Las ideas del Papa invitan a repensar el nuevo orden internacional en gestación.
El fallecimiento del Papa Francisco marca un punto de inflexión no sólo para el mundo católico, sino también para la ponderación de la geopolítica contemporánea. Jorge Mario Bergoglio no fue únicamente el primer Papa latinoamericano; fue, ante todo, un pensador global que planteó una alternativa frente a la lógica hegemónica de la globalización neoliberal. Sus ideas sobre el “poliedro” como imagen de la comunidad plural, su insistencia en la “geopolítica del encuentro” y su llamado a una “casa común” nos invitan, hoy, a repensar las bases del nuevo orden internacional en gestación.
Este momento de despedida coincide, además, con un contexto histórico marcado por el declive de la unipolaridad estadounidense y la emergencia de nuevos actores globales, entre ellos, China. No es casual que muchas de las intuiciones de Francisco encuentren un eco en el pensamiento estratégico chino, particularmente en la noción de “comunidad de destino compartido para la humanidad“, impulsada por el presidente Xi Jinping. Ambos proyectos, desde tradiciones culturales distintas, proponen salidas a una globalización que ha mostrado su rostro imperial y depredador.
En esta nota proponemos una reflexión articulada en torno a tres ejes: el legado geopolítico del Papa Francisco, la propuesta china de un orden internacional plural y no hegemónico, y las posibilidades que se abren para una multipolaridad pluriversal basada en el respeto, el encuentro y la justicia.
Francisco y la geopolítica del encuentro
A lo largo de su pontificado, Francisco insistió en la necesidad de superar la “geopolítica del conflicto” que domina la escena del actual sistema-mundo moderno occidental. Frente a la lógica del enfrentamiento, propuso la “geopolítica del encuentro”, basada en el diálogo entre culturas, religiones y naciones.
Su imagen del poliedro, en contraposición a la esfera y la pirámide, es fundamental para comprender su pensamiento. Mientras la esfera homogeniza y la pirámide jerarquiza, el poliedro reconoce la pluralidad de caras, de perspectivas, de culturas, sin perder la unidad en la diversidad. Esta concepción implica una crítica radical al universalismo occidental que, bajo el disfraz de “valores universales”, ha justificado intervenciones, golpes de Estado y procesos de recolonización en todo el mundo.
Francisco promovió el diálogo interreligioso como estrategia política de paz: el histórico encuentro de febrero de 2019 en Abu Dabi con el Gran Imán de Al-Azhar Ahmad Al-Tayyeb, sus gestos hacia el Islam, el acercamiento con el Patriarca Kiril y su encuentro con él en Cuba, así como su apertura a las religiones orientales, forman parte de una diplomacia espiritual y política que, en un mundo fragmentado, buscó sentar las bases de un orden multipolar respetuoso de la dignidad de los pueblos.
Desde su visión, América Latina, África y Asia no son meros objetos de las políticas del Norte Global: son sujetos capaces de proponer alternativas civilizatorias. En este sentido, Francisco abonó el terreno para pensar una “geopolítica del Sur global”, una arquitectura internacional “desde abajo”, construida sobre la base del diálogo y no de la imposición.
La propuesta china: comunidad de destino compartido para la humanidad
Desde el otro extremo del mundo, China ha venido desarrollando, desde 2011, la idea de una “comunidad de destino compartido para la humanidad”. Esta noción surgió en un momento clave: el ascenso de China país en desarrollo más importante del mundo coincidía con la percepción de que el modelo de globalización existente era insostenible, generador de desigualdad, guerras y crisis ecológicas.
Lejos de proponer una hegemonía alternativa, el pensamiento chino (inspirado en nociones tradicionales como Tiānxià —“todo bajo el cielo”— y Héhé —“armonía en la diferencia”—) plantea una visión relacional del mundo: todas las naciones, todas las civilizaciones, están entrelazadas en una red de interdependencia. A su vez, como señaló Xi Jinping en su discurso ante la ONU en 2015, los valores comunes de la humanidad deben basarse en la paz, el desarrollo, la equidad, la justicia, la democracia y la libertad, entendidos no como imposiciones sino como principios compartidos y contextualizados.
Este enfoque contrasta con la lógica de los “valores universales” promovidos por Occidente, que han servido de justificación para injerencias, sanciones, intervenciones militares y cambios de régimen. En cambio, los “valores comunes” chinos respetan la historicidad y la diversidad cultural, proponiendo un marco de cooperación basado en el beneficio mutuo y el respeto a los caminos propios de cada nación.
Además, el concepto de “comunidad de destino compartido” incorpora una preocupación ecológica central, en sintonía con la “casa común” de Francisco. La crisis ambiental no es una cuestión marginal: es, para ambos, el centro de la reflexión sobre el futuro de la humanidad.
Convergencias y desafíos
A pesar de provenir de tradiciones muy distintas (el cristianismo popular latinoamericano y el confucianismo reelaborado en clave socialista), tanto Francisco como la visión china actual coinciden en algunos ejes fundamentales.
Ambos concuerdan en una crítica frontal a la hegemonía unipolar que ha caracterizado a la globalización reciente. Tanto el Papa Francisco como el liderazgo chino rechazan la lógica imperialista que, bajo diferentes máscaras, ha buscado consolidar un modelo único de civilización, economía y política a escala planetaria. Frente a ello, proponen un mundo basado en la pluralidad real de las culturas, los pueblos y los sistemas sociales.
Este reconocimiento de la diversidad constituye otro eje fundamental de coincidencia. Francisco, con su imagen del poliedro, y China, a través de la tradición de héhé (armonía en la diferencia), sostiene que el mundo no debe ser homogeneizado ni sometido a patrones únicos de desarrollo. Cada cultura, cada civilización, tienen un valor irreductible que debe ser preservado y respetado como parte de la riqueza de la humanidad.
En la misma línea, ambos discursos enfatizan la prioridad de lo colectivo sobre el individualismo extremo. Mientras el sistema mundo contemporáneo tiende a exaltar el éxito individual, desconociendo las redes comunitarias que sostienen la vida, tanto Francisco como el pensamiento estratégico chino rescatan la dimensión social y comunitaria del destino humano. No se trata de negar la libertad individual, sino de comprender que el futuro de la humanidad depende de vínculos solidarios y responsabilidades compartidas.
Un cuarto elemento de convergencia es la centralidad de la cuestión ecológica. Tanto para Francisco como para el liderazgo chino, la relación armoniosa con la naturaleza no es un tema marginal ni un adorno retórico, sino el corazón mismo del desafío civilizatorio actual. La construcción de una “casa común” (en palabras de Francisco) o de una “civilización ecológica” (en términos chinos) supone una transformación profunda en la forma en que las sociedades humanas se vinculan con su entorno.
Otro punto de contacto relevante aparece en la crítica compartida al capitalismo financiero neoliberal. La propuesta china de avanzar hacia una “prosperidad común“, impulsada con fuerza en los últimos años bajo el liderazgo de Xi Jinping, resuena profundamente con la denuncia que Francisco realizó contra el “dios dinero” y la “cultura del descarte”. En ambos casos, se plantea una crítica estructural a la búsqueda de acumulación sin fin de capital que domina el capitalismo contemporáneo. Para China, la “prosperidad común” implica corregir los desequilibrios generados por el crecimiento desregulado, promoviendo un desarrollo más equitativo que ponga en el centro el bienestar de las mayorías. Para Francisco, la idolatría del mercado conduce a la exclusión de los más débiles, a quienes el sistema considera descartables. En ambos discursos, el ser humano, y no el capital, debe ser el centro de toda política y toda economía digna.
Finalmente, tanto Francisco como China coinciden en imaginar un sistema internacional basado en el respeto mutuo, el diálogo y la cooperación. No proponen un mundo sin tensiones o contradicciones, sino un orden donde las diferencias puedan coexistir sin que deriven necesariamente en conflictos hegemónicos. En lugar de un nuevo centro dominante, abren la posibilidad de una verdadera multipolaridad, en la que diversos polos civilizatorios dialoguen en pie de igualdad.
Francisco y Xi Jinping: puentes diplomáticos en tiempos de distancias
Un aspecto fundamental para comprender la relación entre el pensamiento de Francisco y la propuesta china de comunidad de destino compartido es la dimensión diplomática entre el Vaticano y la República Popular China. Desde 1951, la Santa Sede y Beijing no mantienen relaciones diplomáticas formales. El Vaticano reconoce oficialmente a Taiwán como “República de China”, lo que históricamente ha dificultado cualquier acercamiento formal. Sin embargo, durante el pontificado de Francisco se produjeron avances significativos en la construcción de puentes informales y gestos de acercamiento que merecen ser destacados.
Desde su asunción en 2013, Francisco, en la línea histórica de los jesuitas, mostró una disposición clara a mejorar las relaciones con China. Un primer gesto simbólico se produjo en agosto de 2014, cuando, durante su vuelo hacia Corea del Sur, el Papa envió un telegrama de saludo y bendición al presidente Xi Jinping al sobrevolar territorio chino, un hecho sin precedentes en la historia moderna de la Iglesia. El gesto fue repetido en otras ocasiones, marcando una voluntad persistente de tender puentes a pesar de las tensiones diplomáticas.
El esfuerzo más importante, sin embargo, fue el histórico Acuerdo Provisorio entre la Santa Sede y China sobre el nombramiento de obispos, firmado en septiembre de 2018 y renovado en 2020 y 2022. Este acuerdo, aunque limitado en su alcance y aún sujeto a tensiones, representó un paso inédito en la búsqueda de reconciliar la autoridad papal con la estructura religiosa china, permitiendo cierto grado de consenso en la selección de obispos en el país asiático. Francisco lo defendió como un gesto necesario para abrir canales de diálogo y evitar una mayor fractura en la comunidad católica china, dividida entre la Iglesia oficial reconocida por el Estado y las comunidades “clandestinas” fieles a Roma.
Por su parte, el liderazgo chino también mostró señales de apertura. Xi Jinping ha impulsado en su política exterior un enfoque de “diplomacia de civilizaciones”, buscando fortalecer vínculos con distintas tradiciones culturales y religiosas, en coherencia con la noción de diversidad civilizatoria que forma parte de la propuesta de comunidad de destino compartido. En este marco, las referencias oficiales al respeto interreligioso y al diálogo intercultural en foros internacionales, así como los mensajes de respeto enviados a la comunidad católica durante celebraciones importantes, formaron parte de una estrategia de construcción de entendimientos más allá de las diferencias ideológicas.
Aunque el restablecimiento pleno de relaciones diplomáticas aún parece lejano (y mucho dependerá de qué tipo de Papados sobrevengan), estos gestos y acuerdos evidencian que, tanto Francisco como Xi Jinping, comprendieron que el nuevo orden multipolar requiere la construcción de puentes allí donde el pasado dejó muros. Más que una táctica coyuntural, este esfuerzo diplomático expresa una convicción profunda: que el diálogo entre civilizaciones y tradiciones distintas no sólo es posible, sino necesario para la paz mundial.
Francisco, China y el porvenir del mundo
La muerte del papa Francisco abre un vacío difícil de llenar. No sólo se va un líder espiritual, sino también un pensador político que entendió como pocos los desafíos de nuestra época. Su voz se alzaba en favor de los pobres, de los pueblos, de la paz, de la justicia ecológica y de la pluralidad de las culturas.
Sin embargo, su legado no queda en el vacío. En el otro extremo del planeta, el pensamiento estratégico chino ofrece hoy una base sobre la cual construir un nuevo orden internacional que recoja muchas de sus intuiciones. No se trata de una copia ni de una alianza automática, sino de una convergencia profunda en torno a ciertos principios civilizatorios básicos.
La multipolaridad que se avecina no será automática ni estará exenta de tensiones. Requerirá una mirada crítica, participación activa de los pueblos y construcción persistente de instituciones alternativas. Pero, por primera vez en mucho tiempo, existe la posibilidad real de pensar un mundo donde la diferencia no sea motivo de guerra, sino fuente de riqueza compartida; donde la política sea espacio de cuidado y no de depredación.
Recordar a Francisco es, entonces, más que un acto de homenaje: es un compromiso con una geopolítica del encuentro, una globalización no imperial, y una humanidad que, como soñaba el Papa y como propone China reconozca que “en ti estoy y en mí estás”.