Las espectaculares elecciones de una democracia socavada

La frusilería del proceso electoral de EE.UU. evidencia problemas de representatividad.

La campaña presidencial de Estados Unidos viene acumulando ingredientes para mantener alerta la atención de forma permanente. Sin embargo, son el éxtasis de una democracia cuyos mecanismos de representación están muy deteriorados, de modo que enormes sectores de la población ve empeorar sus condiciones de vida. En esta nota presentamos aportes de varios autores de Tektónikos que explican que el show electoral es la superficie de juegos de poderes concentrados que son quienes realmente deciden sobre la economía, la sociedad, la relación con la Naturaleza y la guerra.

En sus discursos, Donald Trump gira la cabeza para mirar a su izquierda y a su derecha. El francotirador que le disparó el 13 de julio fue muy preciso y quiso dejarle sólo una marca en la oreja o falló y le disparó cuando el candidato miraba en la dirección correcta para salir indemne. Nunca sabremos qué pasó porque —en lo que ya parece un ritual en el país de William McKinley, Abraham Lincoln, James A. Garfield y John F. Kennedy.— los magnicidas son exterminados antes de que abran la boca. Este detalle, esos 8 milímetros que mediaron entre la vida y la muerte de Trump, parece un indicio de la volatilidad de la campaña presidencial, el escenario más espectacular de la política de Estados Unidos, que tuvo en pocos días a un presidente doblegado por la senilidad en un debate televisivo, el episodio del disparo a su contrincante, la renuncia del candidato más anciano a la campaña presidencial —no a la presidencia, pero ¿puede ser presidente alguien que renuncia a serlo dentro de pocos meses?—  y la candidatura de la primera mujer de origen asiático y africano en la historia del país. Kamala Harris ascendió rápidamente en la aceptación de una porción de los estadounidenses, recaudando 310 millones de dólares en julio, cifra récord impulsada por un alud de donaciones, contra 139 millones de dólares reportados por la campaña de Trump y con dos tercios del dinero recaudado proveniente de personas que donaron por primera vez. Superó en las encuestas a Biden y alcanzó a Trump, lo que puede anunciar que ganará las elecciones o puede no significar nada, porque la ley imperante parece ser lo inesperado.

El teatro de las elecciones

El 5 de noviembre, además de presidente y vice, se elegirán 435 congresistas de la Cámara de Representantes y 33 senadores, un tercio del total que se renueva cada seis años. Asimismo, están en disputa las gobernaciones de los estados de Delaware, Indiana, Missouri, Montana, New Hampshire, North Carolina, North Dakota, Vermont, Utah, Washington y West Virginia.

El sistema electoral estadounidense presenta problemas como la ausencia de una autoridad federal con competencia electoral y el voto por correo, que no deja de despertar sospechas. Los votantes no elegirán de modo directo al cuadragésimo sexto presidente de la nación, sino que la elección recae en el Colegio Electoral, en el que 538 electores votarán en cada uno de los 50 estados del país y el Distrito de Columbia.

La última elección presidencial terminó en el escándalo de un Trump no reconociendo la derrota e impulsando a sus seguidores a tomar el Capitolio. El analista Leandro Morgenfeld, del Instituto de Estudios Históricos, Económicos, Sociales e Internacionales (IDEHESI), estima que “existen posibilidades de que el proceso de elección del jefe de la Casa Blanca vuelva a provocar un escándalo político-institucional como el mencionado de 2020 o como el del 2000, cuando George W. Bush ganó por apenas 538 votos el estado de Florida, donde gobernaba su hermano Jeff, luego de semanas de controversias e impugnaciones judiciales y acusaciones de fraude electoral, profundizando la crisis del liderazgo global que Estados Unidos padece desde el inicio de este siglo. Trump viene tensionando el sistema político estadounidense hace casi una década y todo indica que va a seguir haciéndolo. La fractura de las clases dominantes, a pesar de lo que muchos analistas auguraron, no se cerró con la asunción de Biden en 2021.” 

Morgenfeld también señala que en 2016 “de una población total de 325 millones de personas, había habilitados para votar 231 millones, pero sólo ejercieron ese derecho 137 millones. La participación fue de apenas el 55% de los votantes habilitados. Trump, entonces, se convirtió en presidente con apenas el 27% de los votos del total de personas en condiciones de sufragar.”

En la arena de la campaña electoral, se señalan como ventajas de Harris su trayectoria como fiscal, que la acredita apoyada en la “ley y el orden” ante la preocupación pública por el crimen y la seguridad, ante un oponente que ha sido condenado por múltiples delitos graves. Por otro lado, se menciona su mal desempeño en las primarias de 2020, su vulnerabilidad a las acusaciones de ser extremadamente liberal, hay dudas sobre su estilo de liderazgo y si podrá pasar de ser una favorita de la alta sociedad de la Costa Oeste a ser una figura presidencial para todos los estadounidenses. 

Pero la coronación de Harris ha sido exhibida como perfecta, los líderes demócratas no hay mostrado grietas sobre el proceso de elección o sobre sus cualidades, y tiene el apoyo de Barack y Michelle Obama. 

En Trump y Vance converge la nueva derecha, que trae consigo un gran bagaje cultural muy conservador. Trump ha tratado de mostrarse tomando distancia del Project 2025, de la Heritage Foundation, y nadie le cree realmente. Se trata de un plan de gobernanza que incluye despedir a decenas de miles de empleados públicos y reemplazarlos por personas leales a la causa conservadora, erosionar la separación de poderes, atacar a la educación pública y eliminar o restringir los derechos de las mujeres, las personas LGBTQ, trabajadoras, inmigrantes y negras. También aspira a desmantelar las políticas para enfrentar el cambio climático y a impulsar un modelo energético basado en los combustibles fósiles.

“El Proyecto de Transición Presidencial 2025 es el esfuerzo unificado del movimiento conservador para estar listo para que la próxima Administración conservadora gobierne a las 12:00 horas del mediodía, el 20 de enero de 2025”, escribe en la introducción del documento Paul Dans, director del Project 2025 y uno de los principales asesores que tuvo Trump durante su presidencia.

El Project 25 propone una acumulación de armas nucleares, mencionando ampliaciones militares que “incluirán una fuerza de submarinos de misiles balísticos (SSBN) más grande, ojivas adicionales en el sistema de disuasión estratégica terrestre de Estados Unidos y una variante modesta y móvil del sistema de disuasión estratégica terrestre. En el corto plazo, Estados Unidos incorporará ojivas nucleares no estratégicas de su arsenal de reserva a las capacidades de teatro de operaciones existentes”.

Trump ha dicho que si pierde llegan “el comunismo” y “los transgéneros”. Es un discurso típico de la ultraderecha, que corean los Milei o los Bolsonaro. El anticomunismo es una fibra que viene ya del siglo XIX y se profundizó luego de 1917 y 1945. 

La cuestión del transgénero es más compleja. Para los ultrareaccionarios, pero también para muchos analistas que no lo son, o que incluso son progresistas, en la debacle evidente de Occidente influyen cuestiones profundas que pueden rastrearse en lo religioso. 

Emmanuel Todd, por ejemplo, dice que si el auge capitalista liberal se asoció al protestantismo (según la formulación de Max Weber), en sentido inverso la caída de valores religiosos sería equivalente a su decadencia. Y si en la destrucción de modelos familiares o ritos de fe —verificable en los principales credos occidentales— podrían ser aceptables, de mala gana, por ejemplo, la diversidad sexual, en cambio la transexualidad representaría una línea roja cuyo traspaso marca el fin de una era. 

Trump y quienes diseñan esa ideología machacan una y otra vez sobre el punto. Muy probablemente, él lo haga cuando debata con Harris el 10 de septiembre.

Los perfiles de los candidatos a vicepresidentes agregan matices al show electoral. 

Del republicano James David Vance, un senador por Ohio de 39 años, se enfatiza que nunca dejó de defender en el Congreso la lucha contra la migración, la defensa del proteccionismo económico, la negación del cambio climático y otras causas que son bandera de Trump, e incluso parece estar más a la derecha en cuestiones como el aborto.

Ha sido recurrente, cada vez que se lo ha presentado, mencionar su libro “Hillbilly Elegy: A Memoir of a Family and Culture in Crisis”, un relato autobiográfico que se convirtió en bestseller y película de Netflix, en el que Vance narra su infancia en unos Estados Unidos de blancos castigados por el desempleo y las adicciones, dando voz a una clase trabajadora desilusionada y resentida. Diferentes analistas coinciden en que la designación de Vance busca la victoria en Ohio, Virginia Occidental, Pensilvania, Michigan, Wisconsin y otros baluartes del “Rust Belt”, cuyos votos electorales decidirán la presidencia.

Quienes fustigan su tendencia a la derecha recuerdan que el multimillonario financiero tecnológico Peter Thiel, ligado a Elon Musk, fue quien solventó su campaña republicana para el Senado de Ohio. La posición política de Thiel gira en torno a la idea de que la ideología liberal, la burocracia gubernamental esclerótica y las élites incompetentes han pervertido las perspectivas del progreso tecnológico. “Ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles”, escribió.

En tanto, el candidato elegido por Kamala Harris, Tim Walz, está siendo presentado como quien saltó a la atención nacional después de acuñar por sí solo la nueva estrategia de ataque de todo el establishment demócrata contra Donald Trump y los republicanos, y como un gobernante que se ha ganado el respaldo de los sindicatos defendiendo políticas en beneficio de los trabajadores, con lo que aportaría la aceptación de la clase trabajadora blanca, un sector clave que los demócratas han estado perdiendo. Fue elegido con el respaldo de los demócratas de la Cámara de Representantes e incluso de la expresidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi.

El frente externo

Un balance del gobierno de Biden debe considerar que ha recibido y propiciado un orden internacional en que las instituciones fundamentales como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y la Organización Mundial del Comercio, están enredadas por los desacuerdos entre sus miembros, Rusia se ha movido de modo soberano, China propone una configuración que no tiene a Estados Unidos como el patrón del mundo, potencias regionales como Brasil, India, Turquía y los Estados del Golfo han ganado poder para elegir con quién negociar y, en total, surge un esquema global nuevo. 

Quien sea que gane las elecciones en noviembre, tendrá que hacerse cargo de la madurez de un proceso que huele a decadencia. Estados Unidos podría estar acercándose a la amarga verdad de que su descrédito como líder mundial no tiene vuelta atrás. Su guerra contra el terrorismo creó terroristas y destrucción, alimentó una crisis migratoria global y contribuyó a un arco de inestabilidad desde el sur de Asia hasta el norte de África. Sus sanciones de Gran Sheriff global promovieron soluciones alternativas, lo que incluye la merma del dólar como arma financiera. En el plano ideológico, ha ido creciendo la consciencia, país tras país, de que Estados Unidos no es el paladín de la democracia que se creía. Entre esos países está el propio Estados Unidos, cuya sociedad es testigo de la hipocresía flagrante de suministrar armamento al gobierno israelí para bombardear a civiles palestinos con sadismo genocida. ¿Qué autoridad tiene un gobierno que critica a Rusia por las mismas acciones que Israel lleva a cabo en Gaza con su apoyo?

La cuota de sensatez que hay en la sociedad norteamericana comprende que en las manos de sus políticos está alentar o evitar una guerra global, responder a la crisis climática y abordar el auge de nuevas tecnologías.

Analistas políticos como Ben Rhodes, exasesor de seguridad nacional y redactor de discursos de Barack Obama, creen que ante este escenario, Trump tiene el apoyo de los aquellos que han perdido la confianza en sus élites y que están cansados ​​de las guerras, lo que está relacionado con la reacción contra una globalización que sienten como fuente de desindustrialización y desigualdad. Sin embargo, en su gestión internacional, Trump empeoró la situación con Irán y en Israel, atrajo una maroma de pobres con su presión sobre Venezuela y Cuba y su guerra a China terminó convirtiendo al gigante de Asia en un socio más racional y predecible para gran parte del mundo. 

Los demócratas sostienen que el menor apoyo estadounidense a Ucrania prometido por Trump fortalecerá a Putin, debilitará a aliados europeos y promoverá nacionalismos de derecha, a lo que contribuiría también su propia democracia devaluada. Así, el candidato republicano prometería más complicaciones que soluciones a problemas globales que sólo pueden gestionarse con la cooperación. 

Por su parte, Kamala Harris habrá de revisar la política de Biden de crear innumerables asociaciones con países leales, como el Aukus con Reino Unido y Australia o como las alianzas con naciones europeas para amenazar a Rusia y apoyar a Ucrania. Nada hace prever que interrumpa lo que Estados Unidos viene haciendo con la guerra en Ucrania y la OTAN. Respecto de Oriente Medio, anuncia una continuidad, aunque dejando en claro su menor apego ideológico a Israel y presentando un costado más humanitario. Con Irán, es crítica con el régimen de los Ayatollahs y la Guardia Revolucionaria, pero propensa al diálogo. Quizás Harris deba elegir entre persistir en la búsqueda de la primacía y evitar una guerra mundial. 

Rhodes recomienda que Estados Unidos preserve el statu quo respecto de Taiwán, invirtiendo en la capacidad militar de la isla pero evitando cualquier conflicto y movilizando el apoyo internacional para una solución pacífica.

Las dos fuerzas políticas norteamericanas compiten por producir la retórica más enérgica contra China y la limitación de su papel global. Algunas posiciones buscan tácticas más agresivas por parte de Estados Unidos, como el exasesor adjunto de seguridad nacional Matt Pottinger, quien ha sostenido que la competencia con China “debe ganarse, no gestionarse” y otras propenden a una estrategia de coexistencia. Todas coinciden en la necesidad de que la política estadounidense hacia China debe ser bipartidista para tener éxito. 

Todo hace prever que el próximo gobierno de Washington seguirá priorizando la competencia y el ataque a China, relegando la cooperación a un plano contingente. Trump ya habló de un arancel del 60% sobre todos los bienes fabricados en China y anunció un desacoplamiento tecnológico más amplio. 

Podría esperarse que Trump prefiera acuerdos bilaterales y Harris tenga más capacidad para movilizar aliados contra China en estrategias más organizadas y predecibles. 

Finalmente, ninguno de los dos anuncia un conflicto militar inminente ni importante, ni cortar todos los contactos económicos y sociales.

La democracia en desmoronamiento

En los últimos sustratos donde se toman las decisiones que afectan toda la realidad, el reino de los verdaderos poderes, la política permanece más estable que en la volátil superficie electoral. Estados Unidos se ha instituido como paradigma de la democracia, pero sus gobiernos desempeñan un papel cada vez más subordinado a los intereses de los grandes monopolios trasnacionalizados. 

El exembajador de Argentina ante la Organización de Estados Americanos (OEA), Carlos Raimundi, se pregunta si Estados Unidos puede llamarse realmente democracia: “¿Cualquier ciudadano o ciudadana de a pie está en condiciones de involucrarse en el sistema? Y en caso de que lo estuviera, ¿una vez en el ejercicio de la representación, tendría margen para defender otros intereses que no sean los de los grupos que financiaron su candidatura? ¿No estamos más bien frente a un sistema de inversiones económicas de grupos privados antes que de representación ciudadana? ¿No son esos candidatos piezas de engranaje de una maquinaria de poder privado antes que mandatarios del interés general?”

El dirigente político y analista internacional evalúa que “estamos frente a un pequeño manojo de corporaciones trasnacionales dedicadas a la especulación financiera, al negocio del armamento, del comercio electrónico, de los medicamentos, alimentos, semillas y fertilizantes, con el telón de fondo de los grandes servidores digitales, de los cuales buena parte de la población mundial ha pasado a depender estrechamente para realizar su vida cotidiana. Todo lo cual requiere un profundo disciplinamiento social de modo de que ninguna anomalía altere el normal funcionamiento del sistema.”

Leandro Morgenfeld agrega que “desde que George W. Bush desreguló los aportes electorales privados —y de las corporaciones y lobistas— quedó más en evidencia que lo que realmente existe es más una plutocracia que una democracia. En 2010 la Corte Suprema, con mayoría conservadora, falló a favor de la desregulación de estos lobistas. En 2016, por ejemplo, se registraron 2.368 SuperPACs (Comités de Acción Política) ante la Comisión Federal Electoral, grupos de lobistas que invirtieron más de 1.000 millones de dólares en esas campañas presidenciales. Si se suman los gastos de los aspirantes a las Cámaras de Representantes y de Senadores, las cifras se disparan. La carrera para controlar el Capitolio insumió 4.267 millones, de dólares. El gasto total estimado alcanzó la astronómica cifra de 7.000 millones de dólares hace ocho años. Y sigue creciendo desde entonces.”

Las fuerzas que determinan el panorama político

El analista global Marcelo Brignoni sostiene que Estados Unidos es “el único de los países importantes en el mundo cuya política de defensa y cuyo criterio de selección de los conflictos que enfrenta en distintos lugares, están vinculados al interés de mercado de sus contratistas militares y no ya a su política soberana como Estado Nación.”

Agrega que observando “las operaciones de contrainteligencia de la CIA para justificar matanzas y guerras posteriores y la muchedumbre de ex activos de la CIA y de las Fuerzas Armadas entre los CEOS de las ‘Private Military Companies’, se aprecia el inocultable cambio de paisaje, que profundiza la indefensión de la política estadunidense ante el avance indiscriminado de la facturación de los señores de la muerte, como eje articulador real de la política exterior del Departamento de Estado.” 

Brignoni sostiene que la “captura” del gobierno de Estados Unidos “por parte de los señores de la muerte ha expulsado de su sistema político a las viejas elites” y menciona a empresas militares que proveen equipamiento a Estados Unidos como Lockheed Martin, Boeing, BAE Systems, Raytheon Company, Northrop Grumman y General Dynamics.

El especialista política internacional y escritor Eric Calcagno destaca que el panorama político de los Estados Unidos está menos determinado por las elecciones que por poderes profundos como el de BlackRock. Reseña que “durante la crisis del 2008, la Reserva Federal de los Estados Unidos apeló a los consejos de BlackRock para capear la crisis de las hipotecas. Como se dijo en ese caso, recibió dinero por la administración, recibió dinero por las operaciones de rescate y rescató a las empresas donde BlackRock es accionista. Durante la pandemia del COVID-19, la Reserva Federal le encargó a BlackRock que gerencie la emisión de bonos públicos, en un momento en que Estados Unidos necesitaba liquidez para afrontar la crisis. El New York Times de la época caracterizó a BlackRock como ‘el cuarto poder’”. 

La empresa, dice Calcagno, “ocupa un poco el lugar de prestamista en última instancia, no como tal, pero sin quien el verdadero prestamista en última instancia no podía hacer mucho, ni a tiempo. O eso dice. Ahora Larry Fink es parte del rediseño financiero del Occidente colectivo: reemplazar al Estado es otra de las características de BlackRock. Eso consiste en ejercer potestades públicas, antes definidas por el sufragio universal, ahora determinadas por la parte de BlackRock tenga de su empresa o de los bonos emitidos por su Estado.”

De los poderes concentrados que determinan a qué intereses reales responderán Trump, Kamala Harris o quien llegue a la presidencia, depende qué rumbo tomará Estados Unidos.

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