En Kazán, la cuestión monetaria como opción al poder del dólar asomó como relevante porque altera estructuras imperantes hace décadas
Los BRICS ampliados concluyeron en este octubre su XVI reunión oficial. Un evento significativo en muchos aspectos, incluyendo el hecho de haberse realizado en Rusia en medio de las sanciones “occidentales” y con una asistencia masiva de delegaciones internacionales. La más llamativa, tal vez, fue la del secretario general de la ONU como observador, una clara señal de que estamos quizá en presencia de nuevos tiempos a nivel mundial.
No fue casualidad que la ciudad elegida para el encuentro no fuera ninguna de las ciudades más icónicas de Rusia, como Moscú o San Petersburgo. Por el contrario, se eligió Kazán, la octava ciudad en tamaño del país, pero altamente simbólica en diferentes aspectos: es la capital de la República Autónoma de Tataristán, región donde conviven desde hace siglos habitantes de lengua túrquica y eslava, musulmanes y cristianos ortodoxos, geográficamente un puente entre Europa y Asia. Toda una señal por parte de las autoridades rusas como indicador del mundo multicultural al que están buscando integrar a los BRICS como respuesta al llamado mundo occidental, mucho más homogéneo.
El documento final de la reunión, de 43 páginas, enumeró cuestiones internacionales problemáticas en diferentes ámbitos y, en ciertos casos, expresó la visión del grupo con respecto a cómo podrían resolverse. Sin embargo, algunas de las problemáticas nombradas implicarían la elaboración de medidas y estrategias a largo plazo porque abordan asuntos de carácter estructural.
Comencemos por algunas cuestiones de tipo político que fueron señaladas en la declaración de Kazán.
Dentro de estas, los conflictos armados en varios puntos del planeta merecieron un lugar especial. Así, la referencia al enfrentamiento en Ucrania y a las propuestas de paz formuladas como una forma de resolver el conflicto no estuvieron ausentes, una alusión tal vez indirecta a los planteos realizados por China y Brasil anteriormente y que fueron ignorados tanto por Ucrania como por las potencias occidentales. También ocupó un lugar la declaración acerca de que Palestina debe ser reconocida como Estado soberano en sus fronteras de 1967 (incluyendo Jerusalén Este) y ser admitida simultáneamente en la ONU, una señal clara al mundo árabe y abiertamente distanciada de la postura asumida por los EE.UU. y sus aliados en ese tema. Al mismo tiempo, exigieron la liberación inmediata de los rehenes de la Franja de Gaza, pero aclarando explícitamente que eso debe aplicarse a los rehenes de ambos lados. También se propuso como solución al conflicto en Yemen seguir impulsando la mediación de la ONU, en un momento en que la creciente intervención armada occidental en ese pequeño país está lejos de dar paso a una disminución de la tensión allí.
En un contexto del agravamiento de las relaciones en el Cercano y Medio Oriente también se destacó la necesidad de la implementación del acuerdo nuclear consensuado para Irán, en alusión nuevamente al arreglo internacional establecido con ese país para controlar el uso de la energía atómica, pero que fue boicoteado por los gobiernos de EE.UU. cuando la Agencia Internacional de Energía Atómica no detectó ninguna violación con respecto al uso pacífico en las centrales.
En relación a múltiples conflictos en curso, se repudió el empleo de las sanciones ilegales (es decir, aquellas adoptadas al margen de las resoluciones de la ONU) como forma de presión sobre los Estados y por su impacto sobre la economía y el comercio globales. Nuevamente, y sin mencionarlos explícitamente, es una referencia a los mecanismos empleados desde “Occidente” para doblegar a aquellos gobiernos considerados peligrosos para sus intereses.
La mención de riesgo de la militarización del espacio, de la necesidad del desarme y de prohibir la proliferación nuclear tampoco podían estar ausente, como en cualquier reunión de este tipo. Tampoco podían faltar las referencias a la pobreza o los problemas sanitarios, especialmente porque los BRICS buscan atraer al Sur Global donde estas cuestiones son un problema cotidiano (y en algunos casos en expansión).
Mucho más llamativo fue la referencia al tema de las fake news, método creciente para desestabilizar gobiernos y agravar conflictos locales e internacionales, una metodología propia de las guerras híbridas del siglo XXI. Algo así tal vez estemos presenciado en este momento con la catarata de noticias que dan por cierta la presencia de tropas norcoreanas en Ucrania, tal vez para justificar una mayor intervención de la OTAN.
La lucha con “Occidente” y la cuestión monetaria
En todos los puntos anteriores observamos un posicionamiento con respecto a las políticas adoptadas por “Occidente” o cuyos resultados son considerados consecuencia de las políticas implementadas por ellos. Aunque el presidente Putin declaró que los BRICS no están pensados contra Occidente, el documento final obviamente propone una resolución de las problemáticas planteadas que necesariamente afectan sus intereses, porque el orden internacional fue construido en gran medida para favorecerlos.
Por ello, más allá de todos los aspectos debatidos en la reunión de los BRICS y expresados en el texto final de Kazán, en cierto sentido lo más trascendente son las intenciones expresadas sobre cuestiones económicas y financieras, porque más allá de cualquier conflicto o problema coyuntural, buscan alterar a nivel estructural cuestiones imperantes a nivel internacional desde hace décadas. En tal sentido debemos destacar las referencias al uso de monedas locales y a la creación de un sistema de liquidación de depósitos y pagos transfronterizos (BRICS Clear), aunque se aclaró que se habían logrado pocos avances al respecto. Al mismo tiempo, no hubo ninguna referencia al dólar.
Este sistema del BRICS Clear sería un primer paso como algo alternativo al sistema SWIFT, de mensajería interbancario y financiero para facilitar las transacciones entre instituciones de todo el mundo. Este organismo fundado en 1973, que nuclea a más de 11.000 instituciones, está monitoreado por diez bancos centrales (todos ellos del bloque Occidental), pero en la práctica es controlado por el gobierno de EE.UU. porque los servidores del sistema están en Atlanta. El SWIFT es un elemento central en el control occidental de las transacciones internacionales: prueba de ello fue el pedido británico de la exclusión de Rusia de la misma luego de la anexión de Crimea en 2014. A raíz de este hecho, y previendo la posibilidad de la aplicación futura de este tipo de sanciones financieras, en Rusia crearon su propio sistema de pagos internacional en 2017, el SPSF, que integró a bancos de Turquía, China y algunos países exsoviéticos. Anteriormente, en 2015 China (y tal vez por las medidas solicitadas con respecto a Rusia) también inició su propio sistema de pagos denominado CIPS, aunque con un alcance mucho mayor ya que logró vincular a bancos de casi 50 países.
La intervención militar rusa en Ucrania en 2022 fue acompañada de la exclusión inmediata de Rusia del sistema SWIFT. Fue una victoria occidental en el corto plazo, pero un llamado de atención para numerosos países acerca del uso político que se le podría dar a esta institución para doblegar a los gobiernos considerados hostiles. Por tal motivo, los miembros de los BRICS aceleraron las propuestas para considerar formas alternativas de pago internacional. Aunque no hubo un acuerdo definitivo en la cumbre de Kazán, se acordó que los ministros de Finanzas y los gobernadores de Bancos Centrales de los países miembros se reúnan para discutir la cuestión y realicen una propuesta concreta antes de la próxima reunión, que será en 2025 en Brasil.
Uno de los trascendidos sobre lo que se discutió a puertas cerradas sería la creación de una moneda digital como unidad de referencia para las transacciones internacionales.
El valor de la misma estaría fijado en 40% por el valor del oro y 60% restante por el valor de una canasta de monedas de los países miembros. De tal forma, no sería necesario recurrir al dólar como moneda de referencia, sino que se estaría creando una unidad mucho más estable para medir el valor de los intercambios recíprocos. Hasta tanto este sistema se aplique, se propuso la creación del BRICS Pay, que sería una plataforma de pagos (empleando tarjetas de crédito y también aplicación para teléfonos) para realizar pagos en moneda local utilizando el código QR. De tal forma, se podrían agilizar las transacciones comerciales entre personas y empresas de los diferentes Estados adheridos, sin necesidad de recurrir al uso de dólares o euros. Al mismo tiempo, y de manera muy llamativa, actuarían complementariamente de las tarjetas Visa y Mastercard en aquellos países donde fueran empleadas.
Estas medidas podrían ser el inicio de un serio cuestionamiento al dominio del dólar, moneda sobre la que está estructurado hasta el día de hoy el sistema financiero internacional. Tengamos en cuenta que a mediados de 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, se realizaron los acuerdos de Bretton Woods. En vísperas de la derrota de las potencias del Eje y con la caída de las potencias occidentales europeas, debilitadas por la ocupación nazi o por el esfuerzo de guerra, el dólar estadounidense fue tomado como moneda de referencia internacional en los recién creados Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional. En ambas instituciones los Estados miembros tienen votos de acuerdo a sus aportes. Aunque en los últimos años se permitió que otros incrementaran su participación y disminuyó el peso aparente de los EE.UU., en el caso del Banco Mundial estos tienen aún 15,98% de los votos, mientras que en el FMI llega a 16,74% (consideremos que China, que según el indicador que se tome sería la segunda o primera potencia económica del mundo, sólo tiene 6,09%). Sin embargo, en algunas cuestiones fundamentales es necesario reunir 85% de los votos, con lo cual en la práctica los EE.UU. tienen el derecho de veto en ambas instituciones financieras.
Esa hegemonía del dólar se reflejaba en las reservas de los Bancos Centrales. Según el FMI, en el año 2000 el 70% de las reservas estaban en esa moneda, pero para 2023 habían disminuido a 58,9%, una posición dominante pero claramente en retroceso y más aún si la comparamos con los datos de las últimas décadas del siglo XX. Este declive del dólar es inevitable por el crecimiento de las llamadas economías de los países emergentes. A modo de ejemplo, piénsese que el PBI de los países del G7 en 1993 representaba 43% del PBI mundial, mientras que los futuros integrantes de los BRICS solo eran el 16%; por el contrario, en 2023 eso cambió a 29% y 38% respectivamente. Y ese cambio en la composición del PBI a nivel mundial no se ve reflejado en un cambio equivalente en el poder real del dólar, porque la estructura financiera internacional fue creada y quedó anclada a una situación de dominio que ya no se corresponde con la realidad de las economías nacionales. De adoptarse medidas concretas de desdolarización a nivel internacional, esto podría producir una acelerada devaluación de la divisa estadounidense. Por tal motivo, Trump manifestó públicamente que en caso de asumir la presidencia aplicaría 100% de tarifas a los productos provenientes de los países que adhirieran a la desdolarización, muestra de la preocupación que estas propuestas comienzan a generar entre la dirigencia de los EE.UU.
Al mismo tiempo, como expresión del intento de reformular el funcionamiento del sistema financiero internacional ocupa un lugar significativo la creación del Nuevo Banco de Desarrollo por parte de los BRICS en 2013. Este, a diferencia de los que dependen del Banco Mundial, otorga créditos en moneda local o las monedas nacionales de los Estados miembros a los países interesados. Al momento de su creación se afirmó que su objetivo no era otorgar créditos para el crecimiento económico sino para lograr el desarrollo.
Un obstáculo que podría surgir para avanzar en los objetivos fijados por los BRICS es el surgimiento de conflictos entre los intereses geopolíticos de los Estados miembros, asunto particularmente grave dado que se requiere la unanimidad de votos para decidir en toda cuestión. Por tal motivo, aunque argumentando que hubo discrepancias sobre el tema entre sus integrantes, en esta cumbre se comunicó que no se admitirían nuevos miembros plenos sino únicamente Estados asociados: Estados con voz pero sin voto en las reuniones. Se decidió que ellos fueran Argelia, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Indonesia, Kazajistán, Malasia, Nigeria, Tailandia, Turquía, Uganda, Uzbekistán y Vietnam. En el caso de Latinoamérica, Venezuela también lo aspiraba, pero hubo fuertes roces con la postura brasileña, que finalmente trabó ese ingreso.
La posibilidad de divergencias que malograran el funcionamiento del grupo no era una cuestión menor: el hecho de que el presidente de China y el primer ministro de la India hubieran acordado en una reunión bilateral resolver sus conflictos fronterizos fue todo un avance en la estabilidad del grupo, dado que no se habían reunido en los últimos cinco años por esa cuestión. Al mismo tiempo, la solicitud formulada por Estados de dudoso alineamiento internacional o con conflictos regionales, como ser el caso de Turquía (miembro de la OTAN) era problemática: la disyuntiva planteada era la ventaja de sumar más integrantes o la posibilidad de abrirle la puerta a un Estado que podría funcionar como un Caballo de Troya de los intereses occidentales.
Al mismo tiempo, el propio funcionamiento de los BRICS plantea la cuestión acerca de si es posible seguir actuando en el futuro sin una organización más formal. La falta de una estructura más rígida le brinda flexibilidad en la actualidad, pero podría ser un obstáculo a futuro. Sin embargo, el principal problema es instrumentar la creación de mecanismos económicos y financieros que se planteen como complementarios o alternativas al dólar. Y es precisamente la reacción de EE.UU. el otro punto que hay que considerar: ningún poder hegemónico acepta desaparecer sin luchar. La viabilidad real de un mundo multipolar va a depender de la capacidad (y la voluntad) de los miembros de los BRICS de crear mecanismos de pago internacionales alternativos al dólar y a al sistema controlado por Occidente.