Un 3+1 podría ayudar a la cooperación en el Ártico

Cómo se acomodan Estados Unidos, Rusia, China y Arabia Saudita cuando miran al Ártico

Las cumbres de Alaska, Tianjin y Vladivostok han mostrado el interés convergente de EE.UU., Rusia y China en el aprovechamiento del Ártico, pero necesitan un mediador que los junte.

Durante su discurso ante el Foro Económico Oriental en Vladivostok el pasado 5 de septiembre el presidente de Rusia, Vladimir Putin, enfatizó la importancia de la Ruta Transártica. Por tercera vez en tres semanas Moscú insistió en la importancia que otorga al desarrollo del Ártico, un proyecto que presentó a Donald Trump en la cumbre de Alaska del 15 de agosto y que entusiasmó al mandatario estadounidense. Es que las dimensiones del emprendimiento y la posibilidad de que ambas superpotencias cooperen allí sería la panacea para la alicaída economía norteamericana. Claro, todo tiene un “pero”; EE.UU. tendría que entenderse con China, también interesada en desarrollar la ruta ártica para su comercio con Europa. Dadas los numerosos contenciosos que hoy enfrentan a ambas potencias parece difícil que puedan trabajar juntas en el tiempo por venir, pero ¿cómo sería si se encuentra un mediador que se lleve bien con ambos?

Tras la cumbre entre los presidentes de EE.UU. y Rusia en Anchorage, Alaska, el pasado 15 de agosto, y la reciente reunión de la Organización de Cooperación de Shamghái en Tianjin, China, quedó claro que el diseño del orden global en los próximos años estará a cargo del Sur y Este Global, eventualmente junto con Estados Unidos, si es que este país acepta su nuevo rol de gran potencia entre pares.

Tanto en Anchorage como en Tianjin la cooperación para el desarrollo económico en mutuo beneficio y en paz predominó sobre los demás puntos de la agenda. En particular, tanto en Alaska como en la cumbre del Foro Económico Oriental que se celebró en Vladivostok entre el 3 y el 6 de septiembre pasados (complemento económico de la reunión de Tianjin) el acento estuvo puesto en la exploración y explotación conjunta de la región ártica y en el desarrollo de la infraestructura para aprovechar los mares circundantes para el comercio mundial.

El rompehielos atómico ruso Sibir.

Durante su discurso del viernes 5 en el Foro Económico Oriental Vladimir Putin dijo que “por supuesto, un tema especialmente importante tanto para el Lejano Oriente como para todo nuestro país y para todo el continente euroasiático es el desarrollo del Сorredor de Transporte Transártico”. “Este corredor se extiende desde San Petersburgo, pasando por Múrmansk, Arcángelsk y la Ruta Marítima del Norte, hasta Vladivostok”, explicó.

El líder ruso precisó que se trata de un sistema integral que permitirá combinar el transporte acuático, ferroviario y automovilístico. El objetivo del corredor va más allá de la simple conexión de puntos geográficos, para tejer una red logística mediante la cual la mercancía que llegue a los puertos árticos pueda ser transferida fácilmente a otros medios de transporte al interior del continente. Esta red se desarrollará aprovechando las cuencas de los grandes ríos de Siberia (el Obi, el Yeniséi y el Lena) y se apoyará en la creciente infraestructura portuaria de la zona ártica.

Es la vía marítima más corta entre la parte europea de Rusia y el Lejano Oriente, así como la principal arteria de comunicación en el Ártico ruso. Esta ruta bordea la costa norte de Rusia a lo largo de 5.600 kilómetros, desde el estrecho de Kara hasta la bahía de Providéniya, Chukotka, en el extremo noroeste del Océano Pacífico. En la última década el volumen del tráfico de mercancías por la Ruta Marítima del Norte se ha multiplicado por diez, alcanzando los 38 millones de toneladas. Se estima que, para 2030 esta cifra podría elevarse a entre 70 y 100 millones de toneladas.

Para desarrollar este proyecto, el Kremlin se ha propuesto aumentar la flota de rompehielos, construir una sólida flota comercial en el Ártico, fomentar el surgimiento de operadores nacionales eficaces que se dediquen al transporte de contenedores, carbón, cargas a granel y otras, mejorar aceleradamente la capacidad y el volumen de negocios de los puertos del norte con soluciones modernas y ecológicas, desarrollar las redes ferroviarias árticas, para descargar al ferrocarril Transiberiano y mejorando la eficacia del transporte marítimo.

Las dos grandes rutas del Ártico.

La Ruta Marítima del Norte es un sueño acariciado por las principales potencias desde fines del siglo XIX. La asegura una flota de rompehielos que facilita el tránsito a los cargueros que transportan recursos minerales desde el Ártico ruso hasta las plantas de procesamiento, especialmente en China. Este tráfico marítimo está aumentando aceleradamente, pero requiere la incorporación de los llamados rompehielos nucleares de tercera generación, barcazas y buques de carga especiales de 8.000 a 15.000 toneladas. Además, para asegurar el tráfico, Rusia debe fortalecer su infraestructura portuaria y sus sistemas de apoyo a la navegación.

El desarrollo de esta ruta busca abaratar los costos del transporte de mercancías entre Asia Oriental y Europa, facilitar el acceso y la salida al mercado mundial de los productos minerales del Ártico ruso, especialmente el petróleo y el gas, y mejorar la integración del territorio ruso.

En el Ártico el petróleo se encuentra hoy principalmente en tres regiones: la costa del mar de Beaufort (norte de Alaska y el delta del Mackenzie en Canadá), el Ártico canadiense nororiental (Nunavut) y el noroeste de Rusia. En 2008, el Servicio Geológico de Estados Unidos publicó una estimación de los yacimientos por descubrir en el Ártico, según la cual al norte del Círculo Polar Ártico habría unos 90.000 millones de barriles de petróleo no descubiertos y técnicamente recuperables, 1.670 billones de pies cúbicos de gas natural técnicamente recuperable y 44.000 millones de barriles de gas natural líquido técnicamente recuperable en 25 zonas geológicas definidas.

Estos recursos representan aproximadamente el 22% de los recuperables no descubiertos en el mundo. En total el Ártico contiene aproximadamente el 13% del petróleo, el 30% del gas natural y el 20% del gas natural líquido no descubierto en el mundo. Se estima que alrededor del 84% de los recursos estimados se encuentra en alta mar.

Rusia y Estados Unidos se encuentran entre las cinco naciones árticas (Rusia, Estados Unidos, Canadá, Dinamarca y Noruega), mientras que China se declaró un “estado casi ártico” en 2018. Rusia tiene la costa ártica más larga de todos los países y reclama como suya una parte importante de la región, incluido el Polo Norte. Tanto es así que en 2007 plantó allí una bandera en el lecho marino afirmando simbólicamente su reivindicación de soberanía.

Además de los intercambios de información medioambiental que se continuaron hasta 2020, la cooperación productiva ruso-norteamericana en el Ártico tiene antecedentes. En 2013 la petrolera estadounidense ExxonMobil se había asociado con la estatal rusa Rosneft para explorar en la desembocadura del río Ob, en Siberia Occidental, en busca de hidrocarburos, pero se retiró en 2018, tras la imposición de sanciones occidentales por la ocupación rusa de Crimea en 2014.

Mapa político del Océano Ártico con las reclamaciones territoriales y los campos de petróleo y gas.

En un contexto jurídico internacional donde los límites de las plataformas continentales siguen estando mal definidos, Rusia reclama derechos de explotación sobre un área marítima de 1,2 millones de kilómetros cuadrados en el triángulo Chukotka-Múrmansk-Polo Norte. La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CNUDM), aprobada en 1982, es el único marco jurídico válido para resolver estos conflictos, pero no todos los países árticos la han ratificado. En esta región no existe otro marco legal que regule la propiedad y explotación de los recursos árticos comparable con el Tratado Antártico. En virtud de dicha Convención los cinco estados costeros del Ártico ejercen su soberanía sobre su Zona Económica Exclusiva (ZEE) dentro de una franja costera de 200 millas náuticas (370 kilómetros) y más allá, si pueden demostrar que el lecho marino reclamado constituye una extensión de su plataforma continental.

Varias compañías petroleras han explorado y perforado en el Ártico, pero no todas lo siguen haciendo actualmente. Algunas de las que continúan perforando allí son ExxonMobil, Rosneft (Rusia), Eni (Italia), Gazprom (Rusia) y Statoil (Noruega).

La indefinición de los límites nacionales en el Ártico ha sido motivo de muchas diferencias entre los estados. La tensión es especialmente alta en la zona entre Svalbard y Nueva Zembla, entre el noroeste de Rusia y el norte de Noruega, donde se encuentran los yacimientos más grandes, pero también porque se encuentran frente al complejo militar-industrial de Múrmansk. El Mar de Barents, entre ambos archipiélagos, contiene reservas equivalentes a 7.500 millones de barriles de petróleo y nueve billones de metros cúbicos de gas. Desde 2004 las empresas rusas Lukoil, Gazprom y Yukos han estado explotando yacimientos en los mares de Barents y Kara. En parte por sus riquezas, pero también por la cerrada política antirrusa actual de los países europeos, esta región marítima se ha convertido en un escenario de maniobras y demostraciones de fuerza naval.

Para mantener su fuerza defensiva y ofensiva, Rusia cuenta allí con una impactante potencia militar (buques de superficie, submarinos nucleares, bombarderos estratégicos) desplegada en una red de bases ubicadas entre Múrmansk, Nueva Zembla y el archipiélago de Francisco José. La misión de la Flota del Norte es controlar el Mar de Barents y, de ser necesario, tomar el control del canal de Barents entre Svalbard y Finnmark, que está en manos de Noruega. Este riesgo de confrontación es uno de los principales obstáculos que se oponen al desarrollo del megaproyecto de la Ruta Marítima del Ártico.

Tanto Rusia como Estados Unidos están urgidos en retomar su cooperación en el Ártico aprovechando que el calentamiento del clima global lo ha hecho más accesible. En primer lugar, las sanciones occidentales ya desde 2014 (después de la incorporación de Crimea), pero sobre todo después de 2022 (comienzo de la llamada Operación Militar Especial en Ucrania) devastaron el sector energético ruso en el Ártico. Empresas como ExxonMobil y BP se retiraron de los proyectos rusos, interrumpiendo la explotación de petróleo y gas. Las sanciones también restringieron el acceso de Rusia a la tecnología occidental, ralentizando la extracción de energía. En respuesta, Rusia ha buscado nuevas asociaciones con China, pero la tecnología china no puede sustituir totalmente los conocimientos occidentales.

La OTAN en el Ártico después de la incorporación de Suecia y Finlandia.

En segundo lugar, la expansión septentrional de la OTAN ha aumentado las tensiones militares en la región. El ingreso de Finlandia y Suecia en la Alianza Atlántica ha obligado a Moscú a reforzar su presencia militar en el Ártico, incrementando allí sus maniobras militares, ampliando sus sistemas de defensa aérea y desplegando nuevas unidades militares.

En tercer lugar, Rusia ha intensificado su cooperación con China en el marco de la “Ruta Polar de la Seda”. A medida que las compañías navieras occidentales reducen sus operaciones en el norte Rusia ha recurrido a las inversiones chinas, para sostener sus proyectos de infraestructura ártica.

Para el presidente ruso Vladimir Putin el desarrollo comercial de la Ruta Marítima Septentrional es una prioridad absoluta por la que ha hecho responsable a la agencia nuclear estatal Rosatomflot (operadora de los rompehielos nucleares rusos). La cooperación chino-rusa es uno de los principales motores del desarrollo económico de esta ruta, tanto para el transporte marítimo como para la extracción de recursos. Las empresas chinas son también los principales patrocinadores de los mayores proyectos de la región, como Arctic LNG 2, la terminal de licuefacción autorizada en el Golfo del río Ob.

¿Tiene sentido en este contexto avanzar en la cooperación económica ruso-norteamericana en el Ártico? Estados Unidos depende en gran medida de las tierras raras tanto para la tecnología de consumo como para las aplicaciones militares. Sin embargo, la producción nacional sólo cubre una parte de sus necesidades, teniendo el país que importar el resto, una parte significativa del cual procede de China.

Por su parte, Rusia se encuentra entre los cinco países con mayores reservas estimadas de tierras raras, pero las duras condiciones climáticas del Ártico y de Siberia hacen que su extracción sea costosa, lo que limita su participación en la producción mundial a sólo el 2%.

El presidente ruso Vladimir Putin aprovechó su encuentro con el presidente Donald Trump en Anchorage, Alaska, el pasado 15 de agosto, para impulsar la cooperación entre ambos países. En la realiación de la reunión cumbre tuvieron una influencia considerable el enviado especial de Trump, Steve Witkoff, y Kirill Dmitriev, Enviado Presidencial Especial para la Inversión Extranjera en Rusia quienes comenzaron a urdir este proyecto de cooperación durante la reunión entre Serguéi Lavrov y Marco Rubio celebrada en la capital saudita Riad en febrero pasado.

Precisamente, fue en Riad, la capital saudita, donde el 18 de febrero pasado comenzó a tejerse el entramado que llevó a la cumbre de Alaska. Si bien ambos cancilleres se concentraron entonces en la búsqueda de una fórmula para terminar la guerra en Ucrania y en la situación en Asia Occidental, Steve Witkoff y Kirill Dmitriev, incitados especialmente por el anfitrión saudita, aprovecharon la ocasión para comenzar a conversar sobre la posibilidad de una cooperación binacional en el Ártico.

Wittkoff es un empresario inmobiliario neoyorquino, amigo y compañero de golf del presidente Trump, con quien lo une una larga amistad. Dmitriev, por su lado, es un empresario ucraniano que se formó en EE.UU., trabajó en Goldman Sachs y en la consultora McKinsey. En 2000 volvió a Rusia y desde 2011 dirige por encargo de Putin el Fondo Ruso para el Desarrollo, un fondo soberano para inversiones productivas en nuevos mercados.

El encuentro de agosto entre ambos presidentes en Anchorage sobrevino en un momento en que los dos enfrentan grandes tensiones económicas. Rusia ha sobrevivido bien las sanciones occidentales posteriores al ingreso de su ejército en Ucrania. Sin embargo, resiente la falta de las tecnologías occidentales en algunos sectores clave de la economía (como el de los hidrocarburos), su comercio exterior se ha vuelto muy complicado tras su expulsión del sistema SWIFT y necesita recuperar los 300 mil millones de dólares en depósitos en bancos europeos que fueron incautados por la UE al comienzo de la Operación Militar Especial (OME).

Trump, por su parte, subió al gobierno en enero pasado con la clara consciencia del retraso de su país respecto a China y la necesidad de replegarse a un área geográfica suficientemente grande, pero de su exclusivo dominio, en la cual poder acumular capital, para dar el salto tecnológico que en veinte o treinta años permita a EE.UU. volver a competir con el gigante asiático. Por ello quiere cerrar todo el continente americano a la influencia de sus competidores y aprovechar el calentamiento global, para incorporar el Ártico al mercado mundial.

Rusia y EE.UU., por lo tanto, tienen intereses convergentes en el desarrollo conjunto del Ártico. El primero necesita la tecnología y la aquiescencia del segundo, para que se levanten las sanciones en su contra y pueda transitar sin riesgos la ruta del noroeste, a lo largo de la costa noruega, por donde su producción petrolera y gasífera sale al mercado mundial. Si bien la OTAN hasta ahora no ha bloqueado esta salida al Mar del Norte, puede hacerlo en cualquier momento, si la confrontación se agudiza.

El segundo, en tanto, necesita al primero tanto para que sus empresas vuelvan a invertir en la exploración del petróleo y la licuefacción de gas en Rusia como para disponer eventualmente de la gigantesca flota de rompehielos nucleares de Rusia, para aprovechar las aguas árticas, al menos hasta poder desarrollar la propia flota de la que carece.

No es casual que quien impulsó a Wittkoff y Dmitriev, para que comenzaran a tratar sobre la eventual cooperación ruso-norteamericana en el Ártico haya sido Mohammed bin Salman, el príncipe heredero del trono de Arabia Saudita. La mayor productora de petróleo del mundo viene haciendo un serio esfuerzo por superar su dependencia de la producción y explotación de petróleo y por conquistar un espacio autónomo sin chocar con Estados Unidos. Ya desde 2018 su empresa estatal Aramco exploraba la posibilidad de realizar una inversión en la licuefacción de gas siberiano junto con la estatal rusa Novotek. En ese momento el proyecto no se concretó, pero el camino para hacerlo quedaría ahora expedito, si Riad se suma a un acuerdo ártico ente Rusia y EE.UU. A la primera le conviene por la masa de inversiones que los sauditas podrían aportar y, porque los barcos gasíferos sauditas podrían sacar el gas por el Mar del Norte, sin que noruegos y británicos pudieran impedirlo; a los segundos, en tanto, porque la inversión saudita en gas licuado en el Golfo del Ob no competiría con el retorno de ExxonMobil a los campos petroleros siberianos y la inversión árabe comprometería a los rusos a ser más concesivos hacia los occidentales. A los sauditas, finalmente, la inversión les permitiría ampliar el abanico de sus inversiones no petroleras, mientras amplían su control sobre los precios mundiales de los hidrocarburos.

¿Qué tiene que ver China en esta historia? Xi Jinping anunció ya en 2014 la ambición de su país de llegar a ser una “gran potencia polar”, después de que el año anterior se le concediera el estatus de observador en el Consejo Ártico. El presidente explicó entonces que el objetivo de convertirse en una potencia polar era una condición importante para transformarse en una gran potencia marítima. Tras el corredor terrestre a través de Asia Central y la ruta marítima del Indo-Pacífico hacia el Mediterráneo europeo, China considera que por el Océano Ártico debe pasar el tercer corredor de la Ruta de la Seda.

Beijing ve el Ártico como una zona geopolíticamente importante que ganará relevancia a largo plazo. El desarrollo de la ruta polar china pretende aumentar la seguridad nacional de abastecimiento con energía fósil procedente del Ártico ruso, ya que casi el 80% de las importaciones actuales de petróleo atraviesan el angosto estrecho de Malaca entre Singapur e Indonesia, fácilmente bloqueable por las potencias occidentales. Sin embargo, esto también se aplica al más espacioso estrecho de Bering. Por esta razón China tiene un interés adicional en la cooperación ruso-norteamericana entre el Pacífico y el Ártico.

Los intereses de Rusia, EE.UU., Arabia Saudita y China confluyen en el Ártico, pero entre Washington y Beijing existe una competencia global que los norteamericanos han llevado al enfrentamiento entre sistemas incompatibles. Por ello la eventual mediación de Arabia Saudita, aliada del primero y desde hace pocos años en excelente interlocución con el segundo, sería ideal para que en el Ártico se desarrolle un 3+1 que dé un nuevo salto al desarrollo económico global y traiga la paz entre las potencias mediante los negocios compartidos.

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