Sobra comida; lo que falta es accesibilidad y regulación de las multinacionales alimentarias.
El epidemiólogo italiano Gianni Tognoni estuvo en abril en Mar del Plata participando de un encuentro del Movimiento por la Salud de los Pueblos, una movida internacional por la cual vinieron a la Argentina delegaciones de varios países, en especial del Sur Global, y que empieza forjarse con, entre otros objetivos, el de formar un tribunal por Genocidio por Planificación de la Desigualdad.
Tognoni, doctor en Filosofía y en Medicina y uno de los mayores especialistas mundiales en políticas sanitarias, sabe cómo son esos desafíos: desde hace muchos años es el secretario general del Tribunal Permanente de los Pueblos, ex Tribunal Russell.
La conversación con Tektónikos es acerca del hambre, así como de las recientes pandemias y del rol de laboratorios y grupos farmacéuticos transnacionales en un contexto de auge de gobiernos de ultra derecha, como el que padece el país que lo recibió una vez más (ha venido varias veces a la Argentina) y el suyo propio, Italia, hoy al mando de la neofascista Giorgia Meloni.
–Es bastante patético que a esta altura de la humanidad, de sus avances y desarrollos, sigamos hablando del hambre como un fenómeno tan extendido. ¿En lo que va del siglo XXI empeoramos todavía más?, le preguntamos.
–El problema del hambre en el mundo –dice Tognoni– es el del acceso a los alimentos, y es difícil confrontar datos fiables. La idea básica es que el hambre sigue siendo un problema acuciante de la humanidad más por el acceso a la comida que por la disponibilidad. Esa es la contradicción principal. Y es la expresión más perfecta de la desigualdad en que se hunde cada vez más el mundo. La disponibilidad de alimentos ha aumentado, pero por otro lado el mercado impone condiciones muy restringidas a la accesibilidad, en especial a los países con poblaciones más necesitadas o con menos autonomía.
–¿Qué dicen las estadísticas al respecto?
–En las estadísticas mundiales hay obviamente datos sobre el hambre, la mortandad por hambre, las enfermedades por hambre, que suele difundir la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). Pero el mensaje debería ser no cuántos humanos pasan hambre, sino hacer evidente que muchos millones de casos serían perfectamente evitables. Veamos en mi país, Italia, donde, como en muchos otros, hay un exceso de disponibilidad, pero hay niveles de subnutrición y de pobreza, sobre todo en el sur, muy dramáticos Las estadísticas cuentan poco eso, hablan de porcentajes, pero ocultan el dato absoluto, cuántos sufren de hambre. Y por otro lado, en otros países, sobre todo Estados Unidos, hay porcentajes muy altos de obesos. Es otro reflejo de la desigualdad social. La clave es la desigualdad. Lo digo porque si miramos a países del sur como China, India o los de América Latina, se nota claramente la estratificación por clases sociales y el contexto de vida de cada una. El hambre es un indicador de acceso a derechos, al agua por ejemplo, a conocer el costo de los alimentos, ¿quién controla eso? Por eso sostengo que el hambre es un gran expositor de la desigualdad que reina en el orden actual.
–¿Qué hace el mundo para evitarla?
–Las cosas no han cambiado mucho en el siglo XXI. La FAO sigue siendo la organización más importante, pero con un problema obvio: no tiene el poder para controlar, por un lado, al agro, y por otro, el de conocer el costo real de la producción, para así regular más los precios, sobre todo a los grupos empresariales muy concentrados del sector agroalimentario global. Veamos lo que sucede con la guerra en Ucrania. Hubo una crisis en el sector cerealero, porque Ucrania es un gran proveedor de cereales al mundo, y enormes debates para ver cómo se podía distribuir, en medio de la guerra, a los países que compraban su comida ahí, que son sobre todo países pobres. Algo parecido a lo que pasa cuando hay conflicto en zonas con petróleo, o con los mercados de frutas y verduras. En África hay muchos países que no tienen acceso a alimentos básicos por carencias globales en la distribución, en la accesibilidad y en la falta de acuerdo de los países decisorios acerca de políticas distributivas en casos excepcionales como una guerra. Pero vuelvo a su pregunta… qué hace el mundo frente al hambre… El solo hecho de hablar hoy, a esta altura, en pleno siglo XXI, de hambre, es un reflejo de lo absurdo. En pocos minutos, con las plataformas en línea, los alimentos pueden llegar de un lado al otro del mundo en forma normal, diaria, inmediata. Sin embargo vemos que no ocurre. Tomemos el caso actual de la Franja de Gaza palestina, con toneladas de alimentos ahí nomás que no llegan a su gente por razones de guerra o de exclusión y hay miles de niños con hambre o que mueren. En situaciones internacionales así, organismos como las FAO o la misma ONU no tienen ningún poder, mientras toneladas de comida se echan a perder y van a la basura en el mundo entero. En síntesis, creo que en términos generales la situación ha empeorado. Se prefiere poner el acento en la discriminación por razones políticas o geopolíticas antes que en un precio accesible para las comidas básicas. Aunque todo el mundo sabe las causas del hambre, lo que prima es la lógica de los precios que fijan los grupos concentrados.
–En las últimas décadas se avanzó mucho con nuevas tecnologías para la producción agroganadera. La ciencia incorporó numerosas novedades en el campo. ¿Eso ayudó o agravó el problema?, le pregunto dada las críticas que se hacen sobre las consecuencias de algunas de esas nuevas técnicas en términos de contaminación o daño al medio ambiente y a la salud.
–Si no se pone un control a los nuevos paquetes tecnológicos, solo agravan el problema. Ninguna de las llamadas “revoluciones verdes” mejoró la situación del hambre, salvo en aquellos países con un entorno mejor en lo económico y social, con sistemas políticos más consistentes. En todo caso, insisto con esto, debe haber, junto con esas nuevas técnicas, un avance de la disponibilidad. Por ejemplo, China tuvo a lo largo de su historia muchas hambrunas, muy grandes; tuvo desastres climáticos, y tuvo una revolución agraria. Pero hace ya unos cuantos años que comprendió la necesidad de contar con una dotación de trabajadores para los sectores industriales que fomentó, los necesitaba bien alimentados, y tuvo un gran éxito con nuevas técnicas que fue incorporando. El éxito fue tal que si el hambre no ha subido más en el mundo todo este tiempo es solo por el aporte porcentual que hace China, que sacó a cientos de millones de sus habitantes del estado de pobreza e indigencia. Siguiendo el mismo ejemplo chino, en sus zonas más marginales, como en barrios de, por ejemplo, Brasil o de India, digamos, la mejora técnica por sí sola no sirve de nada si no hay una política pública detrás de desarrollo económico y social. Depende entonces de cómo se usan los nuevos paquetes tecnológicos, si se busca combatir el hambre o se busca solo hacer negocios.
–¿Y en los países industrializados?
–Veamos los casos de Estados Unidos o de Alemania. Ahí lo que han hecho las nuevas formas de alimentación y las nuevas técnicas de producción y el tipo de alimentación que surge ha sido acentuar los extremos, el de los obesos y el de los malnutridos. O sea que son sociedades donde vemos cómo esos dos extremos son la expresión de un daño, evidentemente muestran que el sistema así no funciona y tiene muchas contradicciones que lo convierten en dañino para la salud.
–En el año 2000, en el marco de la ONU, se establecieron las llamadas “metas del milenio”, que incluían la erradicación de la pobreza y del hambre para 2015, además de otros objetivos sobre educación, mortandad infantil, temas ambientales, etc. Y luego no se avanzó mucho y se lanzó la agenda 2030, ¿para qué sirve todo eso?
–Así planteadas, las metas del milenio fueron una trampa, el programa decía que bajaría la pobreza cuando en verdad subió, o si bajó (las estadísticas no son transparentes) fue por lo que dijimos del peso poblacional de China en el total mundial. En cualquier caso las metas quedaron muy retrasadas. El plazo era concretar los objetivos con mejores indicadores en 2015, y ya pasaron diez años y no tenemos ni un informe final. Además hay opacidad en los datos parciales que los organismos difunden. Creo que resulta inútil hacer relevamientos globales y no estudios efectivos y relativos a cada país y cada año, para hacer un mejor seguimiento. Cada año cambian las condiciones, por ejemplo por una guerra o una sequía. Y deberían verse más esas estadísticas que mencioné sobre desigualdades con gente obesa y gente malnutrida en un mismo país. También hay temas puntuales o sectoriales que no se analizan, pensemos en la súper producción de carne, con todo el daño al medioambiente que hace la mega producción de soja para alimentar justamente a esos ganados. Pero esos mercados son irracionales, no tienen miramiento alguno sobre los derechos de las personas.
La Pospandemia, los grupos farmacéuticos y la extrema derecha
Cuando vino a la Argentina, Gianni Tognoni estuvo también en Córdoba, para una actividad con la CGT, las dos CTA y el Movimiento por un Sistema Integral de Salud (MOSIS). Allí aseguró que “el mercado enferma” y que están en verdadero riesgo los sistemas universales, democráticos, de acceso a la salud como han sabido tener, entre otros, justamente países como Argentina o Italia. Una forma emblemática de observar cómo actuó el mercado y el sistema de salud, fue durante la pandemia del Covid-19.
–Una pregunta que se repite, pero me resulta inevitable hacerle, ¿aprendimos algo con la pandemia del Covid-19?
–Sí, aprendimos que la lógica global no se ha modificado. Documentó la impotencia. En todo el mundo escuchamos promesas de cambiar el rumbo, pero apenas se supo que se podían tener vacunas para combatir el virus y atenuar el riesgo, cundió la incompetencia y todo volvió a cómo era antes, se repitió lo de siempre. Hoy, organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la propia ONU se preparan para nuevas epidemias y en tal caso atinan a decir “ahora estamos más listos”. Pero nada cambió. Vimos la insuficiencia total de vacunas para los países más pobres y vulnerables, y en cambio, vimos mucha mayor cobertura para aquellos con mayores canales de accesibilidad. Vea, en 2022 “The Economist” publicó partes de un informe científico, digamos a modo de balance final, que no se conocía, que se esconde, e informa obviamente que la mayor cantidad de muertos por Covid-19 del listado se dio en los países más pobres, con menos acceso a las vacunas, con menos recursos sanitarios, menos médicos y enfermeros y menos hospitales. (N de la R.: en ese informe, el medio británico dijo que las muertes en todo el mundo fueron entre 11,8 y 22,1 millones, contra la cifra oficial de 5,5 millones). Lo de Argentina con el dengue también muestra la falta de aprendizaje de la pandemia anterior. Si bien no ha sido tan grave, se observa una enorme falta de planificación por parte del gobierno de Milei, que por otra parte, hasta ha jugado con la idea de retirar planes de medicamentos a los jubilados en el marco de su ajuste presupuestario, lo cual por ahora no se ha concretado, por suerte. No atender un brote así como el del dengue nos presenta un escenario que ya vulnera bases esenciales de la democracia. En Italia hay un fenómeno parecido con el gobierno, también de extrema derecha, que lidera Meloni. En mi país tuvimos una de las catástrofes mayores del mundo en cuanto al Covid-19, al menos entre países ricos. Si hoy con Meloni hubiese otra pandemia, sería otra calamidad. Los de Milei y Meloni son gobiernos parecidos.
–Un actor clave en todo este tema es el sector empresarial farmacéutico. Ud. siempre ha sido muy crítico con él y en su momento, hace varios años, colaboró en la elaboración de una lista de medicamentos esenciales de la OMS, que tuvieran una idea de congeniar la salud con su aspecto social y como un derecho universal…
–El sector empresarial, los grandes grupos farmacéuticos globales, sigue con su tesitura de no querer cambiar las normas de propiedad intelectual ni de abrir la estructura de costos. La situación con ellos está peor, tanto que hace unos días hasta se anunció la apertura de una investigación judicial sobre un presunto escándalo que involucra a la presidenta de la Comisión Europea con el laboratorio Pfizer en un caso de compra de vacunas. Vea, los grandes laboratorios son los primeros que aprovechan las políticas ultraliberales. En la Argentina de Milei, con la desregulación subieron inmediatamente los precios en forma astronómica, así como el de la medicina privada. Vi en Buenos Aires y en Mar del Plata precios de remedios cardiológicos, que son crónicos, cuatro veces más caros que en Italia. ¡Es criminal! Si no se corrige, eso elevará la tasa de mortalidad. Tolerar esas prácticas que se basan en la pura codicia mina la cultura de la solidaridad social más básica. Si no quieren hablar del ser humano y prefieren el de consumidores, al menos denles derechos.
–Ud. citó a Milei, a Meloni, expresiones de este fenómeno de las nuevas derechas radicalizadas, ¿qué riesgos más palpables observa en esas experiencias?
–Si tomamos los casos que mencioné de Argentina e Italia, y que usted retoma en su pregunta, lo que vemos es que la multiplicación de todos los intereses del mercado separados de los derechos humanos constituye un ataque explícito a las Constituciones de esos países. Pero si una Constitución, o el sistema de derechos humanos (como el caso del derecho a la educación, que es tan característica de la Argentina y provocó recientemente tan multitudinaria marcha de protesta ante los recortes universitarios), si se pone en duda todo el dispositivo de defensa de esos derechos, argumentando muchas veces supuestos casos de corrupción, tendremos una democracia meramente formal, pero muy regresiva. Con una cantidad de discursos falsos quieren quitar recursos a la cultura, la ciencia, la educación. Es muy peligroso. A la salud también, ciertamente.
Yo creo que, en el fondo, estamos en presencia de un escenario donde la globalización desplaza a la universalidad de los derechos humanos. Debemos distinguir esto. La universalidad surge desde abajo, en cambio la globalización se impone desde arriba. Cuando una minoría de 5% de la humanidad controla al 95% restante, es el mundo al revés de que nos hablaba Eduardo Galeano con eso de un mundo patas para arriba. Y un escenario así compromete el destino de la humanidad.
Diseño y fotomontaje: DG Gretel Flores