La violencia decadente de las derechas globalista y continentalista

Fuerzas de Occidente que generan en el Sur Global personajes radicalizados. 

El discurso del presidente argentino Javier Milei en el Foro Económico Mundial de Davos dejó mucha tela para cortar, al tiempo que expuso un estado de situación estructural de la puja geopolítica contemporánea. “Occidente está en peligro”, dijo Milei, “porque aquellos que supuestamente deben defender los valores de Occidente se encuentran cooptados por una visión del mundo que inexorablemente conduce al socialismo”.

Luego de su alocución en Davos, Milei viajó al Estado de Israel para manifestar su apoyo incondicional al genocidio impulsado por Benjamín Netanyahu, se reunió después con la primera ministra italiana, Giorgia Meloni y se mostró más tarde junto a Donald Trump, en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) en Washington. En la capital norteamericana, Milei dijo que “el postmarxismo frente a su derrota en lo económico trasladó sus batallas de lucha de clases a otros aspectos de la vida, por ejemplo, el ecologismo”. En dicha cumbre, a la que viajó junto a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, compartió platea con otros presidentes y políticos afines, como el mandatario de El Salvador, Nayib Bukele, y el líder de Vox, Santiago Abascal. La CPAC es una gran cumbre política organizada por la Unión Conservadora Estadounidense, y el lema escogido para este año fue «Where globalism goes to die«, en castellano, “donde el globalismo va a morir”.

A pesar de la dudosa capacidad de raciocinio del presidente argentino, nada de esta agenda ni de estas afirmaciones fueron improvisadas, y cobran sentido si uno las ubica en el contexto de las pujas geopolíticas estructurales que atraviesa el sistema-mundo capitalista occidental en crisis sistémica, de la cual Milei es parte y expresión.

El fenómeno de la “ultraderecha”, que actualmente genera tantos repudios como legitimidad electoral en gran parte del mundo, es la manifestación de la crisis hegemónica, sistémica y civilizatoria que atraviesa el occidente atlantista. Las posturas “neofascistas” que sostienen muchos de estos personajes, como Milei, Bolsonaro, Bukele, Meloni o Trump, entre otros, son en realidad expresiones desesperadas de determinados grupos de poder por mantener en pie un determinado orden mundial, configurado luego de la Segunda Guerra Mundial, y que se encuentra en crisis estructural desde, por lo menos, la primera década del año 2000.

Nuevas dinámicas de la globalización

Es necesario interpretar la emergencia de estas “nuevas derechas” a partir de las transformaciones en la estructura económica capitalista experimentadas en la década de los 90, cuando luego de la caída de la Unión Soviética el orden internacional experimentó un momento de unipolaridad centrado en los Estados Unidos como hegemón global. Un Estados Unidos que había sido el gran vencedor de la segunda guerra mundial, al quedar prácticamente intacta su estructura económica luego del conflicto bélico, y que al expresar más del 50% del PBI global logró posicionar al dólar como moneda de referencia internacional.

Las grandes corporaciones norteamericanas (principalmente, pero no únicamente), luego de la caída del bloque soviético, salieron a la caza de mercados en todo el globo, y desarrollaron herramientas y regulaciones económicas, jurídicas y culturales para internacionalizar la producción y el intercambio de mercancías.

El proceso de globalización creó las condiciones para el surgimiento de una red de corporaciones transnacionalizadas, con estructura de negocios, capacidad financiera y conocimiento estratégico para operar en el mercado global por encima de la estructura de Estados nacionales. Como expresión de este proceso, la dinámica económica global comenzó a mudarse paulatinamente desde los países centrales hacia economías mucho más rentables y con una mano de obra más barata, las cuales fueron llamadas por los grandes Bancos occidentales como “economías emergentes”.

Estas corporaciones transnacionales se caracterizaron por pasar del modelo “producir localmente (en Estados Unidos o en algún país central) para vender globalmente” al nuevo formato “producir globalmente para vender globalmente”. En este contexto, cobró protagonismo el modelo de negocios basado en la descentralización productiva (fabricar piezas en distintas partes del mundo en función de la rentabilidad para luego encargarse del ensamblado) y la terciarización de la producción no estratégica (generalmente, se reservaba la producción vinculada a la tecnología de punta). 

La capacidad fundamental de las corporaciones, en este marco, no está dada ya necesariamente por la capacidad de producir, sino por la capacidad de financiar. De este modo, comenzaron a cobrar cada vez más relevancia los fondos financieros de inversión global (Blackrock, Vanguard, State Street Corp., Fidelity, entre otros) como los grandes agentes del nuevo capitalismo transnacionalizado. A su vez, como resultado de este proceso, los Estados Unidos dejaron de ser el centro del dinamismo económico global, y producto del proceso conocido como offshoring, los grandes grupos financieros globales comenzaron a trasladar sus negocios a otras regiones del mundo.

Por otra parte, las corporaciones económicas vinculadas con los Estados nacionales centrales de occidente (en Estados Unidos, principalmente aquellas relacionadas con el aparato industrial-militar, las corporaciones del petróleo de Texas, las grandes farmacéuticas, entre otras), continuaron defendiendo un modelo económico centrado en el Estado como soporte de la acumulación capitalista.

Continentalistas vs. globalistas

Lo anterior generó dos modelos de capitalismo enfrentados por la acumulación de la ganancia global, disputa en la cual, a partir de las presidencias de Bill Clinton en Estados Unidos y de Tony Blair en Gran Bretaña, el modelo de la transnacionalización comenzó a llevar la iniciativa estratégica, al desarrollar la capacidad de apropiarse de la mayor parte de la plusvalía mundial. La derogación de la Ley Glass-Steagall en Estados Unidos en 1999, que habilitó la fusión de la Banca Comercial y la Banca de Inversión, resultó fundamental para permitir la conformación de grandes conglomerados financieros internacionales.

Esto agudizó, asimismo, una disputa que rápidamente se volvió estructural en el siglo XXI, y en la cual salió a la luz que la geopolítica y la geoeconomía son dos caras de una misma moneda. En el Norte Global, los partidarios del avance de la transnacionalización financiera globalizada comenzaron a enfrentarse con cada vez más fuerza contra los defensores del sostenimiento del orden internacional dirigido por los Estados-naciones centrales de Occidente.

Los defensores del status quo comenzaron a pujar por mantener un orden internacional configurado en base a potencias centrales industriales y semiperiferias subdesarrolladas. Debido a los cambios en los umbrales del poder experimentados en el último siglo, estos proyectos estratégicos fueron definidos como “continentalistas”, ya que basaban su poder en el control de esferas de influencias directas en sus periferias cercanas (la “Doctrina Monroe” de “América para los americanos” expresaba esta idea, pero lo mismo podemos decir de la constitución de la Unión Europea comandada por Francia y Alemania). Los impulsores de la globalización y la transnacionalización económica mundial, en tanto, fueron catalogados como “globalistas”.

Desde fines de los años noventa, de este modo, la disputa geopolítica se estructuró en torno a la confrontación entre “globalistas” vs. “continentalistas”. 

En Estados Unidos, los continentalistas buscan generar las condiciones para recuperar la iniciativa perdida en los últimos años y reposicionar al país norteamericano como el centro del poder hegemónico global. Como lo señaló en su momento el expresidente George W. Bush, los “continentalistas” se proponen construir un “nuevo siglo americano” o, como señaló más recientemente Donald Trump, “hacer América grande de nuevo”. Para ello, deben reconstruir el debilitado aparato industrial estadounidense, retomar el control del petróleo en Medio Oriente como sostén principal del dólar, la moneda de reserva global. Los continentalistas buscan referenciar el “modo de vida americano”, y ponderar los valores estadounidenses como valores universales, reivindicando a la población “WASP” (hombres blancos, anglosajones, protestantes). Para ello, cuentan con el Pentágono como instrumento militar para orientar sus operaciones de intervención en el extranjero y grandes conglomerados mediáticos como la FOX, así como también tanques de pensamiento como la Red Atlas, la cual ha proporcionado cientos de subvenciones a grupos derechistas y fundaciones en varios países del mundo (entre ellas, la Fundación Pensar de Mauricio Macri) y es financiada por la petrolera Exxon Mobil. Los continentalistas se referencian principalmente con el Partido Republicano estadounidense, sobre todo con el grupo interno más ultraconservador denominado Tea Party, entre los que se encuentran Ted Cruz y Marco Rubio, entre otros.

Los globalistas, en tanto, buscan progresivamente limitar la capacidad de los Estados nacionales para incidir en la libre circulación del capital y las finanzas. Para ello, necesitan promover una nueva territorialidad del poder supranacional y transestatal. Buscan impulsar una moneda global, una justicia global, una ciudadanía global. Su modelo de acumulación está referenciado en el concepto de “Glo-cal”, es decir, de lo global a lo local, sin intermediación del Estado nacional. Entre sus tanques de pensamiento más importantes, se encuentra la Fundación Nacional para la Democracia (en inglés, National Endowment for Democracy, NED), una organización fundada en 1983 a iniciativa del Congreso norteamericano para financiar proyectos que promuevan la democracia liberal en el mundo.

La puja sistémica entre estos dos proyectos estratégicos se expresa también en cuáles son los espacios que se plantean como legítimos para la toma de decisiones globales. Mientras que los continentalistas abrazan e intentan mantener vivo al G7, grupo que nuclea a las principales potencias centrales vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, los globalistas, desde fines de los años 90, empezaron a ponderar al G20, que incluye también a economías emergentes y a las grandes corporaciones, como el foro por excelencia para el abordaje de las cuestiones internacionales.

Un elemento fundamental a considerar en esta disputa es el “asalto” de los globalistas a los Partidos Laboristas, Demócratas y Socialdemócratas en Occidente experimentado a partir de la década del 90. Partidos que eran la base de sustentación política de los proyectos industrialistas en las potencias centrales. Los globalistas, siguiendo la doctrina de la “Tercera Vía” de Tony Blair (es decir, ni capitalismo salvaje ni socialismo), transformaron sus programas políticos y doctrinas ideológicas hacia el neoliberalismo y coparon sus cúpulas de dirigentes afines a las corporaciones financieras transnacionales. De este modo, partidos como el Laborista británico, el Demócrata estadounidense, el Social Obrero español, entre otros, pasaron bruscamente a defender programas económicos ultraliberales, desindustrializantes y antiobreros, lo que representó una transformación en su base de representación política. Las políticas de desindustrialización generadas por la transnacionalización económica en las potencias centrales (que tuvo como expresión la transformación del “cinturón manufacturero” del nordeste y medio oeste norteamericano en un “cinturón del óxido”, o la decadencia de Detroit como ciudad industrial), produjo un descontento de gran parte de la base obrera estadounidense que tradicionalmente había manifestado mayor afinidad con el Partido Demócrata. Muchos de estos trabajadores que adherían a sus propuestas electorales, incluso, comenzaron a verse mayormente representados por los partidos conservadores, con programas de corte nacionalista e incluso industrialista, como lo fue el caso de Donald Trump en los Estados Unidos.

¿Nuevas derechas?

El orden mundial occidental queda entonces enredado entre dos “derechas” (si es que podemos seguir aferrándonos a estas categorías): una derecha continentalista “neoconservadora” y una derecha globalista “progresista”. La derecha neoconservadora, de corte clásico, puja por sostener el statu quo configurado luego de la segunda guerra mundial, con Estados Unidos como gran hegemón global unipolar y Europa y Japón como estados regiones vasallas. Busca sostener los valores tradicionales y el “orden”, frente al “desorden” promovido por los globalistas, es decir, los cambios producidos por una nueva economía globalizada y transnacionalizada. Para esto, se apoyan en el complejo industrial-militar del Pentágono y en el ejército norteamericano como los gendarmes globales, y al dólar como moneda de reserva global. Buscan defender la primacía de los Estados Unidos en los espacios de toma de decisión global, como el Fondo Monetario Internacional o el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Reniegan de la Agenda 2030 y del cambio climático, ya que impacta directamente en el negocio de sus grandes corporaciones del petróleo, y apoyan la avanzada del Estado de Israel como una forma de mantener el caos en Medio Oriente, al que consideran como el “grifo global del Petróleo”, principal sostén del dólar.

Para la derecha globalista “progresista”, los Estados Unidos deben ir perdiendo paulatinamente su primacía en los asuntos globales, los cuales deben ser protagonizados con cada vez más fuerza por los grupos financieros transnacionales. Reniegan de la regulación estatal, principalmente en materia financiera, sostienen una nueva democracia centrada en el ciudadano global por encima de cualquier identidad nacional o particularismos culturales. Su arma de guerra es la OTAN, convertida en una fuerza armada global, e incluso han planteado avanzar hacia un sistema monetario por encima del control de los Estados nacionales (como pueden ser las criptomonedas). En una de las últimas cumbres del Foro Económico Mundial de Davos, llegaron a plantear la necesidad de un “Gran Reseteo” global, que reconfigure el orden internacional en sintonía con las nuevas relaciones de fuerza globales.

La crisis civilizatoria de Occidente y ascenso del Sur Global

Para completar este panorama de disputas geopolíticas, debemos decir que, a partir de las primeras décadas del siglo XXI, los Estados del Sur Global han crecido en sus capacidades de disputa en las distintas dimensiones del poder global. En parte, debido al fracaso rotundo que ambos proyectos han tenido para generar condiciones de vida digna en el 90% de la población mundial, el peligro de una catástrofe ambiental generada por el ávido de lucro desenfrenado, la desigualdad y la miseria que han esparcido por el mundo y la decisión de impedir que los países en desarrollo sean participes de las decisiones atenientes al futuro de la humanidad. El Occidente capitalista se encuentra en estado de declive civilizatorio estructural. 

De este modo, continentalistas y globalistas tienen actualmente un enemigo común: el Sur Global, como identidad geopolítica que contiene a aquellos Estados que están protagonizando la transición hacia un nuevo orden internacional multipolar y pluriversal.

Ambos proyectos, en este sentido, utilizan a sus tanques de pensamiento y a medios de comunicación afines para construir antinomias que intentan “llevar agua para cada molino”, es decir, construir hegemonía. Por un lado, los continentalistas plantean la división “estatismo/socialismo” (que engloba tanto a globalistas como a multipolaristas) vs. “Orden”. Los globalistas, en tanto, plantean la antinomia “fascismo” (que incluye tanto a continentalistas como a multipolaristas) vs. “democracia”, una democracia formal y limitada centrada en el ciudadano, ya no en los Estados nacionales.

El fortalecimiento de espacios de cooperación e integración como el BRICS, la Unión Económica Euroasiática, la Organización para la Cooperación de Shanghái, la Iniciativa de la Franja y la Ruta o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), contribuyen en conjunto a debilitar a ambos proyectos capitalistas y, por lo menos desde 2014, da lugar a una nueva contradicción principal en el sistema mundial, entre los impulsores de un orden internacional unipolar (con los globalistas con iniciativa, aunque cada vez menor) y los impulsores del multipolarismo (con China como actor principal, pero no el único).

En este marco, los grupos continentalistas se encuentran en situación de debilidad estratégica, lo que los pone en situación de retroceso geopolítico. Y cuando hablamos de retroceso, hablamos de la posibilidad de que queden subordinados definitivamente al globalismo financiero neoliberal, y pierdan definitivamente su lugar en la disputa de poder internacional. 

Por eso dice Milei que “Occidente está en peligro”. Al estar perdiendo aceleradamente posiciones de poder, los continentalistas pasan a impulsar posiciones extremadamente neoconservadoras y agresivamente intervencionistas, disputando terreno tanto contra los globalistas como contra los multipolaristas. El enfrentamiento de los sectores del trumpismo tanto contra los “magnates financieros” de Wall Street como contra China y el socialismo, es manifestación de este estado de situación. Las declaraciones de Milei, acusando de “zurdos” a los magnates de Davos, también.

La puja sistémica entre globalistas y continentalistas adquiere tintes específicos en el Sur Global, donde en los últimos años comenzaron a ganar protagonismo personajes que radicalizan su discurso contra el Estado, los derechos humanos, la problemática ambiental y la igualdad de género, entre otras cuestiones, para proponer una ortodoxia individualista, ultraconservadora, militarista y que añora volver a los años de hegemonía estadounidense en la región. Javier Milei, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele, Álvaro Uribe Vélez son, con matices, expresiones de este proceso.

De este modo, este grupo de mandatarios no son “cisnes negros” que aparecen de forma casual en la política nacional, sino manifestaciones de un proceso de descomposición del sistema mundial capitalista occidental y de crisis de la hegemonía norteamericana.

Las derechas radicalizadas no son lo nuevo. Lo nuevo es la crisis civilizatoria, la transición sistémica y el alumbramiento de un nuevo orden internacional posoccidental.

Compartir nota:

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp