Voluntarios y mercenarios en Ucrania

Una práctica que crece alcanza a Latinoamérica y revela que los locales no quieren pelear más.

Cada vez más frecuentemente, aparecen en los medios noticias acerca de la muerte de mercenarios latinoamericanos en el frente de Ucrania. En los medios occidentales hegemónicos, generalmente se denomina “voluntarios” a todos los extranjeros que participan en el conflicto del lado de Ucrania, mientras que en la prensa rusa se los califica de “mercenarios”. Sin embargo, habría que hacer algunas aclaraciones para darle más precisión a este término que puede enmascarar situaciones muy diferentes con respecto a los motivos por los cuales personas de distintas nacionalidades asisten al frente ucraniano.

La incorporación de extranjeros para combatir en nombre de otro Estado no es nueva. Los que primero sistematizaron esta práctica fueron los antiguos romanos, precisamente por las necesidades militares generadas por la expansión del imperio. Ya desde esa época, los extranjeros (incluso los bárbaros) que combatieran por el Imperio recibían, además de su sueldo y al terminar su período de servicio de 25 años, la ciudadanía. Una recompensa atractiva, porque la ciudadanía podía transmitirse al grupo familiar, con todos los beneficios que ello implicaba.

En la Edad Moderna, grupos de aldeanos (generalmente de la misma localidad) se entrenaban militarmente para formar regimientos que combatían a sueldo para cualquiera de los monarcas de los Estados centralizados en formación. Mercenarios en el sentido más estricto: vendían sus servicios al mejor postor buscando poder cambiar sus condiciones de vida al retornar a su aldea. La actual Guardia Suiza del Estado Vaticano es un resabio de aquellos tiempos donde los aldeanos pobres de aquel país crearon los regimientos más exitosos de mercenarios, aunque hoy en día el ingreso a esta Guardia está regulado por un estricto acuerdo entre la Confederación Suiza y el Estado Vaticano.

La Legión Extranjera Francesa (creada cuando Francia comenzó la expansión colonial en el norte de África en el primer tercio del siglo XIX) brindó un esquema de beneficios que otros Estados luego replicaron en la edad contemporánea: sueldo, brindar una identidad totalmente nueva al recluta y la ciudadanía después de tres años de servicio. Propuesta muy tentadora especialmente para quienes querían ocultar su pasado (garantizado por las autoridades) y gozar de la protección de un Estado poderoso.

Otra pervivencia de esta participación regular de extranjeros en un ejército es el derecho del Estado Británico a reclutar varones de la etnia gurka en Nepal para combatir por su antigua potencia colonial, no sólo por el sueldo y la pensión, sino por el derecho a residir en el Reino Unido después de 15 años de servicio.

En otros casos, como en las fuerzas armadas estadounidenses, hay gran cantidad de extranjeros que firman contratos con el incentivo también, además del sueldo, de obtener un acceso más rápido a la ciudadanía para ellos y lograr la residencia legal para todo su grupo familiar dentro del país. Esto último es un ofrecimiento muy tentador, en particular cuando las medidas contra la inmigración en EE.UU. se hacen más estrictas. Teóricamente, prestar un servicio militar no garantiza el acceso a la ciudadanía, pero en la práctica es un medio muy efectivo para lograrla; de esta forma, en 2021 unos 80.000 extranjeros que sirvieron en las FFAA estadounidenses se convirtieron en ciudadanos.

La presencia de voluntarios extranjeros en conflictos de alta intensidad no es algo nuevo. Pensemos por ejemplo en las Brigadas Internacionales, personas de más de 50 países que fueron a combatir en la Guerra Civil española del lado de la República para frenar el avance del fascismo. Sin embargo, en este caso no podemos hablar de mercenarios porque los que fueron a combatir no tenían motivaciones materiales, sino netamente políticas: fueron a luchar por la defensa de sus ideales.

Este recorrido permite acercarnos a la complejidad de cómo caracterizar a los miles de extranjeros que participan actualmente en el conflicto del lado ucraniano, integrados mayoritariamente en la Legión Internacional.

Diferentes factores pueden incidir para que un individuo se aliste bajo la bandera de otro país para combatir. En algunos, puede ser el deseo de aventura o de salir de una situación rutinaria considerada agobiante. En otros casos, puede ser el convencimiento de estar luchando por una buena causa, la defensa de la “democracia” contra la agresión. En la mayor parte de los casos, sin embargo, la motivación es netamente material. Precisamente, en sus páginas de reclutamiento publicadas en distintos idiomas, el propio Estado ucraniano remarca los beneficios salariales que obtendrán los nuevos enganchados, y fija escalas de incentivos de acuerdo con la tarea desempeñada o el riesgo enfrentado en cada momento. Además, también se remarca que quienes cumplan un plazo de tres años de servicio podrán acceder a la ciudadanía, un señuelo que cobra más valor si se llegara a concretar el ingreso de Ucrania en la Unión Europea y, por lo tanto, los nuevos ciudadanos podrían trasladarse y residir libremente en cualquier otro país europeo más confortable.

En el caso de ciudadanos provenientes de países con altos niveles de vida como los escandinavos o bálticos, es muy probable que el principal incentivo no sea el económico. En Polonia y otros países, la rusofobia puede ser el principal motivo para ingresar como militares para ir al frente. Sin embargo, en el caso de los latinoamericanos (entre ellos cabe mencionar el caso de argentinos, de algunos de los cuales se informó días atrás su muerte en combate), la motivación mayoritaria son los beneficios otorgados para los que firman el contrato, como muchos de ellos lo han declarado en numerosas entrevistas concedidas a la prensa del continente. Por tal motivo, en estos casos estaría correctamente aplicada la denominación de mercenarios.

A medida que la situación en el frente se vuelve cada vez más desfavorable para Kiev, por las bajas y deserciones entre las propias tropas ucranianas, más activa se vuelve la campaña de reclutamiento en el exterior para tentar con beneficios económicos a los posibles aspirantes. Distintos medios están publicando en Latinoamérica noticias, cada vez más frecuentes, del reclamo de familiares para recuperar el cuerpo de los caídos o las compensaciones prometidas en caso de fallecimiento. Y aquí tenemos otras de las prácticas denunciadas contra las autoridades militares ucranianas: en la medida en que los cuerpos no sean retirados del frente, se puede alegar que el soldado desertó o fue capturado y, por lo tanto, el Estado no debe cumplir su parte del contrato. Una forma de ahorrar gastos y que permite, al mismo tiempo, redirigir esos recursos para contratar en el exterior nuevos combatientes.

Muchos latinoamericanos con participación en fuerzas de seguridad locales se alistaron para ir a Ucrania: consideraban que su experiencia para reprimir a la población civil, a grupos insurgentes o a bandas criminales era suficiente para enfrentar la realidad cotidiana en un enfrentamiento contra Rusia. Sin embargo, las características de la guerra contra una potencia de primer orden les demostró lo inadecuado de su formación previa, por lo que cada vez más se observa cómo crece el número de los que se retiran sin renovar su contrato luego del primer año de servicio.

Una situación similar de descubrir una experiencia chocante ocurrió con las empresas militares privadas (PMC, por sus siglas en inglés), grupos de mercenarios que actúan muchas veces como pantallas de objetivos que sus Estados de origen no pueden asumir públicamente. El caso más ilustrativo en el conflicto ucraniano es el del Grupo Mozart, el cual fue prácticamente aniquilado y se disolvió poco después de llegar a la línea del frente al tener que enfrentar a fuerzas armadas tecnológica y profesionalmente muy capacitadas.

Sin embargo, hay dos situaciones donde la participación de extranjeros puede tener derivaciones totalmente inesperadas en un futuro próximo. Una de ellas es la sospecha de que organizaciones criminales podrían estar enviando a algunos de sus miembros como “voluntarios” a las fuerzas armadas ucranianas para capacitarse en las nuevas técnicas militares y luego poder aplicar esos conocimientos en sus lugares de origen para combatir contra las fuerzas del propio Estado en el cual operan estas bandas. En agosto de 2025, medios mexicanos denunciaron que integrantes del Cartel de Jalisco Nueva Generación habrían ido a Ucrania para instruirse en el uso de drones, algo después también denunciado por el ex presidente de Rusia, Dimitri Medvédev. Dada la situación de crecientes dificultades que enfrenta Kiev, difícilmente haya un control muy estricto acerca del personal extranjero incorporado a las fuerzas armadas; por lo tanto, es muy posible que esta información sea cierta. También se ha denunciado presencia de narcos brasileños combatiendo en Ucrania.

La segunda situación es el de algunos grupos de extranjeros que están participando en varios lugares del frente, bajo la categoría de voluntarios, formada especialmente por polacos y británicos. Más que calificarlos de mercenarios o voluntarios, tal vez estemos presenciando la posibilidad (denunciada por las autoridades rusas) de que los mismos sean militares de la OTAN enviados para sostener partes muy comprometidos del frente o como oficiales de mando para planificar y coordinar las operaciones. Los comunicados rusos acerca de que fueron atacados cuarteles donde se encontraban altos oficiales de la OTAN suelen ser seguidos por comunicados en países occidentales de que algún oficial murió repentinamente, pero dentro del propio país. Algo diferente ocurre con los soldados rasos que participan directamente en la primera línea y que pueden ser identificados con nombres y apellido. En este caso, pareciera haber un acuerdo entre Rusia y Occidente para no escalar la tensión; luego de la noticia inicial, los cuerpos de las víctimas suelen ser devueltos con mucha discreción a las autoridades de su país de origen, confirmación tal vez de que no se estaría hablando ni de voluntarios ni de mercenarios.

El actual enfrentamiento en Ucrania muestra un panorama militar y político ambiguo. Por un lado, observamos que una de las partes no puede sostener el esfuerzo bélico sin el apoyo financiero, de armamentos y de inteligencia proporcionados por Occidente. Y por otro, una parte de esos recursos proporcionados por los aliados son empleados para contratar cada vez más mercenarios para mantener estables las líneas del frente. Podría ser una confirmación de que la propia sociedad ucraniana sería, de forma creciente, más reacia a participar en una guerra que consideran ya perdida, pero que Occidente necesita mantener para debilitar el poder en ascenso del nuevo eje que está formándose a nivel internacional.

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