Si la historia la escriben los que ganan (o algunos)

En la reescritura sobre la II Guerra Mundial, Occidente invisibiliza a Rusia y a China. 

A principios de mayo se cumple un nuevo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa, aunque el enfrentamiento continuó hasta agosto de 1945 contra Japón. 

A nivel masivo en Occidente, está instalado que el principal esfuerzo bélico lo realizaron los EEUU, en segundo lugar Gran Bretaña y en menor medida Francia.

El desembarco en Normandía en junio de 1944, suele ser presentado como el hito que marcó el inicio del fin del Tercer Reich, cuando 160.000 soldados occidentales hicieron pie en el noroeste de Francia e iniciaron un avance que concluyó once meses después con la rendición alemana.

Esta interpretación, ampliamente compartida por el público en general, es reforzada por la maquinaria de Hollywood y por los numerosos textos académicos que remarcan la participación estadounidense en el conflicto. El avance desde las playas de Normandía llevó dos meses después a que 1.400.000 soldados aliados enfrentaran a 380.000 alemanes en suelo francés. Sin embargo, pocos saben que la primera gran derrota nazi fue a fines de 1941 en la Batalla de Moscú, donde se enfrentaron 4 millones de hombres de ambos bandos. También son marginales las referencias a que la Batalla de Stalingrado (de julio de 1942 a principios de 1943) involucró a más de un millón de tropas del Eje contra 2.500.000 soviéticas y que se convirtió en una derrota estratégica para Alemania, o que en la Operación Bagration (la ofensiva que terminaría en Berlín) se enfrentaron 1 millón de soldados alemanes a más de 2.300.000 soviéticos.

Esta enumeración de algunos de los enfrentamientos en Europa del Este muestra, por las magnitudes de las tropas involucradas (además de tanques, aviones y artillería, también en cantidades incomparables), cómo el frente principal para los nazis era el oriental y no el occidental. Se calcula que el 80% de las bajas alemanas se produjeron es su lucha contra los soviéticos y no en el norte de África o Europa Occidental contra los EE.UU. o Gran Bretaña. Casi nada se dice del papel de China en el conflicto, país que ya estaba en guerra contra Japón desde julio de 1937 y donde se llegó a movilizar a 14.000.000 de soldados contra 4.500.000 japoneses, cifras solo alcanzadas por la Unión Soviética en la guerra. 

Y sin embargo, la narrativa popular asume que fueron las potencias occidentales los que derrotaron a los nazis. 

El número de las bajas también es otra forma de cuantificar el aporte a la victoria de cada una de las partes. EE.UU. perdió unos 450.000 militares entre muertos y desaparecidos. Cifras altas, pero que sin embargo empalidecen frente a los aproximadamente 21 millones de muertos entre civiles y militares chinos, números nuevamente superados por la URSS donde se calculan unos 27 millones de bajas.

En el transcurso de la misma guerra, las autoridades soviéticas intentaron remarcar frente al mundo su contribución en la victoria. Por eso, durante el desarrollo de la Operación Bagration se organizó el llamado Desfile de la Derrota, donde 57.000 prisioneros alemanes (incluyendo mil oficiales y 19 generales) marcharon por Moscú: era la forma más visible de demostrar frente a todos los aliados la diferencia en cuanto a la dureza del enfrentamiento entre el frente oriental y el occidental.

Cuando resultó evidente la imposibilidad de continuar resistiendo el 7 de mayo de 1945 las autoridades alemanas se rindieron en Reims (Francia), pero frente a los aliados occidentales y a un solo oficial soviético. Stalin, comprendiendo el valor simbólico de dicho acontecimiento, exigió que la rendición alemana debía realizarse nuevamente al día siguiente frente a las principales autoridades militares soviéticas (dado que su país había hecho la mayor contribución con vidas) y que, además, la misma debía realizarse en Berlín. Por eso el Día de la Victoria se celebra en Occidente el 8 de mayo y en la Unión Soviética la celebración era el 9 de mayo, fecha que mantienen Rusia y algunos Estados postsoviéticos.

Recalculando el relato 

Ese día era un asueto festivo, conmemorado con gran pompa en todos los países integrantes del Pacto de Varsovia, porque remarcaba el esfuerzo soviético para la liberación de dichos países y el inicio de la instauración de regímenes comunistas.

Sin embargo, con la disolución de la Unión Soviética comenzó un acelerado proceso de reescritura histórica. En algunos de los países otrora pertenecientes al Pacto de Varsovia y en algunos territorios que integraron la URSS (Lituania, Letonia, Estonia y Ucrania) se comenzó el desmantelamiento de los monumentos soviéticos que recordaban las fechas de la entrada de sus tropas en las diferentes ciudades y la expulsión de los alemanes. 

A raíz de la invasión a Ucrania este proceso se aceleró. En junio de 2022 el parlamento de Letonia ordenó desmantelar todos los monumentos soviéticos y a fines de agosto de ese año se demolió un obelisco de casi 80 metros que conmemoraba la liberación de Riga, punto de encuentro para la población letona de etnia rusa (casi la cuarta parte del país). En ese mismo mes, en Estonia comenzó el mismo tratamiento a todos los símbolos públicos asociados al papel de la URSS en la guerra.

Lo mismo ocurrió en Lituania, donde a principios de diciembre de 2022, pese a la oposición del Comité de Derechos Humanos de la ONU (porque no respeta los derechos de la minoría de origen ruso), se desmanteló el monumento a la liberación de Vilna y el traslado de las 3.000 tumbas de soldados fuera de la capital.

También en Polonia desde octubre del 2022 se comenzaron a eliminar todos los monumentos soviéticos que aún permanecían en pie. Incluso se cambió la fecha conmemorativa del 9 al 8 de mayo (Ucrania, Eslovaquia, República Checa) o se suprimió directamente su recuerdo (países Bálticos, Polonia, Rumania, Bulgaria).    

La reescritura del pasado no es nueva. Ya con la consolidación de los regímenes comunistas en el Este de Europa se comenzó a recalcar (y a sobredimensionar) el aporte de los grupos locales en la resistencia en relación al realizado por las tropas soviéticas. Sin embargo, el mayor cambio ocurrió luego de la disolución de la URSS. En algunos países como Lituania o Ucrania, además de suprimir la conmemoración se empezó a reivindicar a los integrantes nacionales de las SS o de fuerzas colaboracionistas locales como “luchadores por la libertad” contra la dictadura comunista. En un giro extraordinario de la narrativa, los victimarios pasaron a ser víctimas o héroes.

Tal vez la mejor expresión de esta relectura del pasado en Occidente se vio en septiembre de 2023 cuando el excombatiente ucraniano Yaroslav Hunka (integrante de la división SS Galitzia) fue homenajeado en la Cámara de los Comunes de Canadá por el primer ministro de ese país, Justin Trudeau, y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski. Fue presentado como un ucraniano que combatió y mató rusos y que por eso merecía el reconocimiento de los presentes. Y esta es otra relectura del pasado, producto de la Guerra Fría: asimilar soviético a ruso, como si ambos términos fueran sinónimos, desconociendo que durante casi 25 años fue el georgiano Stalin quien dirigió la URSS y que muchos de los principales cargos del Estado estuvieron en manos de no rusos.

Para coordinar los trabajos de resignificación del pasado, en Polonia se creó a fines de los 90 el Instituto Nacional de la Memoria, con presupuesto estatal, que sirvió como modelo para otros similares creados después en diferentes países del Este. Su objetivo central era denunciar los crímenes cometidos por los nazis y los comunistas, equiparando así frente a la ciudadanía a ambos regímenes.  Por eso su presidente justificó el desmantelamiento de los monumentos soviéticos a la victoria en Polonia, porque según ellos conmemoraban a un sistema capaz de esclavizar a otras naciones. 

Otro ejemplo fue la creación del Instituto de la Memoria Nacional en Ucrania en 2005. El nuevo gobierno prooccidental de Yúshchenko le dio gran impulso a dicha organización para producir contenidos que sirvieran para debilitar electoralmente a los candidatos prorrusos o comunistas

A semejanza del creado en Polonia, este instituto también planteó la tesis de las dos ocupaciones (la ruso-soviética y la nazi) y comenzó a reivindicar a todos los personajes que en el pasado se opusieron al dominio ruso-soviético, incluyendo las acciones de los colaboracionistas nazis del grupo de Stepán Bandera y Román Sujevich, minimizando su papel en la organización de matanzas de judíos, polacos y rusos. 

Esta línea de reinterpretar el papel de los regímenes comunistas había empezado en Occidente ya durante la Guerra Fría. Así, la filósofa Hanna Arendt había argumentado que ambos regímenes eran expresiones del totalitarismo, concepción que se utilizó desde el ámbito académico anglosajón (y político) para poder combatir  a las izquierdas. Uno de los más recientes y notorios exponentes de esta corriente fue el historiador Ernst Nolte quien consideraba que, excepto las cámaras de gas, la Alemania nazi solo replicó el comportamiento y estructuración de la URSS. Esta interpretación fue oficializada por el Parlamento Europeo en una resolución de octubre de 2019, en la cual donde se equipararon ambos regímenes como iguales en cuanto a su responsabilidad como autores de represión y genocidio y se solicitaba a la Duma de Rusia que condenara su pasado para poder ingresar en el camino de la democratización del resto de los Estados europeos.  

Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido en Occidente, en Rusia y algunos Estados postsoviéticos (Moldavia, Estados del Cáucaso y Asia Central), el 9 de mayo se mantuvo solemnemente como Día de la Victoria. En el caso de Rusia, luego de la hecatombe económica y social que implicó la desaparición de la URSS en 1991, la conmemoración de esa fecha era uno de los pocos hitos que recordaba glorias pasadas. A principios de este siglo cobró fuerza nuevamente e incluso asumió características novedosas: en 2007 un periódico regional convocó al público a participar en el desfile con los retratos de los familiares que combatieron en la guerra. Esa iniciativa, conocida como el Movimiento del Regimiento Inmortal, fue cobrando cada vez más fuerza y en 2014 el Ministerio de Justicia de Rusia la oficializó como parte de los actos en conmemoración de la victoria. Se transformó en una manera de cohesionar a la población vinculando sus recuerdos familiares con acontecimientos históricos, pero que permitía al mismo tiempo impulsar valores que el régimen ruso quería difundir entre la población. 

Conmemorar la lucha contra el fascismo se volvió a convertir en una consigna viva y que movilizaba masivamente a la población. En ese contexto se creó también el Instituto de la Memoria Rusa para interpretar desde una óptica nacionalista fechas o acciones de algunos personajes que defendieron los “valores rusos”, frente a concepciones consideradas extranjerizantes o intereses antinacionales.

Por eso en la invasión a Ucrania en 2022 la apelación de las autoridades de Moscú a combatir a los neonazis (que por cierto predominan entre las milicias nacionalistas, aunque no entre el grueso de la población) no fue una consigna vacía para la ciudadanía, sino que encontraron un campo fértil en el cual prosperar y generar consenso hacia las autoridades y su política exterior. 

Por el contrario, en Occidente se ignora a nivel oficial el aporte soviético en la derrota del Tercer Reich e incluso se invisibiliza la simbología nazi que predomina entre los batallones nacionalistas ucranianos. Lo importante ahora es para ellos la derrota de Rusia y no las consecuencias que pueda traer el apoyo a esos grupos radicales.

La relectura tan sesgada del pasado puede volverse como un bumerang sobre los propios gobiernos de Europa Occidental. Y el avance de los partidos de extrema derecha en varios de esos países parece confirmarlo.

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