La escena Trump-Zelensky anticipó una veloz definición de ganadores y perdedores de la guerra en Ucrania.
Pocas veces el Salón Oval de la Casa Blanca fue escenario de un episodio como el del fin de semana. Fue casi pornográfico. Hubo por cierto allí uno porno de verdad: el fellatio de Monica Lewinsky al presidente Bill Clinton en los años 90. Pero más allá del abuso de poder de un jefe de Estado sobre una becaria y del lugar, por supuesto impropio, fue consentido y fue un acto privado. Lo de ahora fue más grosero y simbólico. Ante todo el mundo, ante toda la prensa (¿a propósito?) sometieron a un mandatario extranjero entre el presidente y el vice de Estados Unidos.
El presidente Volodímir Zelensky había ido al matadero a negociar los términos de la rendición de Ucrania, en la semana cuando se cumplieron los tres años de la guerra entre la OTAN y Rusia, con los ucranianos como carne de cañón.
Pero, como ya a esta altura todos han escuchado numerosas veces, algunas cosas que le dijeron Donald Trump y J. D. Vance a Zelensky fueron las siguientes y valen la pena ser repasadas: “Estás jugando con la tercera guerra mundial”, “tendrías que ser más agradecido a Estados Unidos”; “eres irrespetuoso”; “no nos digas lo que tenemos que sentir”, “tu pueblo es muy valiente, pero o haces un trato (con EE.UU.) o nos vamos. Y si nos salimos, lucharás por tu cuenta”, “es una falta de respeto que vengas a la Oficina Oval y trates de pelear esto frente a los medios estadounidenses”.
Vapuleado, en un idioma que no es el suyo y al mando de un país en guerra y semidestruido, Zelensky intentaba plantear su postura contra Rusia, mostrar fotos sobre lo que sufría su gente y (tal era el motivo de la invitación que había recibido una vez más a Washington, antes tan predispuesto a escucharlos) negociar las indemnizaciones que pide EE.UU. para cuando termine el conflicto. Estas incluyen 500 mil millones de dólares de ayuda militar, según Trump, una cifra que Zelensky afirma es mucho menor, y al menos la mitad de los recursos naturales, minerales críticos y tierras raras que quiere EE.UU. del suelo ucraniano en concepto de pago (riqueza que en su mayoría está en zonas donde está posicionado militarmente Rusia, lo cual ya de por sí va a ser problemático cuando se negocie cualquier tipo de pacto).
Fue más que álgida la discusión, hablando casi a los gritos dos personas experimentadas ante las cámaras de televisión (y uno se pregunta por qué no habrán seguido en sus carreras artísticas). Todo quedó filmado, incluidos los gestos de desazón y vergüenza de la delegación ucraniana, hasta que al final los visitantes fueron literalmente echados de la Casa Blanca. A Zelensky hasta le cuestionaron la ropa de fajina con la que aparece siempre, obviamente no hubo ningún acuerdo ni firma de nada e incluso la comida preparada para la ocasión (pollo al romero con puré de apio y coliflor, informó la CNN) se lo terminaron comiendo los empleados de 1600 Pennsylvania Avenue en el DC.
Nunca se vio algo así en el Salón Oval (por cierto, del caso Lewinsky nunca hubo imágenes, salvo la de una ya reseca mancha de semen de Clinton en el vestido de Monica). Fue un escándalo mundial, el hazmerreír de todos. Otro límite más fue traspasado ahora en la “alta” diplomacia mundial, cada vez más inclinada a personajes megalómanos que a técnicos preparados en las escuelas profesionales de un servicio exterior.
Algunas de las consecuencias inmediatas fueron estas: el ministro tecno y multibillonario Elon Musk salió a respaldar obviamente a Trump y dijo que Zelensky se autodestruyó.
En Rusia, la vocera de la Cancillería, María Zajárova, estimó que el presidente Trump y su vice Vance demostraron un alto grado de autocontrol. “Que Trump y Vance se contuvieran y no golpearan a esa escoria es un milagro de moderación”, evaluó Zajárova.
Los medios estadounidenses críticos de Trump volvieron a blandir la vieja teoría de un poder extorsivo de Moscú sobre el magnate a cuenta de historias sexuales.
Y los países europeos salieron a bancar a Zelensky y el domingo, convocados por Londres en la antigua mansión Lancaster House, se reunieron con él para garantizarle cuatro puntos: el mantenimiento del flujo de ayuda militar mientras la guerra siga, así como la continuidad de las presiones económicas a Rusia (que de tan poco sirvieron); un compromiso de garantizar vagamente la soberanía (EE.UU. viene diciendo hacer rato que Ucrania debe olvidarse de algunos de sus viejos territorios) así como la seguridad de Ucrania; que Kiev debe estar presente en cualquier negociación de paz, la cual debería incluir una disuasión a cualquier futura intervención rusa en suelo ucraniano; y finalmente el establecimiento de una “coalición de países” para defender a Ucrania y garantizar la paz. Ya nadie recuerda los reclamos ucranianos de ser parte de la Unión Europea y de la OTAN.
El desastre europeo
La UE, como Zelensky, también parece estar pedaleando en el aire. Difícilmente esté en buena posición para recuperar algo de su ayuda financiera y militar a Ucrania. Persiste en su histórica fijación de enemistad frente a Rusia (cuya sociedad siente inmerecida, y posiblemente la vivifique de nuevo cuando pronto se cumpla el 80 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y vuelva a intentar ocultarse el papel que le cupo a los rusos, a la Unión Soviética de entonces, en la derrota del nazismo). Rusia siempre sintió que admiraba a Europa y que ese amor no era correspondido. Pero ahora Europa sufre varias consecuencias con esta guerra: paga el gas y el petróleo más caro que antes (cuando se los proveía Rusia), depende del gas licuado importado de EE.UU. mucho más oneroso (el mismo EE.UU. que habría hecho volar el gasoducto que llevaba gas a Europa vía Alemania, en un ataque que no pocos adjudican a la CIA ayudada por Noruega, en tiempos de un Joe Biden que de algún modo había anticipado esa posibilidad).
En Alemania, en especial en su costado oriental, donde por cierto la extrema derecha sacó mayor cantidad de votos en las recientes elecciones generales, hastiadas de conservadores y socialdemócratas, varias fábricas ya se están preparando para volver a recibir gas ruso una vez se negocie un acuerdo diplomático. Habrá que ver si eso se logra. Además, Europa no tiene gran presupuesto para seguir hundiendo capitales en Ucrania. Y sufrirá la posible descomposición de ese país en sus fronteras orientales. En todo caso, el escenario que asoma es que si hay reconstrucción de posguerra, vista como negocio, Europa seguro ganará menos que EE.UU., Elon Musk, Black Rock, agentes inmobiliarios vinculados a Trump y otros que ya hacen cuentas de cuánto van a sacar.
En la mesa de negociaciones que viene, la interlocución ruso-estadounidense parece determinante. Ucrania y la UE obviamente también será actores, pero el primero está muy debilitado (no pocos estudiosos ya la señalaban antes de 2022 como ingenua víctima del expansionismo oriental de la OTAN y estado fallido ejemplificado con su “producción” de migrantes y vientres reproductores para extranjeros, triste destino de un pueblo que confió en un comediante ridículo de la anti política para dirigirlo ) y la segunda con tantos problemas internos que su rol apunta a ser más subordinado, sin capacidad para organizar una política exterior y de defensa comunes.
Y una última reflexión para los lectores argentinos conducidos por Javier Milei. ¿Se mira el presidente argentino, que también quedó en off side tras su acercamiento al Zelensky a quien ahora le da vuelta la cara, en ese espejo de la disolución nacional? O más aún (porque la nación le importa un bledo), ¿teme que un día vaya él también al Salón Oval y su “amigo” Trump lo basuree de tal forma o aparezca el fantasma de Clinton pidiéndole algún servicio?