Polarización política, estabilidad económica y proyección internacional autonomista.
Después de un año de gobierno Lula en Brasil, las perspectivas económicas y el protagonismo regional e internacional del país parecen fortalecerse, no obstante, en un escenario político conturbado y polarizado.
El 1º de enero de 2024 se cumplió un año de mandato del gobierno de Luis Inácio Lula da Silva en Brasil, después de una apretada victoria —solo 2 millones de votos de diferencia— contra el entonces presidente Jair Mesías Bolsonaro (2019-2022) y en un contexto político doméstico de extrema polarización.
La consigna del nuevo gobierno fue “reconstruir el país” tras el vendaval bolsonarista, que embarcó en las políticas económicas neoliberales promoviendo el vaciamiento de políticas públicas, una despreocupación total por las cuestiones ambientales y sobrellevó la pandemia de Covid-19 con gran entusiasmo negacionista.
El gobierno Lula 3.0, en el plano doméstico, redujo la deforestación en la Amazonía, incrementó la vacunación infantil, revirtiendo la tendencia del gobierno anterior, y revocó el decreto de armas. Además, reinstaló un conjunto de políticas públicas para la reducción de la pobreza y la desigualdad. Juntamente, se lanzó un programa de reindustrialización innovador liderado por el vicepresidente Geraldo Alckmin desde el Ministerio de Desarrollo, Industria, Comercio y Servicios (MDIC).
Balance positivo
Se puede afirmar que los resultados macroeconómicos en este primer año de gobierno fueron exitosos. El crecimiento de Brasil en 2023 fue mayor de lo previsto en 2022 por el FMI. Alcanzó 3,1% del Producto Interno Bruto (PIB). El nivel de desempleo cayó al nivel más bajo desde 2015 y la inflación, medida por el Índice Nacional de Precios al Consumidor (IPCA) fue de 4,62% y se mantuvo dentro de la meta estipulada por el gobierno (4,72%).
Este año, Brasil saltará dos posiciones y se torna la novena economía del mundo para 2023, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). De acuerdo con la institución, se espera que el país haya finalizado el año pasado con un PIB nominal de 2,13 billones de dólares, superando a Canadá, que cuenta con 2,12 billones de dólares. El año anterior, Brasil estaba en la decimoprimera posición. Según proyecciones del FMI, en 2026 Brasil podría subir una posición y convertirse en la octava economía del planeta, con un PIB estimado en 2,476 billones de dólares.
No obstante, el hecho más sorprendente fue el sector exportador. El año 2023 mostró las reales capacidades exportadoras de Brasil, que se fue afianzando como un gran vendedor de productos agrícolas y alcanzó un superávit comercial récord. Según datos de la Secretaría de Comercio Exterior (Secex) del Ministerio de Economía, la balanza comercial brasileña batió un récord de 34 años, el más alto desde que comenzó a medirse la serie histórica. Brasil exportó 98.840 millones de dólares más de lo que importó de otros países.
Las ventas internacionales del año pasado totalizaron 339.670 millones de dólares, mientras que las compras fueron de 240.830 millones de dólares. El saldo fue 60,6% mayor que en 2022, cuando las exportaciones alcanzaron los 61,5 mil millones de dólares.
Este récord fue consolidado, en gran parte, por la estrecha relación comercial de Brasil con la República Popular de China (RPC). Una muestra de ello, es que 30,7% del total de productos brasileños exportados tuvieron como destino al gigante asiático.
La relación con China
La importancia de China en la economía brasileña no es una novedad. Desde 2009, la RPCh es el principal socio comercial de Brasil a partir de una relación de complementariedad en la cual el país sudamericano exporta principalmente commodities: concentrados en soja, acero, petróleo y otros minerales.
El desafío del actual gobierno Lula con relación a China fue la recomposición de las relaciones diplomáticas – deterioradas durante el gobierno Bolsonaro – y la diversificación de la cooperación más allá de la complementariedad comercial. En este sentido, la visita del presidente Lula a China en abril de 2023 tuvo como objetivo primordial la diversificación de las relaciones económicas. En esa oportunidad se firmaron importantes acuerdos que comprendieron: el área de ciencia y tecnología, las inversiones en economía verde, acuerdos de infraestructura, el impulso en la cooperación para promover la transferencia tecnológica y la relación entre los pueblos.
Diferenciándose del aislamiento diplomático del gobierno Bolsonaro, que se profundizó aún más con la victoria de Joe Biden en los Estados Unidos, la promesa de Lula en campaña se basó en el retorno a una “diplomacia activa y altiva”, como así destacó el excanciller y hoy asesor especial de la Presidencia, Celso Amorim.
En este sentido, la profesora Maria Regina Soares de Lima afirma que no debemos interpretar la política externa del gobierno Lula 3.0 como una continuidad de los Gobiernos del PT (2002-2016), un retorno al pasado, sino como una antítesis del gobierno bolsonarista frente a los nuevos desafíos internacionales y domésticos, destacando que los procesos históricos no son lineales y elementos contradictorios modifican las trayectorias en curso.
Un global player post atlantista
De esta manera, los desafíos no fueron pocos. Brasil en 2023 reafirmó su vocación de global player post atlantista que se inaugurara con la creación de los BRICS en 2009, después de la crisis económica de 2007/8. Asimismo, el Brasil de Lula 3.0 retomó el viejo anhelo por un liderazgo regional y se presentó al mundo como un activo protagonista de las instituciones multilaterales —Consejo de Seguridad de Naciones Unidas— o minilaterales —asumiendo la presidencia del G-20 y gran protagonista del BRICS plus.
En el plano regional, el presidente Lula anunció, en su discurso de apertura de su gobierno, la reintegración de Brasil a la Unasur y a la CELAC, así como la reactivación de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA). También se consideró prioritaria la normalización de las relaciones con Venezuela, corrigiendo la estrategia de aislamiento adoptada por Bolsonaro.
Pero quizás el mayor desafío de la política externa del gobierno Lula haya sido (y será) lidiar con las turbulencias de la geopolítica mundial que se expresan hoy en dos conflictos notorios y muchos otros latentes. La guerra en Ucrania y el conflicto Israel-Palestina son dos pruebas de fuego para la política externa de un Brasil protagonista.
En relación con la “operación especial militar” de Rusia, una de las características distintivas del enfoque brasileño es el énfasis en la importancia de evitar la escalada del conflicto. Brasil ha advertido sobre los riesgos de profundizar la crisis y ha instado a las partes a encontrar formas políticas y diplomáticas de resolverla. En este contexto, hay una prioridad de mantener buenas relaciones bilaterales con la Federación Rusa, que quizás sea el único punto de convergencia entre la política externa bolsonarista y la de Lula 3.0.
En el conflicto en Asia Occidental, cuyo epicentro es la crisis Israel-Palestina, Brasil ha desempeñado un rol importante en la promoción de un alto el fuego y en la búsqueda de una solución pacífica entre los actores. La gran preocupación es el peligro de escalada del conflicto que involucraría los principales actores de la geopolítica internacional. En este sentido, el gobierno Lula, por intermedio de Itamaraty, dio apoyo político a la iniciativa de Sudáfrica de accionar la Corte Internacional de Justicia (CIJ) para proteger a la población palestina, bajo amparo de la “Convención para la Represión y Castigo al Crimen de Genocidio”. Brasil sufrió críticas de varios medios al tomar esta decisión, muy repudiada por cierto por Israel. No obstante, el canciller Mauro Vieira dejó claro que estas críticas no son realistas e intentan desviarse del problema real que vive la población.
En resumidas cuentas, en el año 2023 el presidente Lula viajó a 24 países dando una clara señal de la retomada de la diplomacia presidencialista como núcleo de la política externa brasileña, en un contexto mundial cada vez más multicéntrico y turbulento. No obstante, una pregunta queda pendiente aún: ¿cuál es la real novedad de la política externa del gobierno Lula 3.0? Quizás, un año sea muy prematuro para una respuesta definitiva. Pretendimos señalizar los puntos nodales de los cambios frente al experimento bolsonarista en una realidad política polarizada.
La evolución de la inserción internacional
En su condición de gran país en desarrollo, pero al mismo tiempo emergente del Sur Global, el Brasil del Lula 3.0 pretende reelaborar su inserción internacional a partir de dos vectores. Por un lado, manteniendo la tradición profesional de Itamaraty de diversificación de sus relaciones, liderazgo regional y activismo internacional basados en el derecho internacional. Por otro lado, el segundo vector es el más complejo, porque está condicionado: a) al surgimiento de un sistema internacional en transformación con varios polos de poder; b) al desafío que significa el surgimiento de China y un nuevo paradigma de globalización; c) al protagonismo de Brasil dentro de la formación política BRICS, que desafía geopolíticamente el dominio del dólar y el hegemonismo de Estados Unidos. Es entre estos dos vectores que el rol de Lula y su diplomacia presidencialista será crucial.
De esta manera, frente a las políticas de afianzamiento y encuadramiento periférico basado en políticas neoliberales y alineamiento automático con los grandes objetivos geopolíticos de Estados Unidos y el “Occidente colectivo”, propuestos por el bolsonarismo —que aún continúa fuerte en el frente doméstico—, la proyección internacional del gobierno Lula 3.0 apunta hacia un paradigma de inserción más autonomista en un mundo en transformación donde las turbulencias parecen ser la regla.