Con su ampliación, el grupo se consolida como la voz insubordinada del Sur Global.
En el 2001 el gerente del banco de inversiones Goldman Sachs, Jim O’Neil, encargado de la expansión global de la corporación financiera desde la City de Londres, fue quien acuñó el acrónimo BRIC (aludiendo a la palabra ladrillo en inglés, brick) para referirse a Brasil, Rusia, India y China como grandes mercados emergentes donde presentar atención. Estos países presentaban altas tasas de crecimiento, que comenzaban a superar en su aporte a la expansión de la economía mundial al G7, el grupo de las siete economías más importantes del Norte Global, conformado por Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Francia, Alemania, Italia y Japón. O’Neil también remarcaba en esos años que una de las razones para prestarles atención era el hecho de que el PIB nominal de China ya superaba al de Italia en el año 2001.
Para entender la profundidad y la velocidad del cambio en la economía mundial y en la cartografía del poder en las últimas décadas, podemos observar que veinte años después el PIB nominal de China es nueve veces más grande que el de Italia y se eleva a diez veces más grande si ajustamos su producto (PBI) al poder adquisitivo real (PPA). Además, podemos agregar que, en estos términos, la India cuadruplica a la economía italiana, Rusia casi que la duplica y Brasil la supera en un 30%. Todas ellas estaban, por supuesto, muy por detrás en 2001.
La órbita económica es sólo una de las dimensiones en la que se expresa el profundo proceso socio-histórico de transformación del sistema mundial que tiene a los BRICS en el centro. El ascenso de estos países expresa a fuerzas emergentes que provienen del Sur Global (salvo Rusia), representan a una gran mayoría mundial y poseen territorios de dimensiones continentales, salvo Sudáfrica que se agregó en 2011 al espacio como representante africano. Además, articulan a buena parte de las grandes culturas con base en grandes civilizaciones históricas, que fueron subordinadas por las potencias atlánticas del Occidente geopolítico en su ascenso imperial. Ahora, con la ampliación a cinco países más, esta realidad se extiende al incorporar a países del mundo islámico árabe y persa.
En este sentido, para entender a los BRICS resulta necesario observar que expresan un ascenso e insubordinación de las grandes semiperiferias del sistema mundial, protagonizada por potencias emergentes de escala continental en articulación global. Esto está transformando estructuralmente el propio sistema mundial y haciendo volar por los aires el orden mundial al establecerse otra correlación de fuerzas, lo cual es resistido por el Occidente geopolítico conducido por el polo de poder anglo-estadounidense. De hecho, no resulta casual la aparición de los BRICS en la escena internacional en 2009, luego de la gran crisis de 2008, cuando se produce una bisagra en el capitalismo global y, con ello, un nuevo momento geopolítico, a partir del cual se consolida la situación de la crisis de la hegemonía estadounidense (o anglo-estadounidense como prefiero denominar).
Desde su primera Cumbre de líderes en Ekaterimburgo, Rusia, se resalta la necesidad de democratizar el orden mundial unipolar, atendiendo a una nueva realidad, y aparece la necesidad de avanzar hacia un sistema de divisas menos dependiente del dólar, que sea “estable, predecible y más diversificado.”
Con la pandemia que se desató en 2020 se aceleraron las tendencias fundamentales de la actual transición del sistema mundial, entre otras el declive relativo del Occidente geopolítico y el ascenso de China y de Asia en general. Ese año se produjo un quiebre significativo en la economía global, con fuerte carga simbólica: los países agrupados en los BRICS superaron a los países del G7 en el porcentaje que representan sus respectivas economías medidas en PIB a paridad de poder adquisitivo (PPA). Esta tendencia secular, que avanza desde los años 80 bajo el liderazgo central de la locomotora China, continuó su curso luego de 2020 y probablemente vaya a continuar. Hasta el momento los intentos de Estados Unidos y el Occidente geopolítico para revertir estas tendencias —que se manifiestan en guerra global contra el terrorismo, la guerra comercial, la guerra tecnológica y la guerra económica a través de sanciones, o impulso de conflictos internos a los estados considerados rivales, etc.— no solo no han logrado sus objetivos, sino que parecieran haber impulsado aún más la crisis de hegemonía y transformación del sistema mundial. El economista y sociólogo italiano Giovanni Arrighi analizó esto en relación con la guerra global contra el terrorismo y cómo ello terminó “beneficiando” de forma indirecta a China, quien resultó ser el gran “ganador”. Es parte del cambio de época actual.
Los BRICS+
La ampliación del espacio en los BRICS+ da cuenta de la extensión de este proceso a otros territorios del Sur Global, con importantes implicancias geopolíticas. No resulta casual que desde 2021-2022 más de 20 países solicitaron el ingreso a una de las nuevas instituciones multilaterales fundamentales del mundo multipolar en desarrollo.
Tres meses después de la Cumbre del G7 en Hiroshima, Japón, donde el viejo mundo unipolar volvió a dictar a las mayorías mundiales lo que debían hacer (aunque ya sin mucho éxito), se realizó en septiembre de 2023 la cumbre de los BRICS de Johannesburgo, Sudáfrica. Allí se concluyó con la propuesta de invitar a seis países a formar parte del bloque partir del 1º de enero de 2024: Arabia Saudita, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Etiopía e Irán.
Ahora los BRICS+ reúnen más de 45% de la población mundial y casi 36% del producto global (PBI PPA). Además, sus miembros representan 40% de la producción total de gas y 45% de la de petróleo, lo que tiene un gran impacto en el mercado mundial de hidrocarburos y en su comercialización mediante dólar —cuestión clave en el sistema monetario mundial post abandono del patrón oro en 1971, centrado en el petro-dólar. En este sentido, el BRICS+ agrupa en un mismo espacio de cooperación económico y político al gran taller industrial del mundo y nuevo centro económico emergente que es China, y a otra gran plataforma industrial en ascenso como es la India, con los grandes productores de materias primas y especialmente de energía. A la vez que cuenta con la segunda y la tercera poderes de defensa del mundo (Rusia y China) y la primera potencia nuclear (Rusia).
La incorporación de cuatro países del llamado Oriente Medio y tres de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) es clave por el papel central de dicha región como principal fuente de exportación mundial de hidrocarburos. También porque se incorpora al BRICS+ la gran cultura islámica (tanto árabe como persa), lo que profundiza el camino de diálogo de “civilizaciones”. Y además, por el lugar geopolítico. Colocada como “cinturón de quiebra” (shatterbelt) por parte de actores importantes de pensamiento estratégico anglo-estadounidense, esta región geopolítica se presenta para el Occidente geopolítico como un territorio en disputa, donde domina la fragmentación y la falta de unidad política, y en el cual los grandes jugadores geoestratégicos tienen sus puntos de apoyo y compiten por la influencia, a la vez que entran en el juego de las propias potencias regionales.
En este sentido, el “Oriente Medio” se estableció como una zona de gran convergencia y choque de fuerzas y, por lo tanto, como una gran zona de inestabilidad. Para los neoconservadores del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (conocido como PNAC por sus siglas en inglés), que dominaron en la administración de George W. Bush y luego se fueron imponiendo en buena medida con Donald Trump, esta región se estableció como un territorio prioritario a controlar para mantener la supremacía estadounidense en el siglo XXI.
En estos marcos geopolíticos y geoestratégicos deben analizarse las invasiones y guerras de Afganistán e Irak, lugares clave de la llamada Guerra Global Contra el Terror, así como también el conflicto en Siria y Libia o la guerra híbrida con Irán por parte de Estados Unidos y aliados. Sin embargo, la situación en esta región está cambiando a pasos acelerados. A los malos resultados obtenidos en Afganistán e Irak por parte de Estados Unidos y aliados, se le sumó el fracaso de la política de cambio de régimen en Siria, cuyo gobierno contó con el apoyo de Irán y de Rusia para sostenerse en este conflicto clave de la Guerra Mundial Híbrida y Fragmentada en curso. Por su parte, Moscú volvió a ser un protagonista central en la región, como parte de su regreso como gran jugador geoestratégico mundial.
Por otro lado, la presencia de China es cada vez mayor, convirtiéndose en el principal actor económico de “Oriente Medio” o el centro de Afro-Eurasia. El acuerdo entre Irán y China en 2021 fue un hecho fundamental en este sentido, en tanto debilitó estructuralmente la guerra económica contra el país persa por parte del Occidente geopolítico y brindó las bases materiales para su ingreso en las grandes asociaciones Eurasiáticas, consolidando el triángulo mortal para la primacía estadounidense en el mega continente hipotetizado por Zbigniew Brzezinski: Beijing-Moscú-Teherán.
También resulta importante en el análisis el avance del corredor China-Asia Central-Asia Occidental de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) que va desde Xinjiang hasta el mar Mediterráneo pasando por Irán, Irak, Siria y Turquía entre otros países. Así como también son para destacar los acuerdos de Beijing con Arabia Saudita y E.A.U., entre los que se incluyen el pago en yuanes de los hidrocarburos que importa China.
El reestablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudita bajo la mediación de China y la consecuente disminución de las tensiones entre estos dos actores protagonistas de un conflicto regional permanente, sacudió el tablero geopolítico mundial al modificar sustancialmente el escenario regional.
Debe mencionarse dentro de las reconfiguraciones geopolíticas recientes el accionar conjunto de la OPEP (en donde se destaca el peso de Arabia Saudita), junto a Rusia (convergencia denominada como OPEP+) para sostener el precio mundial del petróleo, a pesar de las presiones de Estados Unidos y el Occidente geopolítico para bajar el precio en plena escalada de la guerra en Ucrania. El reino saudí claramente ha cambiado su juego.
Con la incorporación de Egipto a los BRICS Plus o BRICS+ se agrega una de las cinco potencias de “Oriente Medio” o de la región central de Afro-Eurasia, que administra una ruta comercial estratégica, el canal de Suez, y es la bisagra terrestre entre África y Asia Occidental. Habitado por 112 millones de personas, heredero de una civilización histórica y en pleno impulso modernizador a partir de la construcción de una nueva capital, Egipto es la tercera economía del continente en tamaño, luego de Nigeria y Sudáfrica, y es uno de los países más relevantes de África —un continente va a tener un lugar cada vez más influyente en los asuntos mundiales en las próximas décadas y donde está en crisis la hegemonía occidental establecida a partir de la colonización europea. Se trata de un país exportador de hidrocarburos y, como Arabia Saudita, un aliado importante de los Estados Unidos y el Occidente geopolítico en la región, pero que ahora está reequilibrando su posición. Además, también posee un significativo intercambio comercial con China y Rusia, y tiene importantes relaciones con Moscú a nivel militar, en proyectos de energía nuclear y en la industria del gas.
En el caso de Etiopía se trata del segundo país por población en África (120 millones) y la sexta economía del continente. Es un actor importante por su cultura e historia, marcadas por ser el segundo país del mundo en adoptar oficialmente el cristianismo luego de Armenia y por ser el territorio de importantes reinos y de un imperio que duró más de 700 años, desde 1270 a 1975. A su vez, junto a Liberia fueron los únicos Estados africanos que mantuvieron su independencia durante el reparto de África por parte de los imperios coloniales europeos y sólo estuvo ocupada por Italia entre 1936 y 1941. Etiopía es un país influyente en el estratégico cuerno de África y se encuentra lindante a la región llamada “Medio Oriente” o el centro de Afro-Eurasia. Aunque se trate de un país sin acceso directo al mar, por su influencia en Somalía e inserción histórica en la zona, en donde se encuentra Djibouti y Eritrea, se trata de un país importante en relación a las rutas del Mar Rojo y del Océano Índico, y particularmente en relación al estratégico estrecho de Mandeb. La inclusión del país africano coincide, además, con el establecimiento de acuerdo amplio entre los Emiratos Árabes Unidos y Etiopía.
Argentina queda afuera
El posible ingreso de Argentina, que finalmente fue descartado por su nuevo gobierno, tenía varios aspectos para destacar. Argentina es miembro del G-20 (hubiera sido el séptimo BRICS que también es de del G-20), representa la tercera economía en América Latina y la segunda de América del Sur después de Brasil, y se destaca como un importante productor mundial de alimentos. Además, posee un gran potencial en la producción de minerales (que ya está en pleno despliegue y algunos de los cuales son centrales para la transición energética en curso como el litio) y también en la elaboración de hidrocarburos (posee la tercera reserva de gas más grande del planeta). A su vez, es el principal productor sudamericano de software, tiene un buen nivel de formación de su fuerza de trabajo (“capital humano”) y posee importantes capacidades científico-tecnológicas para ser un país semi-periférico de tamaño medio. En materia geopolítica es de destacar su proyección sobre la Antártida y su carácter bicontinental, su gran litoral marítimo de 4.500 km. sobre el Atlántico Sur y, por supuesto, su lugar clave en la Cuenca del Plata, espacio nuclear de América del Sur desde el cual construir una confederación continental y un centro económico emergente.
En este sentido, su ingreso a los BRICS junto a Brasil podría haber fortalecido la sinuosa y disputada construcción de un bloque regional —que colisiona con los intereses hemisféricos de los Estados Unidos— para consolidar el desarrollo de un polo en América del Sur que converja con otros poderes emergentes en un escenario de creciente multipolaridad relativa.
El desarrollo continental y universal se articula y forma parte de un mismo proceso contradictorio y plural de insubordinación de la semiperiferia, que adopta particulares características en el “patio trasero” de la vieja potencia hegemónica y del Occidente geopolítico durante cinco siglos. La contradicción entre el regionalismo autonomista y el regionalismo “abierto” o neoliberal, entre la integración de Nuestra América o la integración “hemisférica” bajo la doctrina Monroe, se articula con la contradicción principal del sistema mundial en transición entre las fuerzas unipolares y las fuerzas multipolares, es decir, entre el Occidente geopolítico y el Norte Global (conducido por las fuerzas dominantes anglo-estadounidenses) frente a los poderes emergentes y el Sur Global.
Argentina y la región, necesariamente, forman parte de ese proceso sociohistórico de cambio estructural, liderado por las fuerzas emergentes de Asia. De hecho, el comercio exterior argentino refleja año a año esta transformación. El intercambio comercial de Argentina con Estados Unidos y la Unión Europea en conjunto representa 23% del total del país y llega a poco más de 25% si se toma también Canadá y México (USMCA), perdiendo peso año a año. En comparación, el intercambio comercial con Brasil, China e India, tres socios clave del BRICS, representa el 36% del total, y si consideramos el conjunto del MERCOSUR y la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), en donde se encuentran otros importantes postulantes al BRICS, llega al 46,5%.
En otras palabras, el mundo emergente ya es parte central de la realidad económica de Argentina y de la región, lo cual se refleja en muchas otras dimensiones. Frenar esa tendencia hacia la confluencia con las fuerzas en desarrollo con el objetivo de alinear al país a los intereses de los Estados Unidos y del Occidente geopolítico sólo pude traer como resultado estancamiento y periferialización. En términos estructurales, es la política que, con matices y contradicciones, se impone en parte desde hace 10 años, en lugar de haber continuado y profundizado el reequilibrio hacia el mundo emergente, de la mano del fortalecimiento de la autonomía nacional y regional. A partir de esos años, Argentina y la región entraron en un pantano del que no logran salir.