rongsheng Zhejiang Petroleum and Chemical. En abril de este año firmó un MoU con el Grupo Hengli para explorar la posibilidad de adquirir una participación del 10% en su filial Hengli Petrochemical. Asimismo, ha manifestado su interés en invertir en Jiangsu Shenghong Petrochemical a través de la adquisición de 10% en la refinería que posee y opera —un complejo integrado de refinería y petroquímicos de 320.000 barriles por día— y también ha firmado un memorando de entendimiento con Shandong Yulong Petrochemical para discutir una posible adquisición del 10% de participación en la refinería que procesa 400.000 barriles diarios. 

En su decisión de aumentar la producción de gas natural en 60% para 2030, este mes de junio Aramco firmó con el grupo chino Sinopec un acuerdo de 1.300 millones de dólares para adquirir y construir gasoductos para una expansión de la red de distribución del combustible. 

Al Qahtani también dijo que estas operaciones crean vínculos más fuertes con China “mejorando su seguridad energética, mientras trabajamos para aumentar nuestra capacidad de producción a 13 millones de barriles por día”.

Los negocios de Aramco dentro de China se tienden sobre el manto que ha desplegado también la visita del presidente Xi Jinping a Riad en diciembre de 2022. La relación bilateral recibió un impulso estructural. Se firmaron acuerdos comerciales por un valor de 30.000 millones de dólares y el mandatario chino fue claro al afirmar que enmarca las relaciones en la estrategia general de la política exterior de China, que busca la diversificación y el multilateralismo. En aguda compresión de ese posicionamiento, Mohammed bin Salman organizó una serie de reuniones de Xi Jinping con líderes de la Liga Árabe, compuesta por Argelia, Bahrein, Comoras, Djibouti, Egipto, Irak, Jordania, Kuwait, Líbano, Libia, Mauritania, Marruecos, Omán, Autoridad Palestina, Qatar, Arabia Saudita, Somalia, Sudán, Siria, Túnez, Emiratos Árabes Unidos y Yemen. 

En los encuentros China no sólo se comprometió a importar petróleo crudo y gas de manera constante y en grandes cantidades del CCEAG, sino que insistió con un acuerdo de libre comercio entre China y el grupo (proyecto empantanado en 2009) y enfatizó en diversificar los negocios, incluyendo sectores de alta tecnología, el espacio, la economía digital y las nuevas energías, lo que incluiría la cooperación en tecnología nuclear —campo que Arabia Saudita explora sin mucho éxito con Estados Unidos. 

Xi instó a los monarcas del Golfo a “hacer pleno uso de la Bolsa de Gas y Petróleo de Shanghái como plataforma para realizar ventas de petróleo y gas utilizando la moneda china”. 

El ministro de energía de Arabia Saudita, Abdulaziz bin Salman, dio esos días una explicación que sintetiza bastante bien el momento: “Hemos llegado a reconocer —dijo— que China ha tomado la iniciativa y seguirá tomándola”.

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