El final del Baile de los Vampiros de Bretton Woods y del G7

El triunfo electoral de Putin afirma la tendencia a un nuevo Orden Multilateral Global.

“Occidente erosiona los pilares básicos de la comunidad internacional. Socava las normas jurídicas universales del derecho internacional como los principios de igualdad soberana entre Estados, no injerencia en los asuntos interiores y libre determinación de los pueblos, contenidas en la Carta de la ONU. La diplomacia, como el medio de solucionar discrepancias por vía negociada, está sacrificada a la lucha violenta, a las guerras proxy, a la confrontación total, a la determinación a infligir a todo aquel que no se subordina y se considera enemigo, una derrota estratégica. Occidente aplica el doble rasero, la hipocresía y el engaño descarado de modo consciente y premeditado”.

Serguei Lavrov

Ministro de Asuntos Exteriores de la Federación de Rusia

Febrero de 2024

Si hay algo que las recientes elecciones en la Federación de Rusia, con el triunfo arrollador de Vladimir Putin a la vista del mundo, marcan de modo definitivo es el final cada vez más cercano del sistema de gobierno mundial político, militar y financiero, que Estados Unidos pergeño después de la Segunda Guerra Mundial.

En aquellos años y en defensa de sus intereses, generó instituciones y sistemas destinados al cuidado de sus necesidades nacionales, pero presentados como “valores de convivencia global”. Aquel sistema, simbolizado en los pactos de Bretton Woods y en la creación de la ONU, adquiriría con el tiempo y el final de la guerra fría un carácter definitivamente unipolar. Entonces, y para asegurar el relato del “no hay alternativa”, la globalización incorporó una serie de normas y valores propios de EE.UU. y sus aliados pero de pretendido cumplimiento global obligatorio a los que llamó “Política Internacional Basada en Normas” y “Agenda 2030”.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando el Ejército Rojo de la entonces URSS fue el factor más determinante, los estrategas del capitalismo occidental entendieron que tenían que llevar adelante una nueva conceptualidad y organización internacional para evitar que el comunismo “se los comiera”. De aquellos días surgieron varias ideas y organizaciones. La ONU y el FMI fueron las más destacadas. La apelación a la democracia y a los derechos humanos, su complemento discursivo cultural.

La Organización de las Naciones Unidas fue creada en 1945, por iniciativa de Estados Unidos y con el objetivo de “preservar a las generaciones futuras del flagelo de la guerra”. Por entonces el recién asumido presidente Truman no aclararía que condenar “el flagelo de la Guerra” solo refería a las guerras que no desatara EE.UU.

Un año antes, en 1944, los Acuerdos de Bretton Woods habían sentado las bases del sistema financiero mundial de posguerra y creado el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Sobornando a Francia con el Plan Marshall, EE.UU. lograría que el dólar, su moneda nacional, insólitamente se transformara en la moneda global. La entonces más sensata propuesta de Reino Unido de crear una moneda global, presentada por su delegado en aquella reunión, John Maynard Keynes, fue desestimada. El delegado de “les Blues” aliado al delegado estadounidense lo impidió.

Estados Unidos trataba de buscar herramientas que permitieran mantener la libre acumulación del capital, la sociedad dividida en clases y la pobreza extendida producto de la desigualdad, presentada como o un problema ajeno a la propia naturaleza de ese capitalismo y debida a la “falta de esfuerzo individual” suficiente. Aquellas ideas capitalistas, pero en formas más extremas y potenciadas por el fracaso del “progresismo” llegan hasta nuestros días. El comunismo sepultado por el muro, completo el rictus mortuorio de la inexistencia de “alternativas al capitalismo”.

Lo que vendría después, sobre todo luego de 1995, serían un montón de agencias, fondos y programas especializados de lo que se conoce como Sistema de las Naciones Unidas, el que ha tenido como tarea real defender los intereses estadounidenses como si fuesen los intereses del mundo todo.

Iniciado el siglo XXI y con toda la “izquierda democrática” europea asimilada y coparticipe del Consenso de Washington, con Felipe González y Tony Blair como estandartes, se nos dijo que había que consentir el neoliberalismo porque “pobres hubo siempre”. Los muchachos europeos nos hablaban de gobernanza, de nuevos derechos, de sociedad civil y de otros espejitos de colores para evitar la discusión real sobre el poder, sobre los recursos existentes y sobre su redistribución. La globalización financiera había logrado, después de tumbar el Muro de Berlín, transformar a viejos dirigentes socialistas europeos en perros falderos de la banca internacional.

El Sur

Pero en la periferia los debates eran otros. Mientras tanto y bajo radar, la nueva Rusia de Putin, la República Popular China y la “anomalía populista sudamericana” comenzaban su desarrollo. El puntapié inicial en nuestra región lo daría Venezuela y su enorme Hugo Chávez, criticado por sus errores, pero combatido por sus aciertos.

En América Latina se recobraban las mejores tradiciones nacional populares de historias y luchas que permitirían que por primera vez en décadas, y luego del ominoso Plan Cóndor y sus dictaduras de ocupación, sobrevinieran liderazgos como el de Chávez, Lula, Kirchner, Evo Morales, Correa y varios más.

En las periferias del proyecto de subordinación global los pueblos y sus territorios mantenían el inconformismo con la sociedad de mercado y seguían bregando por nuevas utopías de igualdad.

Como era claro entonces y también ahora, todas las sucursales sudamericanas de los “partidos de izquierda democrática” de casa matriz europea, se ubicarían en la más feroz oposición a los gobiernos populares en Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador. Nada es casual en política y menos aún en Geopolítica.

La misma arbitrariedad era avalada para con Taiwán, con África y con la OTAN, que impunemente avanzaba hacia el este de Europa violando todos los acuerdos preexistentes. Por entonces los “dadores exclusivos” de certificación democrática, gerenciados por Washington en el Grupo de los 7, pensarían que su triunfo en la Guerra Fría sodomizaría al conjunto de las naciones del mundo a su “sabiduría democrática”.

En paralelo, las terminales de la “sociedad civil” financiadas por EE.UU. harían el grueso del trabajo, armando voluminosas carpetas de “prácticas corruptas” y denuncias sobre “falta de calidad democrática” de todos los países que no le dieran la bienvenida a los Fondos de Inversión liderados por BlackRock y no tuvieran una dirigencia besamanos del embajador estadounidense de turno.

El mecanismo prebendario de cooptación con remuneraciones en dólares de dirigentes sudamericanos, asiáticos o africanos en el ejército de sacos cortos y zapatos puntiagudos de los organismos mal llamados multilaterales se vive en esplendor desde entonces. Pasear por Ginebra y ver a burócratas procedentes del tercer mundo dispuestos a vender su alma para mantener su mujer rubia y su piso mirando al Lago Lemán es un espectáculo que no habla muy bien de esos “delegados” en aquellos organismos.

Aquí y ahora

En estos días y en este mundo en llamas, Occidente es el pirómano y los BRICS los bomberos. 

La decadencia terminal del viejo sistema de gobierno mundial unilateral en que se transformó Naciones Unidas y sus agencias, quedo plasmado en la última reunión de su Asamblea General que comenzó el 19 de septiembre de 2023 en Nueva York. Cuatro de los líderes de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad no asistieron. Biden, que dio el presente, no pudo convencer al francés Macron ni al británico Rishi Sunak de que estuvieran allí para acompañarlo. Putin y Xi Jinping ya se sabe lo que piensan de “esta” ONU. 

El secretario general António Guterres se parece más a un periodista de geopolítica que a alguien que pueda incidir en cualquiera de los problemas principales del mundo actual.

Nadie ya puede ocultar que unas Naciones Unidas pensadas para la hegemonía global de EE.UU. y del dólar americano tengan algún destino inmediato que no sean los libros de historia.

Desde el genocidio de Ruanda, la guerra civil y balcanización de Yugoslavia, las recurrentes invasiones estadounidenses a terceros países, las armas de destrucción masiva en Irak y la aniquilación de Libia y Palestina, la ONU ni siquiera alcanza el estatus de la Cruz Roja.

Mas aún, en los últimos 10 años, desde el agravamiento de la situación en Siria hasta nuestros días no ha dejado de aumentar la violencia occidental. Según estudios de la Universidad Sueca de Uppsala, en 2022 se registraron 184 conflictos diferentes, incluida la guerra de Ucrania, con más de 238.000 víctimas, frente a una media de 120 conflictos y 30.000 víctimas al año entre 2001 y 2012. En todos ellos están involucrados EE.UU. y sus armas.

A partir de 2014, el sistema multilateral apenas pudo hacer nada más que intentar gestionar emergencias humanitarias. En junio de 2023, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA) estimó que había 362 millones de personas en todo el mundo necesitadas de ayuda internacional para satisfacer sus necesidades básicas de supervivencia, producto de las barbaridades impulsadas por el neoliberalismo global sobre el que la ONU no tiene nada que decir.

El multilateralismo real, no el discursivo, asoma como necesario e imperioso para el futuro inmediato. Un multilateralismo que adopte el respeto a la soberanía de los países, a sus sistemas de gobierno y a sus tradiciones culturales. 

El nuevo proceso de institucionalización de formas de coordinación y cooperación internacional en políticas públicas debe generar estabilidad y previsibilidad en las relaciones entre Estados y sociedades, revisando aspectos de asimetrías que, por ejemplo, permiten hoy que el único país que no ha firmado la Convención por los Derechos del Niño, EE.UU., designe siempre al presidente de la Agencia de Naciones Unidas encargada de controlar su cumplimiento, UNICEF.

La crisis del unipolarismo y del G7 también son una oportunidad para nuestro Sur Global, donde el ascenso de los BRICS, insólitamente desestimado por Argentina, donde se eligió un gobierno desopilante si no fuese por el daño que produce, consolida el final del mundo unilateral que el poder estadounidense soñó permanente cuando Boris Yeltsin se instaló en el Kremlin. A su vez, las recientes reuniones de los propios BRICS en Sudáfrica, del G20 en India y del G77 + China en Cuba abonan la necesidad de cambios urgentes.

El nuevo Orden Multilateral Global que necesitamos para un mundo en paz y equilibrio debe respetar la independencia política y la acción soberana de los países, aceptando la vocación de estos de defender los intereses de sus poblaciones, sin someterse a ninguna pretensión de hegemonía activa.

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, dijo Joan Manuel Serrat alguna vez, y nunca sucedió que EE.UU o la Unión Europea hayan tenido otro interés que saquear a nuestra América Latina. 

Como bien señalo Vladimir Putin recientemente: “Durante siglos las elites occidentales explotaron América Latina, Asia y África. Esas elites de los mil millones de oro han sido parásitos de la explotación de otras naciones y se han llenado el vientre de carne humana y los bolsillos de dinero, pero el baile de los vampiros está terminando”.

El Mundo Nuevo debe despertar nuestro compromiso cotidiano, porque así como en Rusia después de Yeltsin vino Putin, en Argentina ni siquiera hay un Yeltsin. 

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