El oxímoron chino: la dictadura democrática 

Con recursos comunicativos restringidos, China empieza a discutir qué es la democracia.

El artículo primero del Capítulo Uno de los Principios Generales de la Constitución vigente de China expresa que “La República Popular China es un Estado socialista de dictadura democrática popular, dirigido por la clase obrera y basada en la alianza obrero-campesina”.

La fórmula se repite en el estatuto del Partido Comunista, revisado en octubre de 2017.

Sin eliminar el término “dictadura”, en los últimos años China está proponiendo discutir la democracia, especialmente con aquellos países que la fustigan porque dicen que no la ejerce. 

China plantea el debate sobre la democracia con una estrategia triple. Por un lado, discutir de igual a igual, lo que significa que no acepta que Estados Unidos y los países centrales de Occidentes impongan al resto del mundo su concepción de la democracia. China afirma que la democracia es un producto de un desarrollo histórico singular —lo cual es nutrido por un posicionamiento marxista y lleva el debate al terreno del relativismo (si cada país puede autoproclamarse democrático a su estilo, entonces la discusión no tiene valor).

La segunda estrategia es discutir las bases de la democracia. Es decir, discutir todo entero el concepto de democracia, sin dejar nada fuera ni aceptar ninguna premisa.

El tercer eje estratégico es buscar puntos de consenso en lugar de discutir con la condición de que se llegue a una idea única.

En lo táctico, China ha elegido como terreno para discutir el sistema político de la democracia, su eficacia social. Así, emitió el libro blanco “Una democracia que funciona”, estableciendo que el criterio decisivo para reconocer si un régimen es democrático o no es la materialización de los derechos en la sociedad — básicamente, las necesidades básicas materiales y abriendo aquí otra discusión, relacionada con los derechos humanos.

Así, China lleva la discusión de la democracia allí donde tiene ventaja y donde Occidente está al punto del quebrantamiento. Esto revela que la discusión que plantea China tiene una dosis de contraataque, como respuesta a siglos de ser acusada de tiranía. La discusión tiene lugar, en fin, como parte de una guerra ideológica. Una cantidad de intelectuales chinos, incluso voceros de la Cancillería, han evidenciado de manera rotunda el sufrimiento de las personas en sociedades coloniales y aún en los países de la metrópolis, que se presentan como monumentos a la democracia.

Hasta aquí, la discusión de la democracia contrastando la democracia china con la de aquellos países que pretenden tener la autoridad para decidir qué es la democracia y qué país es democrático o no lo es.

En cuanto al contenido en sí de la democracia china, la habilidad comunicativa del gobierno ha sido menos eficaz.

Sí en el primer aspecto los intelectuales chinos lograron sintetizar la idea de la democracia de su país como “una democracia que funciona”, muy fácil de captar, muy pregnante y difícil de discutir, cuando se refirieron al contenido de esa democracia, hablaron de “democracia de proceso completo”, un término que no dice nada claramente, obligando a estudiar de qué se trata —a un público occidental que no tiene ningún interés en estudiar temas internos de China. 

Sólo los más interesados han ido haciéndose una idea de que la democracia china también tiene elecciones —pero que esas elecciones son tan complicadas de comprender como las fórmulas del cálculo matemático—, que integran de una manera irrevocable la meritocracia, y de que tiene una fuerte base deliberativa, con infinitos mecanismos de consulta en todos los niveles. Esas deliberaciones terminan convergiendo en la Asamblea Nacional Popular de China y en la Conferencia Consultiva del Pueblo Chino. Significan una alta participación de la sociedad, pero por otra parte son diseñadas, implementadas, orientadas y dirigidas por el Partido Comunista Chino, que también elabora sus conclusiones.

Es decir, las deliberaciones son estructuradas por un verticalismo que para Occidente es definitivamente antidemocrático.

Sin embargo, ese verticalismo es ejercido por un partido de 90 millones de personas, es decir, un partido político mayúsculo, que concentra el 6,5 % de la población. Si todas las deliberaciones se dieran solamente al interior del Partido Comunista (China asegura que hay otras áreas fuera del partido que participan activamente de muchas de las deliberaciones) tendríamos un país mucho más democrático que aquellos en los que apenas una parte ínfima de la población delibera los temas que hacen a la vida nacional.

Como sea, este verticalismo remite directamente al término “dictadura” que, como dijimos al principio, es asumido por China desde el comienzo de su Constitución Nacional.

Hablar de una “dictadura democrática popular” es plantar desde el vamos una paradoja. Podríamos, tratando de simpatizar con China, tratar de solucionar esta contradicción convirtiéndola en un oxímoron, es decir, en un término que contiene elementos muy disímiles (“instante eterno”, “graciosa torpeza”, “fuego helado”, “luz oscura”) para revelar o crear un tercer sentido.

Otro intento de solución es plantear que la idiosincrasia china procede integrando fuerzas en conflicto, incluso fuerzas opuestas entre sí, para crear una armonía. Claro que esta operación puede ser sospechada de truco para justificar lo que sea que se quiera justificar.

Puede abordarse el concepto de “dictadura democrática popular” recuperando algo de lo que se pierde en la traducción. El signo chino para expresar “dictadura” asocia los conceptos de “monopolio” y “gobierno”, y el caracter “democracia” asocia los conceptos de “habitantes de un país” y el de “máxima soberanía”.

Podría especularse que una “dictadura democrática popular” se refiere a un sistema político en el que, en tanto soberanos, los habitantes de un país se gobiernan a través de un monopolio.

Plantada esta idea en la historia de la China socialista, sabemos que cuando se habla de esos habitantes de un país, se hace referencia a la “alianza obrero-campesina”, que según manda el marxismo-leninismo, ejerce una dictadura sobre la burguesía.

Si sigue habiendo una dictadura en China, entonces sigue habiendo sectores sobre los que los obreros y campesinos dictan. Es decir, la revolución no acabó con la burguesía.

Efectivamente, los líderes chinos, desde Mao hasta Xi Jinping, afirman que China está en la fase socialista, en camino al comunismo, y por tanto, aún debe defender al Pueblo de quienes quieren explotarlo.

Cuando se hizo la Revolución de 1949, el gobierno tomó la decisión de no terminar de exterminar a los grandes terratenientes y de rescatar a los campesinos ricos, porque eran ellos los que tenían el conocimiento necesario para hacer funcionar la economía agrícola. En tanto, tampoco eliminaron a los burgueses de las ciudades, porque éstos conocían los secretos de la administración y de la gestión del Estado, asuntos en lo que el Partido Comunista Chino, que había pasado más de 20 años en los campos, peleando la guerra civil, rechazando la invasión japonesa y estableciendo la reforma agraria, no era precisamente ducho.

Cuarenta años después, con el proceso de la Reforma y Apertura en marcha y generando una riqueza cuantiosa, desde el interior del pueblo —posiblemente desde sectores que tenían en su acervo experiencias de manejo de recursos económicos—, surgió un nuevo sector de ricos y de poderosos que ocuparon lugares estratégicos en las empresas del Estado y en sectores del gobierno, capaces de proyectar la sombra de cierta burguesía, tal como lo prueban las reformas de los años 90 que permitieron al presidente Jiang Zemin aceptar la afiliación de empresarios al Partido Comunista y el hecho de que la campaña anticorrupción ha sido una de las claves de la gran dimensión que ganó como presidente Xi Jinping.

No es de despreciar el valor simbólico que tiene plantear un conflicto: si hay un sector del país que representa una amenaza, eso pone al resto en alerta y le da una pertenencia y un motivo para vivir.

Éstas son especulaciones sobre por qué China mantiene su autoidentificación como “dictadura”, pese a las críticas que ello concita en sus detractores.

¿Por qué China no explica de qué se trata su condición de “dictadura” si es que niega que ello sea perjudicial para el pueblo?

No lo explica. No lo comunica. Deja al público occidental con la duda que beneficia enormemente a los enemigos de China.

China aparece a la vez completamente indolente ante esos ataques y desesperada por defenderse, contraatacando y asegurando que en China todo es esplendor dorado y el Pueblo es feliz, estrategia comunicativa que no parece haber conseguido los resultados esperados.

La discusión, sin embargo, recién comienza.

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