Trump y la ofensiva de la derecha extrema

Un triunfo que nace con la doctrina Monroe bajo el brazo. 

Después de una campaña singular y frenética, con mucha incertidumbre por la paridad en las encuestas y creciente polarización política e ideológica, el 5 de noviembre terminó el proceso electoral en Estados Unidos. Las primeras impresiones sobre el impactante triunfo de Trump y sobre lo que se viene.

Trump recargado

El expresidente ganó el voto popular (primera vez que lo logran los republicanos en 20 años) y el colegio electoral (se impuso en los siete estados oscilantes que definían la elección). Los republicanos conservan su actual mayoría en la Cámara de Representantes y le arrebatan a los demócratas el control de la de Senadores. Trump gobernará entonces con el apoyo total del Congreso, y con un partido que ahora le responde casi sin fisuras. Cooptó a varios de los históricos republicanos que lo resistían y se deshizo de otros, incluso de algunos que apoyaron explícitamente a Kamala Harris (clan Bush, clan Cheney, John Kelly). Muchos neocon y exfuncionarios suyos quedaron políticamente neutralizados. Además, va a contar con el apoyo de una Corte Suprema ultraconservadora, que sostiene una mayoría de seis a tres, gracias a los jueces antiaborto que nominó en su primera presidencia. Se le despeja el frente judicial (es el primer presidente condenado por una demanda penal, y enfrenta todavía varias más) y a esta altura nadie parece escandalizado ante la perspectiva de que se auto indulte cuando llegue a la Casa Blanca. 

Quizás es pronto arriesgar explicaciones sobre este tsunami electoral porque todavía se cuentan los votos en algunos estados, pero tenemos algunos datos para analizar. Trump sostuvo el apoyo que había construido durante todo el año, aunque no habría sumado más votos que en 2020, cuando consiguió 74 millones. Los demócratas perdieron muchos millones de votos respecto a 2020, cuando Biden había logrado el récord de 81 millones. Hay que ver los números finales, pero parece haber primado la apatía y la abstención electoral. La participación bajó respecto a 2020. Kamala Harris ganó entre las mujeres, pero no hubo una avalancha como en las elecciones de medio término del 2022. Incluso se produjo la paradoja de que en varios estados se aprobaron iniciativas en favor del aborto y al mismo tiempo eligieron a Trump (Florida, Montana, Nebraska, Missouri y Dakota del Sur, entre otros). Lo mismo ocurrió con otras iniciativas para legalizar el consumo de marihuana. Parece entonces un rechazo a las políticas del actual gobierno, a la vez que no necesariamente un apoyo a la agenda antifeminista o ultraconservadora del trumpismo. 

Trump mejoró mucho los índices de aprobación entre los hispanos, a pesar de su discurso xenófobo y antiinmigratorio, que estigmatizó a los puertorriqueños y haitianos en varias oportunidades. Los más de 60 millones de habitantes de origen hispano no son un grupo homogéneo, y muchos ya son tercera o cuarta generación en Estados Unidos. Votan por razones económicas, de género, ideológicas y no necesariamente por su identidad étnico-racial, aunque ese sea un tema de peso en la sociedad estadounidense. Algo similar puede decirse entre los afroamericanos. En ambas minorías se impusieron los demócratas, pero por índices mucho menores que hace cuatro años. Entre la población de origen árabe y entre los jóvenes progresistas, el tema del apoyo de la Casa Blanca al gobierno de Israel, en medio del genocidio en Gaza, puede haber resentido la inclinación a votar por la fórmula oficialista, más allá del rechazo a Trump. 

El gobierno de Biden-Harris tiene índices de apoyo bajísimos (las encuestas muestran el descontento por el rumbo del gobierno), pese a la recuperación económica, el bajo desempleo y la actual disminución de la inflación, que no llega al 3% anual. La suba del precio de la nafta y del costo de vida en los últimos años, la creciente desigualdad económica y el estancamiento del salario mínimo pesaron más que otras cuestiones. 

La narrativa de Trump volvió a ser efectiva. Pese a haber sido gobierno, y a estar apoyado por Elon Musk, el hombre más rico y más poderoso de Estados Unidos, logró exitosamente volver a presentarse como un outsider que era atacado por las elites ilustradas. Su prédica antiestatal y antiprogresista sirvió para convencer a millones de que volvieran a votarlo. La elección de J.D. Vance como compañero de fórmula, que expresa una línea antielitista mucho más dura, pareciera que rindió sus frutos, teniendo en cuenta el apoyo sostenido que mantuvo en áreas rurales. 

Un factor sobre el que deben profundizarse los análisis es cómo está cambiando la subjetividad en Occidente, fundamentalmente a partir de la pandemia como acelerador de tendencias preexistentes, con el tecnocapitalismo de plataformas, las redes sociales y la IA, generando un hiperindividualismo en jóvenes varones que son muy propensos a tomar como propia las narrativas de las ultraderechas. El rol de Elon Musk, su red social X y la apelación a los criptobros parece haber sido efectiva. 

¿Cómo será la segunda presidencia de Trump?

Aunque todavía es muy pronto para saberlo, lo que es seguro es que este cambio político en Estados Unidos, además de ser una manifestación de tendencias que venimos analizando (ver nuestro libro El legado de Trump en un mundo en crisis) va a acelerar el proceso de transición geopolítica actual. Difícilmente con Trump Estados Unidos pueda liderar el mundo como hasta ahora. Se va a resentir el vínculo con la Unión Europea (esperaban el triunfo de Harris) y el apoyo a Zelensky, vía la OTAN, en su lucha contra Rusia (veremos si en esta presidencia se concreta la aproximación Trump-Putin que no pudo darse en la primera); se va a reforzar la alianza con el gobierno israelí de Benjamín Netanyahu, quien tendrá quizás un respaldo para confrontar más abiertamente contra Irán; volverán las tensiones comerciales con China, que caracterizaron la guerra económica lanzada en 2018. Seguramente vuelva la política de ataque a las instituciones multilaterales, que Trump denosta, y también a algunas de las agendas que se promueven en los ámbitos multilaterales. Desde las de igualdad de género hasta las tenues iniciativas para morigerar el cambio climático, que Trump niega. La ONU perderá todavía más peso y el G20 también. 

El repliegue relativo de Estados Unidos obedece a la estrategia de la fracción americanista-nacionalista de la clase dominante, que sostiene que ese país debe regresar a algunas de las antiguas posiciones neoaislacionistas y recostarse en su patio trasero, como denominan despectivamente al Hemisferio Occidental, o sea a América Latina y el Caribe. Veremos, entonces, una reivindicación de la bicentenaria doctrina Monroe y una remilitarización de la política interamericana, con mayor hostilidad contra Cuba y más sanciones económicas para aplastar la reciente recuperación económica de Venezuela. Habrá todavía más poder para el Comando Sur, que viene desplegando una acción cada vez más injerencista durante la actual administración demócrata, y se negociará con actores extrahemisféricos para frenar su avance económico en la región. O sea, propondrá el establecimiento de áreas de influencia: no te agredo en los límites de Rusia (Ucrania), pero vos retirate de Venezuela y el Caribe. No avanzo en el Mar de China Meridional, pero vos no sigas posicionándote en América Latina. Está por verse si el reaccionario senador Marco Rubio logra su viejo anhelo de comandar el Departamento de Estado. Trump va a privilegiar el vínculo con los gobiernos ultraderechistas, como el de Javier Milei, exultante con su triunfo, y Nayib Bukele e impulsar a figuras como Jair Bolsonaro y José Antonio Kast, para intentar debilitar a los gobiernos progresistas, nacional-populares o de izquierda. La anacrónica retórica anticomunista y antiestatal cuadra perfecto con la posición neocolonial de los Milei y los Bukele. 

Más allá de este rápido esbozo, lo cierto es que Trump empujará una agenda agresiva de reducción de impuestos para los más ricos, negocios jugosos para el complejo militar, las empresas de combustibles fósiles y los grandes contratistas del estado, como Elon Musk (SpaceX), quien estará seguramente al frente de una estratégica oficina de desregulación del estado. Más privatización de la salud y la educación, menos derechos laborales y sociales, y una batalla cultural contra los feminismos, los inmigrantes, los trabajadores sindicalizados, las organizaciones de derechos humanos, los pueblos originarios, las minorías lgbtq+, los académicos y estudiantes universitarios, las organizaciones de izquierda y todo aquel que se le enfrente. 

El resonante triunfo de Trump va a dar impulso a las derechas extremas en todo el mundo. Hace una semana salió de la cárcel Steve Bannon, el ideólogo de la internacional ultraconservadora, y ya volvió al ruedo. Serán tiempos difíciles. La reacción política, ideológica y cultural está en marcha. Es hora de repensar qué nos llevó a esta situación y construir una fuerza social para enfrentar esta peligrosa deriva autoritaria a la que nos está llevando la actual fase del capitalismo caníbal. 

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