Las venas abiertas de Malvinas

Cómo pensar y vivir soberanía desde Río Grande, la Capital Nacional de la Vigilia. Por Fernando Capotondo*

La estudiante acaba de recibir su diploma y, emocionada, se besa el buzo de egresada a la altura del corazón, justito en el lugar donde lleva impresa una imagen de las Islas Malvinas. La escena puede resultar trivial, incluso fuera de contexto, pero se inscribe entre los pequeños-grandes gestos que definen a los pobladores de la ciudad de Río Grande, en Tierra del Fuego, la provincia más austral de Argentina que abarca islas del Atlántico Sur y la Antártida Argentina, a 42 años de la guerra y en medio de un panorama político complejo, que invita a repensar más que nunca de qué hablamos cuando hablamos de soberanía, despojo y colonialismo.

En efecto, la histórica reivindicación que “las Malvinas son Argentinas” está omnipresente en la vida cotidiana de la inmensa mayoría de los habitantes de Río Grande, a diferencia de otros lugares del país donde las referencias a las islas suelen limitarse a alguna que otra efeméride del conflicto bélico del ‘82.

Río Grande es una ciudad “malvinera”, como gustan decir sus habitantes. En todos los actos (incluso los políticos) se canta la “Marcha de las Malvinas”, los guardapolvos y uniformes escolares lucen la imagen de las islas, hay murales conmemorativos a la vuelta de casi todas las esquinas y es casi un récord la cantidad de lugares públicos que llevan el nombre de algún excombatiente o veterano de guerra. 

Pero más allá de estos sellos de indudable valor material y simbólico, la marca registrada de Río Grande es su condición de “Capital Nacional de la Vigilia por la Gloriosa Gesta de Malvinas”, según lo dispone la Ley Nacional 26.846, de marzo de 2013. 

Este reconocimiento es producto de una historia que comenzó hace 29 años cuando un puñado de excombatientes se reunió junto al mar, al amparo de unos tachos de fuego, para compartir vivencias, pesares y reivindicaciones que habían sido injustamente invisibilizadas en la década de 1990. En aquel contexto, la vigilia fue el primer paso de un proceso que se hizo colectivo, plantándose frente al individualismo que impulsaba el neoliberalismo de entonces y, valga la paradoja, de ahora también.

“A los que no viven en Río Grande les cuesta entenderlo, pero una vez que están en la vigilia caen en la cuenta de lo que significa y significó Malvinas para los veteranos”, explica a Tektónikos Miguel Elías Vázquez, locutor oficial de las casi treinta ediciones de la vigilia, incluso de las que se realizaron puertas adentro durante la pandemia.

“Mi intención —agrega— es que la gente comprenda que el veterano carga todos los días con la mochila de la posguerra, y que la vigilia consiste en proponerles ‘apoyate en mi hombro y dame la mochila que te la tengo un ratito’. Eso vale un montón. Hay muchos que se sienten culpables por haber sobrevivido y la compañía que se les puede dar en ese momento es fundamental”.

Para Darío Robaina, artesano y vecino de Río Grande desde hace más de cuatro décadas, la vigilia constituye un encuentro que moviliza a toda la comunidad para “recordar tanto a los que volvieron como a los que no pudieron hacerlo”, según indica.

“Es precioso —describe— aunque no sé si es correcto usar esa palabra, pero a las 0 horas del 2 de abril empieza a sonar una sirena, que es la misma señal de alerta que se escuchaba en la guerra cuando había peligro de un ataque. También se hace un simulacro del desembarco en Malvinas, cuando se rindieron los ingleses y flameó nuestra bandera en un territorio que sin dudas nos pertenece… Ves todo eso y se te caen las medias de la emoción”.

“Lo único que hay que aguantar en la vigilia es el frío y el fuerte viento que tenemos, que es como una marca registrada de Río Grande. Aunque la verdad, cuando ahí con mis medias secas, botas, pantalones de invierno, buzo, campera, gorro y guantes, lo que te hace olvidar el frío y te sigue dando fuerzas es pensar, pucha, lo que debieron haber soportado los chicos en las Malvinas”, reflexiona Robaina.

Avance colonial

Más allá de la vigilia, las heridas que dejó abiertas la guerra parecen soslayar el hecho que la ocupación británica de Malvinas ya lleva 191 años, con graves consecuencias políticas y económicas, que hoy se profundizan de la mano de un colonialismo que parece haber perfeccionado sus mecanismos de impunidad.

Daniel Guzmán, ex soldado combatiente y director del portal de noticias “Agenda Malvinas”, defiende esta mirada sobre el proceso histórico de las islas y se muestra sumamente crítico con el tratamiento periodístico que observa frente a las actuales formas de avance colonial, entre ellas el persistente robo de recursos naturales, la proyección del desarrollo antártico, la interacción con empresas petroleras argentinas y las concesiones de la Cancillería en su relación con la embajada británica, entre otros temas minimizados o directamente invisibilizados.

“No hay una percepción cotidiana del despojo”, afirma el investigador y autor de diversas iniciativas legislativas vinculadas con Malvinas. “Tenemos el ejemplo de Río Grande —explica—, una ciudad que no tiene puerto ni barcos pesqueros, cuando en Malvinas tienen 116 barcos pescando calamar”.

“¿Por qué no se denuncian las 250 mil toneladas de recursos pesqueros que se llevan los kelpers todos los años? A las pesqueras les podemos tirar todo el código aduanero, pero nadie hace nada”, señala a Tektónikos.

En este punto coincide el locutor y periodista Vázquez, al comentar que “las potencias mundiales miran qué pueden sacar de acá”, en referencia al Atlántico Sur, aprovechando un contexto nacional en el que “muchas veces el tema Malvinas deja de ser una política de Estado”.

Al respecto, recuerda que siguen vigentes los lamentables Acuerdos de Madrid (firmados en 1989 y 1990, bajo la gestión de Carlos Menem, legitimando la administración británica con un “paraguas” para los reclamos de soberanía de la Argentina) y el no menos vergonzoso Pacto Foradori-Duncan (firmado en 2016, durante el gobierno de Mauricio Macri, con una serie de concesiones claves a los intereses ingleses).

La mesa sigue servida para el despojo. 

Todo es historia

Lo curioso es que esta falta de ejercicio de la soberanía convive, como se señaló, con innumerables reivindicaciones que ya se incorporaron a lo cotidiano. En ese sentido se inscribe la decisión oficial adoptada en Río Grande de interrumpir los desfiles patrios del 25 de Mayo (Día de la Revolución de Mayo) y el 9 de Julio (Día de la Independencia), para que el único que quede en pie sea el del 2 de abril (Día Nacional del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas), que se realiza en el marco de “ese momento de paz sagrada” que constituye la vigilia, según define el profesor de historia Esteban Rodríguez.

“Cuando hablo con mis estudiantes, me gusta decir que Malvinas fue la tercera invasión inglesa y que fue exitosa. Los estadounidenses destruyeron todo y después llegaron los ingleses y se quedaron. Hay que recordar que el Canal de Panamá no existía y Malvinas era un lugar fantástico para la navegación interoceánica. Había una cuestión estratégica que para nosotros era menor, pero que los ingleses agarraron al vuelo. Trato de construir Malvinas desde ahí y, en ese proceso, siempre planteo que los 74 días de la guerra son lo menos importante”, dio cátedra a Tektónikos.

En ese mismo proceso, explica, el Mapa Bicontinental de la Argentina constituye una de las herramientas fundamentales para delimitar los derechos soberanos del país, ya que muestra la superficie del territorio nacional tanto en el continente americano como en el antártico. 

“Si usás el Mapa Bicontinental, como dice la ley, podés entender la verdadera proporción del tamaño de la Nación y saber por qué la provincia se llama como se llama”, indica Rodríguez en referencia al nombre de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, al que pertenecen las Malvinas.

En este contexto, otra palabra con peso propio es la que los argentinos eligen utilizar a la hora de referirse a los pobladores de las islas. “A los kelpers se los sigue llamando kelpers. Porque negarles entidad en el nombre es, de alguna forma, avanzar con nuestros reclamos”, según reivindica Carlos Oyarzun, delegado de la obra social del Sindicato de Estaciones de Servicio de Tierra del Fuego (OSPES). 

En efecto, los argentinos no suelen hablar de “isleños” o “habitantes de las Malvinas”, y prefieren seguir usando un término peyorativo que, según recuerda Oyarzun, “en una época era como un insulto de los ingleses hacia quienes consideraban ciudadanos de segunda, a los que les habían pagado para vivir en las islas”. 

Hoy, la desconfianza con los kelpers es mutua y las reacciones personales van desde la indiferencia hasta el más absoluto de los desprecios, sentimientos que algunos fueguinos también dirigen más allá de la Cordillera de los Andes. “Los chilenos son una manga de traidores, no olvidemos que en la guerra les daban información a los ingleses y hace poco mandaron aviones cazas para verificar si un avión argentino había violado el espacio chileno”, se indigna Oyarzun al recordar a Tektónikos el incidente ocurrido hace semanas en el Estrecho de Magallanes, que fuera oficialmente desmentido por el Ministerio de Defensa de la Argentina y oficialmente confirmado por el gobierno de Sebastián Boric.

Contrasentidos y comunidad

Luis Sandez hizo el Servicio Militar Obligatorio en Río Gallegos (Santa Cruz) y en 1978 fue uno de los miles de “colimbas” que fue movilizado a Río Turbio por el Conflicto del Beagle que casi termina en una guerra entre la Argentina y Chile. Quizás, esa experiencia hizo que ocho años después decidiera abandonar su barrio porteño de Balvanera para instalarse en Tierra del Fuego, donde dirigió la Casa de Previsión de la provincia.

Desde Río Grande, mantiene una mirada crítica sobre el centralismo de Buenos Aires y defiende la enérgica actitud que suelen tener los fueguinos al hablar sobre soberanía nacional, tal como ocurrió en Tolhuin cuando toda la comunidad se manifestó contra la instalación de un radar, aparentemente inglés, en una estancia privada.  “Hubo un acto simbólico —evoca— y después un acampe, se armó un revuelo bárbaro. El hecho político que reivindicamos es que hubo una reacción del pueblo. Estoy seguro que si hubiera ocurrido en otro lado, la movilización de repudio hubiera sido menor o directamente no hubiera existido”.

“No nos sentimos colonia y defendemos nuestra provincia. No arriamos ninguna bandera, ni tenemos pensado hacerlo”, agrega Sandez, en una declaración de principios malvineros que trasciende a otras cuestiones de la coyuntura nacional. 

“Cuando Milei dijo que admiraba a Margaret Thatcher (ex Primera Ministra del Reino Unido que declaró la guerra a la Argentina), la noticia le cayó pésimo a todo el mundo, pero bueno, Milei igual terminó ganando las elecciones en la provincia. ¿Qué pasó? Fue todo un contrasentido. Por eso, el último 2 de abril sentí curiosidad por ver cómo iban a cantar el himno muchos de los que lo habían votado”, recuerda.

Más allá del generalizado rechazo que generaron las palabras del presidente libertario, es preciso destacar que la presencia de excombatientes explicando Malvinas en las escuelas, hospitales, cooperativas y clubes de barrio, ya forma parte de una suerte de “perspectiva malvinizadora” que mantiene vigentes los históricos reclamos soberanos sobre las islas.

Como bien señala la socióloga Nadia Finck, “la imposibilidad de ejercer la soberanía es algo que sigue construyendo comunidad”, a pesar de algunas políticas que parecen apostar sus fichas al individualismo y a la destrucción de toda la trama social. Las 20 mil personas que en abril asistieron a la vigilia quizás sean un buen ejemplo de esta auspiciosa contradicción.

“El reclamo de soberanía hay que hacerlo, al igual que las denuncias por el colonialismo y contra lo que fue la dictadura. Va todo junto, con la complejidad que ello implica”, indica a Tektónikos la hija del ex combatiente Juan Finck.

“Hay otra cuestión —concluye— que está vinculada con el plano de lo espacial y lo simbólico: asumir que desde la costa de Río Grande estamos a solo 700 kilómetros de Puerto Argentino y eso también forma parte de ese ejercicio de reclamo soberano”.

Quizás sea hora de cumplir con la Ley 26.651 sobre el uso obligatorio del Mapa Bicontinental de la República Argentina, que ubica al Atlántico Sur y a las Islas Malvinas como el verdadero centro del país. Tal vez, plantear otra realidad geográfica contribuya a pensar conceptos, como el de soberanía, desde una mirada diferente, nueva, superadora. 

En una de esas se podrían ganar batallas, que hoy parecen perdidas. Mal que le pese a Milei y a su maldita admiración por la Thatcher.

* Periodista con conocimientos sobre China. Jefe de redacción de Contraeditorial y director del sitio de cultura asiática Llibres. Fue jefe de redacción de la Agencia de Noticias Télam y del diario Tiempo Argentino, además de director del diario Crónica.

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