“Macron usa las instituciones como le conviene”

Martine Billard (Francia Insumisa) habla de la deriva del Presidente, el racismo y los mileístas galos.

Martine Billard fue diputada en la Asamblea Nacional francesa entre 2002 y 2012, dos períodos donde desplegó, en lo legislativo, las posiciones de izquierda que supo amasar desde cuando siendo muy joven, en la tumultuosa París de 1968, participó en el «comité d’acción lycéen”, el comité de lucha de los estudiantes secundarios del “Mayo Francés”. Miembro del Parti de Gauche (Partido de la Izquierda, formado por Jean-Luc Mélenchon en 2008), se integró a Francia Insumisa bajo ese mismo liderazgo y es parte de la nueva izquierda que ganó las legislativa de 2024 en un frente de unidad con otros partidos aliados, pero fue ilegítimamente privada de gobernar Francia por decisión del presidente neoliberal Emmanuel Macron. Hoy esa maniobra sigue generando inestabilidad y lo que Martine Billard llama “una crisis del régimen político” inaugurado hace más de medio siglo.

“Hay una situación que sigue siendo inestable como nunca antes desde 1958, cuando nació la V República. Asistimos a una crisis del régimen político creado según la Constitución que en aquel entonces se promulgó a instancias de Charles De Gaulle. Billard establece que, en cuanto a modo de gobierno, el bloque político mayoritario es el que debe gobernar. El presidente Emmanuel Macron vulneró ese principio cuando ganó la izquierda”, dice por teléfono a Tektónikos desde París donde, pese a la cercanía del invierno, hay “un noviembre caluroso; propio del cambio climático”, que por esos días se discutía en Brasil pese al negacionismo de las nuevas derechas.

Para Billard, el exbanquero Macron es “un hombre prepotente, pagado de sí, muy similar, en ese sentido, a personalidades como Donald Trump o Javier Milei. Ellos usan las instituciones como les conviene, sin ningún respeto ni límites”. Por eso, agrega, “pese al resultado electoral legislativo de junio de 2024, a pesar de que su partido Renacimiento (antes, En Marcha) no ganó ni obtuvo mayoría en la Asamblea Nacional, Macron ha insistido en nombrar como primer ministro a alguien de su entorno”. Cuando, luego de la victoria de la izquierda unida en el Nuevo Frente Popular (con Francia Insumisa, el Partido Comunista, el Partido Socialista (PS), los Verdes y otras agrupaciones), Macron decidió disolver la Asamblea Nacional, “usó como excusa que nosotros no íbamos a poder gobernar, que nos desuniríamos y que eso iba a dar paso a la extrema derecha, que había salido tercera. Lamentablemente, algunos sectores de la izquierda contribuyeron a eso para negociar con Macron. Ahí comenzó una gran inestabilidad, con varios intentos de gobierno, que jalonaron una crisis que todavía está transcurriendo”.

A veces cuesta entender el sistema político francés, tan complejo.

— Sí, lo sé. Muchas veces, por ese rasgo de complejidad que tiene nuestro esquema de gobierno, las alianzas o los compromisos de unidad que por ejemplo tuvimos en la izquierda en 2024, se rompen porque cada partido especula con meter a tal o cual diputado, tal o cual número de escaños o incluso para no perder el porcentaje de votos mínimo necesario para seguir recibiendo financiamiento estatal.  Veníamos trabajando juntos en el Nuevo Frente Popular por un tiempo, pero luego se partió. Por un lado, los socialistas siempre quieren liderar y poner a los demás detrás. Los comunistas, por su parte, han pasado de ser un partido con, digamos, 20% promedio electoral a otro con el 2% o por ahí. O los verdes especulan equivocadamente —no solo en Francia— que el tiempo de la izquierda ya pasó y que ahora viene el ecologismo, lo cual no se verifica, y que entonces les va a ir mejor si van solos, sin Francia Insumisa. Lo que pasa es que la izquierda tradicional quiere conservar prerrogativas que ya caducaron. Por otro lado, nuestra postura clara en defensa del pueblo palestino también generó ruido en aliados, que nos acusaban, infundadamente, de ser antisemitas.

Más allá de lo institucional, ¿por dónde pasa hoy la crisis en Francia desde lo económico y social?

— La sociedad francesa está muy decepcionada. El gobierno del socialista François Hollande (2012-2017) incumplió muchas promesas. Llegó al poder con un discurso y luego hizo otra cosa, lo cual desencantó a las clases populares que habían votado al PS. Por ejemplo, sucedió con la ley laboral, que terminó siendo una legislación a favor de las patronales y de los despidos. Como usted debe saber, eso generó una gran reacción popular y, a la vez, una fuerte represión. Los cinco años de Hollande fueron un desastre. Se perdió la confianza, comenzó ese discurso de “son todos iguales”, y luego vino Macron. Pero el descontento social nunca amainó.

Sí, en Argentina conocemos del fracaso de gobiernos que se suponía iban a ser progresistas, lo hacen muy mal y dan paso a la derecha más alocada. Volviendo a Francia, hace un par de años se informó que, en medio de ese retroceso social, Bernard Arnault, presidente del grupo de lujo LVMH (Louis Vuitton) y Françoise Bettencourt Meyers, heredera de L’Oréal, son, junto a sus familias, el hombre y la mujer ¡más ricos del mundo!

—Francia es uno de los países de Europa donde hay más millonarios. El país que tenía una bandera histórica como la igualdad se ha transformada en uno lleno de ricos. Eso es muy fuerte simbólicamente y es una clave de la batalla política y social que se libra. Porque la derecha no quiere aumentarle los impuestos a esa clase social, sino ajustar el presupuesto para abajo, con menos inversión social, en educación, en salud, etc., lo que agrava la desigualdad.

Sí, también eso nos resulta familiar. Ustedes están discutiendo ahora el Presupuesto, las jubilaciones (o pensiones) y quién paga la factura. ¿Cómo está ese debate?

—Para responder eso debo retroceder un poco. Un punto de ruptura fueron las elecciones europeas, que también se dieron a mitad del año pasado. Ahí por ejemplo los verdes quisieron cortarse solos pensando que les iba a ir bien y apenas sacaron 5 o 6% de los votos, y los socialistas al final decidieron ir detrás de un candidato liberal de centro izquierda. En general, los verdes y el PS suelen acordar y despreciar a otros espacios como el nuestro, y eso también contribuyó a que Macron decidiera disolver la Asamblea Nacional y robarnos el triunfo que la nueva izquierda unida había alcanzado. Hoy, en este final de 2025, ya se perdió esa unidad. Retomo cómo fue ese proceso porque ahora se pudieron ver las consecuencias justamente en el debate sobre la ley de presupuesto y la reforma previsional con la que venía insistiendo el nuevo gobierno elegido por Macron, con Sébastien Lecornu como primer ministro. El intento de querer forzar su aprobación, una meta del presidente, fue la chispa de la inestabilidad y de los cambios de gobiernos uno tras otra sin poder avanzar. Ahora, ciertos sectores de la izquierda aceptaron que el gobierno retire el proyecto de pensiones, que tanta repulsa y movilizaciones generó en el pueblo, pero el logro es solo temporal. Por eso nosotros votamos en contra.

¿Por qué entonces los socialistas le dan vida al gobierno inestable de Lecornu aprobándole el presupuesto?

—Por un lado, por lo que antes expliqué sobre la forma de actuar que tiene el PS, y también porque en marzo de 2026 hay elecciones locales y los socialistas gobiernan en varios municipios, entonces quieren estirar las cosas hasta ese momento sin que nada altere políticamente el escenario. Así, el miércoles 12 de noviembre se aprobó “suspender” la reforma jubilatoria (que entre otras cosas busca subir gradualmente la edad de jubilación de 62 a 64 años), pero por el reglamento de la Asamblea Nacional, no había acuerdo hasta medianoche, y entonces, sin votar, automáticamente, se pasó al Senado. No está definido el tema. Creo que es un acuerdo transitorio. Y que la crisis de inestabilidad y de régimen político continúa.

Algunos analistas sostienen que la extrema derecha le robó las banderas y hasta la rebeldía a la izquierda, en muchas partes de Occidente, también en Francia. ¿Coincide?

—Las clases populares están muy mezcladas. No es que antes todas ellas eran de izquierda, ni que la extrema derecha nos robó las banderas o la rebeldía. Es más complejo. En todo el mundo es así de complicado entender el escenario. Francia, entre otras razones por su ubicación en el centro de Europa, ha atraído siempre a inmigrantes. Tiene un largo historial de flujos migratorios y también de respeto a los derechos humanos. Pero, paralelamente, siempre hubo componentes racistas y xenófobos en segmentos de su población. Cuando vinieron los italianos a fines del siglo XIX al sur o los polacos a trabajar en las minas del norte, fueron segregados. Lo mismo pasó con migrantes españoles, portugueses… y hablamos de europeos, ya no de las posteriores inmigraciones de África o de Asia. La extrema derecha francesa, el Frente Nacional que en su momento formaron Jean-Marie Le Pen (padre de la actual dirigente Marine Le Pen) y otros dirigentes, fueron siempre racistas. Lucharon en contra de la independencia de Argelia (ahí nacieron) y participaron activamente de la Francia colonialista. Su origen fue totalmente racista. Y en la clase obrera siempre hubo sectores que votaron a la derecha, por ejemplo al oeste en la Bretaña o al este en Alsacia.

Como sea, la extrema derecha crece en Europa y en Francia siempre está el riesgo de que gobierne algún día.

—Yo creo que lo que tenemos que analizar, más bien, son las mutaciones sociales y las preferencias de la clase obrera, que me parece tiene que ver con que ya no hay más grandes concentraciones de trabajadores en fábricas, como eran antes por ejemplo las automotrices y otros sectores industriales; ya no está más ese mundo y el sistema laboral se precarizó enormemente. En ese contexto, la izquierda tradicional perdió fuerza, la mundialización económica hizo que la socialdemocracia francesa y europea fuera sometiéndose a los dictados del pensamiento de derecha, neoliberal, y por su parte, la derecha se radicalizó. El sistema hace todo para que la derecha –me refiero a la arraigada en sectores populares- no vote ni pelee contra los ricos, y en cambio se tiende a crear un clima en el cual el que tiene trabajo luche contra el migrante, el que tiene trabajo en el sector privado ataque al del sector público, y así… Por otra parte, la desilusión con la izquierda hizo que subiera la abstención. Entre 1981 y 2022, hubo 8 puntos menos de participación popular en las elecciones. Sin embargo, en las parlamentarias de 2024 pudimos recortar eso, la abstención se redujo en un tercio por el miedo a que ganara la extrema derecha. Lamentablemente, la unidad de la izquierda no continuó.

Permítame seguir preguntándole sobre el racismo, los migrantes, el tema laboral. Son un tema central en muchos países europeos. ¿Cuál es la escena actual?

—Hoy el racismo es terrible. Antes (cuando, como digo, había racismo) no se expresaba, daba vergüenza, ahora muchas veces vemos en la calle o en el metro escenas de racismo explícito, en insultos y acciones contra migrantes. En esos hay rasgos comunes a toda Europa, en cuanto al rol declinante de la socialdemocracia o a un progresismo que no logra sintonizar con los cambios sociales. Es una época que acabó y los partidos tradicionales no la ven. Por otro lado, los tratados de la Unión Europea prohíben o restringen ayudas a empresas, subsidios, etc. y eso ha debilitado al sector industrial, que prefiere irse fuera de Europa o hacia los países del Este europeo donde los costos laborales, los salarios, son más bajos. Y entonces tenemos una escena donde el trabajo decae y, al mismo tiempo, por numerosas razones y conflictos en otras partes del mundo, la presión migratoria crece.

¿Cómo se percibe el Francia el ascenso de China y la cuestión de Rusia, que ha reavivado en países europeos una fuerte rusofobia?

—Son casos diferentes. Con China el tema es básicamente económico. Recuerdo que cuando era diputada discutía con algunos colegas liberales y no lo veían, decían que China iba a ser como México para EE.UU., que no iba a ser una amenaza industrial o productiva. Pero como era previsible, China ha cumplido con todos sus planes de desarrollo y hoy lidera en muchas áreas, por ejemplo electromovilidad. Hoy vemos en Francia una mayoría de autos eléctricos chinos, o pasa lo mismo en paneles solares, sector en el cual Francia en su momento fue pionera y líder, pero justamente como el Estado, a diferencia de China, se retiró del impulso a la industria por las restricciones neoliberales de la UE, arruinó a ese sector, no pudo competir. Es decir, la diferencia con China es económica, no hay miedo a “invasión” china ni a injerencia en la política interna francesa ni nada de eso con que algunos fantasean. Con Rusia es distinto desde la invasión a Ucrania. Acá tenemos una derecha que sigue viendo a Rusia como a la Unión Soviética, que es profundamente anticomunista, y lo de Ucrania les agita el miedo de que Putin quiera avanzar sobre otros países, como los bálticos. Y además Rusia es un país vecino y hay temor a injerencias. En la izquierda no hay una unidad de criterio al respecto. Tenemos distintas miradas, como en tantas otras cuestiones.

Martine, muchas de las cosas que usted describe son similares en América Latina, a pesar de ser una región mucho menos desarrollada, fragmentada y con otros problemas específicos. ¿La izquierda francesa sigue la agenda latinoamericana, y en tal caso qué es lo que más están advirtiendo?

­—Sí, muchos en la política francesa siempre han estado atentos a los sucesos latinoamericanos. Hay una historia común, que alimentó también el exilio, las luchas contra las dictaduras, la defensa de los derechos humanos. Chile es un ejemplo muy claro. El golpe de 1973 y todo lo que vino luego fue un escenario muy claro para nosotros. Y hubo otros casos. Con Argentina también hemos estado siempre muy atentos. Ahora, con Milei, nos sorprendió el resultado electoral de octubre. Sobre todo, luego de que en septiembre, en la provincia de Buenos Aires, el peronismo había ganado. En ese momento muchos “mileístas” franceses, que son muy minoría pero los hay (como el ex ministro de Vivienda y luego diputado Guillaume Kasbarian, fuertemente perseguidor de inquilinos; o Valérie Pécresse, presidenta de la región Ile-de-France y candidata de la derecha en 2022, que blande hachas como Milei motosierras), se sintieron desilusionados. Pero los resultados electorales de octubre en Argentina los envalentonó de nuevo. Sin embargo, economistas liberales que antes admiraban a Milei ahora no están tan convencidos, más allá del resultado electoral, porque no ven buenos resultados en su gestión económica. Desde hace algunos meses la popularidad que tenía el presidente argentino ha bajado. Por nuestra parte, desde la izquierda nos solidarizamos siempre con lo que sufre la sociedad argentina distribuyendo información, tratando de esclarecer qué es lo que pasa. Siempre estamos atentos. Y aprendemos. Aprendemos qué pasa en Argentina para que no pase en Francia. Por ejemplo, sabemos que Milei no ataca tanto directamente a los más pobres (al contrario, mantiene políticas del kirchnerismo como ayuda social a los más vulnerables), pero sí ataca al sector público, y eso puede pasar en la extrema derecha si llegara a ganar el poder. El riesgo, en Argentina, en Francia, en tantos lados más, es que la resignación siga avanzando más allá de que mucha gente no esté de acuerdo en cómo gobiernan estas nuevas derechas, pero se resignan o conforman con eso sin luchar.

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